Jorge Capelán •  Opinión •  19/09/2019

Cómo quienes traicionaron a la socialdemocracia engañan al pueblo sueco con Nicaragua

 

La verdadera socialdemocracia
sueca siempre fue solidaria con la
Nicaragua sandinista.

Este texto es una respuesta al extenso reportaje de Erik Halkjaer publicado en el número 3-2019 de Ordfront Magasin titulado «Sandinistregimens svek mot folket» [La traición del régimen sandinista al pueblo de Nicaragua]. En este texto no incluiremos muchas notas al pie, ya que todas las pruebas de lo que decimos (artículos, vídeos y documentos varios) están disponibles en inglés en el libro electrónico de 300 páginas «Nicaragua 2018: ¿levantamiento popular o golpe de Estado?», una obra colectiva de decenas de investigadores publicada este año por la Alianza para la Justicia Global. En esta obra los autores desmenuzamos el mal llamado y fallido “golpe suave” contra el pueblo de Nicaragua desde todos sus ángulos: la historia de este país, su economía, los intereses geopolíticos, las tácticas utilizadas y los daños humanos y materiales causados por los golpistas. Recomendamos al lector interesado en profundizar en el tema que descargue y lea ese texto. Aquí tampoco nos dedicaremos a refutar cada una de las afirmaciones de Halkjaer porque el suyo es un escrito de odio. Simplemente expondremos por qué creemos que lo es y recomendaremos al público en general que se forme su propia opinión sobre Nicaragua viniendo al país a constatar con sus propios ojos cuál es la realidad que se vive aquí.
El que de ahora en adelante quiera seguir leyendo, que se prepare para un poco de realidad sobre Nicaragua, no la propaganda que cotidianamente sirven los medios del sistema en Suecia. Si el lector tiene dudas sobre la veracidad de lo que escribimos en estas líneas, lo invitamos a que venga a visitar Nicaragua. Que venga y visite a quien quiera, sobre todo que no se olvide de hacer alguna excursión fuera del reducido núcleo social de quienes hoy en día componen al golpsimo derrotado. Que visite los mercados, los pueblos, los barrios y los balnearios de este país, y también que hable con los millones de sandinistas que lo pueblan. Quienes no quieren que el pueblo sueco conozca a la Nicaragua real no somos nosotros los sandinistas, son personas como el autor del artículo lleno de odio publicado por Ordfront. Su objetivo no es otro que el de aislar al pueblo de Nicaragua, arrodillarlo para que acepte condiciones lesivas y humillantes para su vida. Esas pretensiones están naturalmente destinadas al fracaso porque como decimos aquí en Nicaragua, los golpistas “¡no pudieron ni podrán, jamás!”
La tesis de esta respuesta es que el escrito de Halkjaer, que según el autor es un reportaje, tiene dos grandes falencias: En primer lugar, como producto periodístico, es solo una mediocre obra de ficción, ya que no solamente ofrece una burda caricatura de la historia del país, sino que también comete errores factuales tan groseros que ni siquiera la prensa de la derecha golpista dentro de Nicaragua se atreve a repetir, como por ejemplo, que el Ejército disparó contra los manifestantes cuando en ningún momento salió de sus cuarteles. La tarea de hacerle frente a las situaciones de orden interno en Nicaragua correspondió, corresponde y seguirá correspondiendo mientras la Constitución no determine otra cosa, a la Policía Nacional.
En segundo lugar, como análisis político, el artículo en cuestión no explica la Nicaragua de hoy, en la que nadie cree (ni desea) que hayan unas elecciones adelantadas y en la que tampoco nadie duda de que el Frente Sandinista está en el Gobierno y tiene el poder, y yo agregaría, en la que ha sucedido un verdadero cataclismo social, pero no del tipo que se imaginaban los golpistas en abril del año pasado: La histórica oligarquía nicaragüense, hoy devenida en capital financiero, con el fracaso de su intentona golpista ha sido totalmente desplazada del poder político y ha perdido la influencia ideológica que desde siglos, como heredera de las instituciones coloniales, detentaba sobre la sociedad. Aún tiene sus medios (7 diarios y periódicos, 4 canales de televisión, varias radios e incontables publicaciones digitales) y sus intelectuales adocenados, pero ya no le sirven de nada, porque con su torpe, sangriento y fallido intento de golpe le enseñó claramente al pueblo cuál es su verdadero proyecto de país: Muerte, destrucción, corrupción y delincuencia.
Está muy bien que Halkjaer haya usado la expresión «sandinistregimen» [régimen sandinista] como parte del título de su artículo porque ubica a la perfección el contexto de su crítica. Su problema no es ni con el presidente Daniel Ortega, ni con la vicepresidenta Rosario Murillo, ni con el canciller Colindres y el vicecanciller y ex ministro de Cooperación Valdrack Jaentschke, ni con el asesor presidencial Paul Oquist –estos tres últimos, altos funcionarios del Gobierno que tuvieron la buena voluntad y la paciencia de responder a las maliciosas insinuaciones de un Halkjaer menos interesado en conocer el punto de vista de las autoridades nicaragüenses que en lanzar su dedo acusador contra un país del que, como veremos, nada sabe. El problema de Halkjaer no es con supuestos déspotas y dictadores, sino con el sandinismo como movimiento sociopolítico.
Está muy bien que Halkjaer asuma su antisandnismo, porque así deja de arroparse con la piel de cordero de aquellos que en su día participaron en la lucha al lado del pueblo, ocupando grandes cargos y beneficiando grandemente sus carreras personales, pero que desde hace ya también muchos años han traicionado a ese pueblo del que se sirvieron: Nos referimos a las diversas falanges de exsandinistas que se han pasado al lado de la oligarquía y del imperio, abrazándose con senadores de la Florida, como Marco Rubio e Ileana Ros-Lehtinen, y también nos referimos a ciertos exinternacionalistas que estuvieron en Nicaragua en los años 80, que en muchos casos hicieron carrera a costa de Nicaragua, y que después de 1990 siguieron haciendo carrera, esta vez presentándose como la cara amable del neoliberalismo.
Un ejemplo típico de esto es la exembajadora Eva Zetterberg, exmiembra del “Chilekommittén” y exinternacionalista en Nicaragua, que comenzó su carrera política denunciando en el parlamento sueco la criminal exportación de deshechos tóxicos de la multinacional sueca Boliden al Chile de Pinochet en la década de los 80s y 10 años más tarde, como embajadora en Santiago del gobierno derechista de Carl Bildt, fungía como “chica Avon”, vendiendo a los empresarios chilenos las “soluciones” de esa misma multinacional, causante de enfermedades crónicas a miles de habitantes de la región de Arica. Esa es la verdadera Eva Zetterberg, la cara amable, “progresista”, del neoliberalismo, que se presentó en Nicaragua apoyando “por la izquierda” al presidente más inepto y entreguista de toda su historia, el ingeniero somocista Enrique Bolaños Geyer. Zetterberg nunca fue expulsada de Nicaragua, tal y como Halkjaer lo afirma: simplemente se le hizo saber cuál era la opinión local sobre los exabruptos que desde hacía ya muchos años ella tenía por hábito externar en los medios nacionales y ella misma se fue del país. Es cierto que el entonces canciller sandinista la llamó “diabla” en un programa de televisión en 2008, pero ese calificativo debe verse a la luz de su comportamiento general en Nicaragua. Como prueba del estilo de Zetterberg, recuerdo a un colega que una vez la entrevistó en 2006, al que ella le dijo que «la intervención (europea) en Nicaragua era necesaria e importante porque los nicaragüenses han sido incapaces de manejar sus asuntos exitosamente por sí mismos».
Antes de continuar con nuestra crítica a este mal análisis y peor reportaje de Erick Halkjaer, permítaseme aclarar un hecho básico sobre la política nicaragüense: El sandinismo es el mayor y mejor organizado movimiento político de Nicaragua y uno de los más fuertes partidos de izquierda de América Latina, alma y nervio del Foro de Sao Paulo, única coalición regional de partidos de izquierda hoy en el mundo. Nunca ha habido, no hay ni, creemos, nunca habrá, otro partido más fuerte en Nicaragua. ¿Por qué? Porque el sandinismo es inseparable de un concepto moderno de país, en el que las clases trabajadoras sean protagonistas y sujetos. Hasta 1926, cuando Sandino inicia su lucha armada para expulsar de Nicaragua a los marines yanquis, el país había sido la finca por la que luchaban los oligarcas liberales y conservadores con el pueblo como carne de cañón y los Estados Unidos como padrino a favor de uno u otro bando. Tras el asesinato de Sandino por Anastasio Somoza García en 1934 se desencadena toda una persecución contra los miles de sandinistas en las montañas de Las Segovias donde Sandino había desarrollado un movimiento de cooperativas. La razón de ese crimen cometido contra los primeros sandinistas fue la misma por la que los golpistas del año pasado torturaron, asesinaron y quemaron vivos a muchos nicaragüenses acusados de ser sandinistas: había que extirpar de raíz la expresión política revolucionaria del pueblo nicaragüense para imponer un sistema a la medida de las élites locales y, sobre todo, extranjeras.
Sin el Frente Sandinista de Liberación Nacional, Nicaragua no tendría: Una Cruzada Nacional de Alfabetización que cambió dramáticamente la situación de un país en el que más de la mitad de la población hace 40 años no sabía leer ni escribir; un ejército y una policía verdaderamente nacionales, y no la constabularia fundada por los marines yanquis que tenía Somoza; una avanzada reforma agraria que, a pesar de la contrarreforma impulsada por los gobiernos neoliberales entre 1990 y 2006 logró cambiar de manera significativa las relaciones de poder del país haciendo de los sectores populares verdaderos sujetos económicos; la primer Constitución verdaderamente democrática de toda su historia, que aún hoy en día está vigente; Autonomía de la Costa Atlántica, un ejemplo que aún hoy es materia de admiración y estudio por los expertos en derechos de los pueblos indígenas; carreteras que por primera vez en la historia unen al Pacífico y el Atlántico del país, que hoy en día cuenta con las mejores vías de comunicación de Centroamérica; una política internacional que le ha permitido defender exitosamente los intereses del país, ganándole a los Estados Unidos un juicio por terrorismo de Estado en La Haya (hecho único en la historia de las relaciones internacionales) y recuperando 90 mil kilómetros cuadrados de mar territorial en el Caribe ocupados por Colombia; 18 nuevos hospitales (entre 1990 y 2006 no se construyó ni un solo hospital); salud y educación gratuitas; la mitad de todos los puestos a todos los niveles para las mujeres; una avanzada legislación contra la violencia de género y muchas, muchas otras cosas más. Y eso el pueblo nicaragüense lo sabe y lo defenderá.
Por lo menos dos millones y medio, cerca de un 40% de la población de este país, nos definimos como sandinistas que siempre apoyaremos el proyecto de liberación e independencia nacional con justicia social del general Augusto César Sandino, de Carlos Fonseca y del Frente Sandinista de Liberación Nacional hoy dirigido por el comandante Daniel Ortega y la compañera Rosario Murillo. Cualquier otra definición de sandinismo en Nicaragua hoy es una construcción sin existencia real y sin raíces en la sociedad. Aparte de ese cerca de 40 por ciento de nicaragüenses sandinistas que hay en Nicaragua, hay amplios grupos de la población que simpatizan con el Gobierno y son los que le dan las mayorías políticas alcanzadas durante todos estos años. Son esas mayorías políticas las que explican cómo se pudo derrotar el intento fascista de golpe de Estado del año pasado y por qué Nicaragua hoy en día no está en guerra sino en paz y trabajando denodadamente por dejar atrás la pobreza.
El sandinismo en Nicaragua comprende a cientos de miles de niños, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres. Hoy en Nicaragua hay sandinistas de al menos nueve generaciones: Los hijos de Sandino y de los combatientes de su “pequeño ejército loco” que aún están con vida; aquellos que eran jóvenes en los años 50 del siglo pasado, que fueron los que fundaron el Frente Sandinista; los que vivieron los durísimos años de la denominada “acumulación de fuerzas en silencio”, cuando todos aquellos que se integraban a la lucha sabían que sus probabilidades de ver el triunfo eran prácticamente inexistentes; los que participaron en la insurrección final contra la dictadura desde mediados de la década de los años 70; los que participaron y defendieron la revolución de los años 80; los que defendieron las conquistas durante la década contrarrevolucionaria de los años 90; los que continuaron la labor de resistencia y reconquista del poder político en el nuevo milenio y las generaciones que, desde el año 2007 hasta la fecha, se sumaron a la lucha política bajo las banderas del sandinismo, y los niños y jóvenes sandinistas que hoy crecen en esta Nicaragua “bendita y siempre libre”.
Son esas generaciones de sandinistas, no los apenas 130 mil empleados públicos que tiene el Estado nicaragüense, las que el 19 de julio de 2018 y 2019 realizaron las manifestaciones de masas más grandes de toda la historia de Nicaragua en conmemoración de los aniversarios 39 y 40 de la revolución que derrocó a la dictadura somocista en 1979: 400 mil personas en la Plaza de la Fe y manifestaciones masivas en todas las cabeceras departamentales el año pasado, y 500 mil personas en esa misma plaza este año. El que pasó ha sido un año de movilización intensa para el sandinismo, tanto en las calles, manifestando su apoyo al Gobierno como en los barrios y comarcas haciendo gestión: resolviendo problemas, escuchando al pueblo e implementando soluciones. Claramente, el sandinismo no está debilitado sino todo lo contrario, ha salido fortalecido una y mil veces a raíz del fallido intento de “golpe suave” del que fue objeto el pueblo nicaragüense el año pasado.
Es contra esos cientos de miles de mujeres, hombres y niños sandinistas que personajes como el exdirector del canal 100% noticias, Miguel Mora, hoy en día libre de moverse por todo el país (la licencia de la señal de televisión de su canal le fue retirada porque en los días del golpe, seguro de que en cuestión de días se convertiría en presidente, ni siquiera solicitó una renovación) y otros falsos hombres de medios como Aníbal Toruño de Radio Darío en León (también libre y desde su radio transmitiendo veneno todos los días) durante el golpe llamaron abiertamente a matar sandinistas, a los que llamaban “sapos” (es decir delatores). Entre las muchas omisiones de Halkjaer se encuentran los incendios de medios de comunicación. Halkjaer dice que Radio Darío en León fue quemada (y hay evidencia contundente de que la quemó el propio Toruño para culpar a los sandinistas), pero se cuida de mencionar los incendios de la Nueva Radio Ya (con periodistas y todo dentro, que durante media hora corrieron riesgo de ser devorados por las llamas) y la de Radio Nicaragua. ¿Por qué fueron quemadas esas emisoras? Porque se trataba de radios sandinistas. Halkjaer no dice nada de todas las personas que durante el golpe fueron secuestradas, amarradas a postes, torturadas, pintadas, asesinadas o incluso quemadas vivas por los “luchadores por la libertad” que defiende. ¿Cómo se justificaron esos horribles actos? Con que las víctimas eran sospechosas de ser sandinistas. ¿Por qué, si el golpe no era antisandinista, uno de los blancos favoritos de los golpistas fue destruir, quemar, pintarrajear las estatuas del general Sandino en las ciudades que lograron vandalizar?
El cuadro que pinta Halkjaer en su reportaje es el de un pueblo nicaragüense prisionero de un dictador malvado y su igualmente malévola mujer que comandan un régimen sin ningún respaldo popular a punto de colapsar gracias a un pueblo insurrecto bajo la moralmente impoluta conducción de inefablemente puros y democráticos estudiantes. Según Halkjaer esa pareja infernal de autócratas sandinistas en un lapso de 12 años, desde que supuestamente “echaron” a la inefable embajadora sueca, Eva Zetterberg, ha convertido a Nicaragua, de un país con un cierto concepto de la institucionalidad democrática, en un reducto en el que imperan la dictadura y el terror. Ante esa caricatura se puede contraponer otra imagen: La de un fallido «golpe suave» a cargo de los poderes fácticos que todos conocemos, como la Usaid, la mafia de Miami, las derechas más reaccionarias de toda la región, la oligarquía local y ONG occidentales, entre ellas el ASDI sueco que desde hace ya muchos años tiene un programa de “diplomacia secreta” (actividades desestabilizadoras contrarias al derecho internacional) en una treintena de países cuya lista el Estado sueco se niega a divulgar.
Dirán que cualquier cosa que yo diga es mentira. Adelante, así sea. Pero la Nicaragua real no se va a mover de donde está. La derecha golpista no es capaz de montar un piquete en la calle, sencillamente porque no tiene respaldo popular. Cualquiera que salga a ondear una bandera nacional pintarrajeada o puesta al revés es inmediatamente repudiado por la ciudadanía. Los golpistas han llamado como a 5 paros nacionales desde abril del año pasado y no lograron nunca paralizar al país, mucho menos desde que en julio de ese mismo año fueron derrotados, porque ya no podían intimidar a la gente con sus armas. Ni siquiera en lo peor de los tranques lograron paralizar la producción agrícola y los precios en los mercados se han mantenido estables todo el tiempo. Yo salgo en televisión todas las semanas, mucha gente me conoce y no tengo pelos en la lengua para llamarle golpe al golpe y fascista al fascista. Voy y vuelvo a pie a mi casa que queda en un barrio popular de Managua. Nunca nadie me ha dicho nada, y eso que hablo de política con cualquiera. Muchas veces discuto, incluso acaloradamente, pero jamás llegando a la violencia. ¿Por qué? Porque la gran mayoría de los nicaragüenses no odian. El tipo de odio que se patentizó entre abril y julio del año pasado no era un producto autóctono, era obra de una campaña planificada de muchos años cuyos dispositivos se activaron en una coyuntura muy precisa (el anuncio de la reforma al sistema de pensiones) y cuando pasó el momento de la sorpresa inicial, la conspiración se vino abajo como un castillo de naipes.
Como lo hace toda la propaganda golpista, Halkjaer acusa al comandante Daniel Ortega de maquiavelismo político y de aliarse con lo más reaccionario de Nicaragua con tal de obtener el poder. Ante esto se deben aclarar algunas cosas:
La primera, es que en las elecciones de 1990 el pueblo nicaragüense fue obligado a votar con una pistola apuntando a su cabeza. El chantaje de los Estados Unidos, que estaba financiando a una coalición contrarrevolucionaria antisandinista (la UNO) que incluía desde grupos abiertamente somocistas hasta un mal llamado partido comunista, era que de seguir apoyando al FSLN volvería la guerra que ya había costado más de 30 mil vidas. Por eso es que nadie salió a la calle a celebrar la derrota del FSLN la madrugada del 26 de febrero de 1990. En la calle cualquiera lo decía: “Voté por la UNO para que se acabara la guerra, pero en realidad prefería al FSLN”. El chantaje del regreso de la guerra con un Gobierno sandinista se ha mantenido todo el tiempo desde entonces, pero ya, hoy en día, no surte efecto en casi nadie. Con un Gobierno antisandinista y un parlamento controlado por esas fuerzas, ¿qué podía hacer el FSLN en esos momentos? Sencillamente, lo que cualquier partido en esas condiciones debe hacer: maniobrar para dividir al enemigo y conseguir las mejores condiciones posibles. Es decir, que la naturaleza del tan denostado “pacto” entre “Daniel Ortega” y el expresidente liberal Arnoldo Alemán fue una negociación que le permitió al FSLN, el partido más fuerte de toda Nicaragua, ganar unas elecciones en primera ronda con su voto tradicionalmente fiel.
La segunda cosa que hay que aclarar es que en un país tan polarizado como Nicaragua, que acababa de salir de una guerra sangrienta, el entenderse con actuales o antiguos enemigos es un imperativo para cualquier fuerza política que quiera llevar adelante un proyecto de nación. El Frente Sandinista sacó sus lecciones de la derrota electoral de 1990. Incluso antes de eso, en plena guerra, ya se sabía que la Contra tenía una base social campesina fomentada por errores y limitaciones en las propias políticas de la Revolución en el terreno agrario. Por eso uno de los primeros sectores con los que el comandante Daniel Ortega buscó alianzas fue con las bases genuinamente campesinas de la Contra, que estaban siendo traicionadas por los dirigentes de la UNO. El Cardenal Miguel Obando y Bravo, que en los años 80 fue el líder espiritual de la Contra y que tan tarde como en las elecciones de 1996 era un enemigo acérrimo del FSLN, sentía un compromiso real con esos campesinos.
La tercer cosa que hay que entender es algo de sentido común: que en Nicaragua no se podía (ni se puede) gobernar en contra del FSLN, que es el partido más fuerte y grande del país, y además con una importante influencia en el Ejército y la Policía, así como un importante número de servidores públicos formados en la década de los años 80. Cualquiera que desee gobernar debe entenderse con el partido que tiene el apoyo de grandes sectores de la sociedad. Esto en cierto modo lo entendió la presidenta Violeta Chamorro (aunque no fue así con quienes la rodeaban), pero por lo demás, la consigna de la derecha siempre fue la de destruir al FSLN. Sin embargo el FSLN, bajo la conducción del comandante Daniel Ortega, no se dejó destruir. La derecha nicaragüense en su atraso político e ideológico más bien ha sellado su falta de influencia en el pueblo. Por eso el Frente Sandinista hoy en Nicaragua se ha convertido en el partido del sentido común: Es el partido de la empresa privada en un país en el que el 98% de las empresas son pequeñas unidades familiares; es el partido del sector público en un país en el que la salud y la educación gratuitas hoy son una realidad y no un deseo, como en la mayor parte de América Latina; es el partido de la libertad religiosa, tanto para católicos como para protestantes, pero a la vez también es el partido del deporte, la cultura, la familia, la libertad sexual, los derechos de las mujeres, el medioambiente y todos los espacios de la vida social. ¿Por qué? Porque la oposición golpista desde el año 2007 a la fecha solamente se ha dedicado a su agenda antisandinista, a oponerse a todo de la manera más fanática y a desechar todos los procesos electorales como “farsas” cuando en realidad han sido infinitamente más limpios que en los 17 años de la negra noche neoliberal.
El cuarto y último elemento a tener en cuenta es el siguiente: El somocismo no era solo la dictadura de la familia Somoza, era la dictadura de dos partidos, el Partido Liberal y el Partido Conservador. La dictadura somocista era una dictadura libero-conservadora. Muy tarde, en los años 60 del siglo pasado, la oligarquía conservadora comenzó a desmarcarse del somocismo porque se vio amenazada por el monopolio económico de la familia Somoza, pero siempre pensó en recuperar sus viejos fueros como dueña y señora de la finca colonial que según ella era Nicaragua. Según ese sistema, ambos partidos se repartían los asientos en la Asamblea Nacional y en todos los tribunales del país, siempre con mayoría para el partido del dictador. En ese sistema somocista, la hoy “heroína de los derechos humanos” de las ONG europeas en Nicaragua, la señora Vilma Núñez de Escorcia, fue jueza. Similarmente, la representante de la “sociedad civil” a la medida de la ONG estadounidenses y europeas, Violeta Granera, hija del senador somocista Ramiro Granera, viene de una familia archisomocista por más que hoy en día intente ocultarlo diciendo que en su momento apoyó la lucha sandinista (lo que es falso). El presidente favorito de la “revolucionaria” exembajadora Eva Zetterberg, Enrique Bolaños Geyer, viene de una de las familias más somocistas del país, ligadas al viejo Partido Liberal que luego se convirtió en el partido Liberal de Somoza para finalmente, en los años 80 y 90, convertirse en el Partido Liberal Constitucionalista del tan denostado (y corrupto) Arnoldo Alemán.
Por cierto, Arnoldo Alemán, de quien nadie disputa el hecho de que sea un corrupto de altísimo vuelo, solo se convierte en un ser malvado en los ojos de Halkjaer, Zetterberg y los golpistas vernáculos, si hace algún tipo de acuerdo con Daniel Ortega. Sin embargo, por un lado, no es el único corrupto de Nicaragua, ya que Eduardo Montealegre, por ejemplo, fue el responsable del caso de los Cenis, una quiebra bancaria que le hizo perder sus ahorros a lo poco que quedaba de clase media en el país. Por otro lado, si Alemán es tan malo, ¿cómo es posible que prominentes figuras del golpismo «autoconvocado» sean o hayan sido miembros de su partido PLC, como por ejemplo, el operador de la Usaid Félix Maradiaga (que sirvió en el Ministerio de Defensa bajo el Gobierno de Alemán y luego del de Bolaños) y el mal llamado «líder anticanal» Medardo Mairena que es concejal de ese partido? El problema no es con quién Daniel Ortega supuestamente se alía o deja de aliarse, el problema es que el FSLN sigue una hábil política de maniobras con el fin de aumentar sus probabilidades de llegar al poder. En realidad, la demonización de Alemán le sirve a los golpistas para desviar la atención sobre sus propias raíces somocistas, pero su falta de proyecto de país los delata: No tienen nada que proponer. Tuvieron 16 años para gobernar el país y casi lo destruyeron. Al obligar al pueblo nicaragüense a votar bajo chantaje en 1990, los Estados Unidos forzaron una situación en la que el poder político quedó en manos de una pandilla de delincuentes. El Frente Sandinista, con su poderoso movimiento de masas y su control de las armas, en más de una ocasión pudo haber montado un golpe de Estado, pero no lo hizo por la convicción de que no es con golpes de Estado que se construye una nación y de que solo las mayorías políticas son las que producen cambios duraderos.
De participar en ese brebaje neosomocista que es el golpismo fracasado en Nicaragua no se escapan algunos renombrados exsandinistas que traicionaron a su pueblo o que tal vez todo el tiempo estuvieron en el Frente Sandinista como quinta columna de los Estados Unidos. Tal es el caso del expresidente del mal llamado “Movimiento Renovador Sandinista”, Edmundo Jarquín, que durante la dictadura de Somoza fue dirigente de UDEL, el brazo político de la oligarquía conservadora que hasta el último momento luchó por que la dictadura fuera reemplazada por un “Somocismo sin Somoza”. En realidad, todo el universo de los operadores golpistas gravita en torno al retorno al somocismo, que no es otra cosa que el retorno al país que era una finca en la que las oligarquías libero-conservadoras se repartían las reses y los indígenas bajo la mirada complaciente de la potencia colonial de turno. Esa Nicaragua se acabó el 19 de julio de 1979 y no volverá jamás.
El derrotado y mal llamado “golpe suave” fue una traición a gran escala contra el pueblo nicaragüense. El Frente Sandinista regresó al gobierno tras las elecciones de 2006 por dos grandes razones: La primera, por la insatisfacción general de la población con el modelo neoliberal y la segunda, por la incapacidad de la clase política neosomocista de poner a un lado sus apetitos personales de poder y diseñar algún tipo de política nacional. Hay que recordar que a inicios del nuevo siglo, y antes de que el comandante Daniel Ortega asumiera la presidencia, nada funcionaba en Nicaragua: No había agua, no había luz, no había transporte, la educación y la salud estaban privatizadas, 8 de cada 10 personas ganaba menos de dos dólares al día, y la economía estaba estancada, con ritmos mínimos de crecimiento. Hasta los ricos estaban perdiendo dinero por culpa de las políticas neoliberales recesivas.
En esas condiciones, el clamor general de la población no era contra el capitalismo sino a favor de algo que realmente funcionase para salir de la pobreza. En esos momentos de crisis aguda del modelo neoliberal era factible creer en un acuerdo con algunas de las 12 familias de oligarcas con activos por cien o más millones de dólares que controlan en gran capital en Nicaragua. Es totalmente falso lo que afirma Halkjaer en el sentido de que la familia Ortega-Murillo controla enormes cantidades de recursos, eso es una fábula. Lo cierto es que el riguroso estudio del expresidente del Banco Central Francisco Mayorga, “Megacapitales de Nicaragua” daba la siguiente lista en el año 2007 (y que aún hoy en día es válida): Pellas Chamorro, Chamorro Chamorro, Lacayo Lacayo, Baltodano Cabrera, Ortiz Gurdián, Zamora Llanes, Coen Montealegre, Lacayo Gil, y los residentes en el exterior Ernesto Fernández Holmann, René Morales Carazo, José Ignacio González Holmann y Jaime Montealegre Lacayo. Todos ellos hoy son apellidos de una u otra manera vinculados al mal llamado “golpe suave”.
Estos megacapitales, que nacieron a la sombra de la dictadura somocista, en los años 80 del siglo pasado en su mayoría emigraron hacia los paraísos fiscales donde a la sombra de la especulación financiera y el abundante lavado de dinero de la droga de Miami crecieron hasta escalar varios peldaños en la liga centroamericana del poder económico. Eran la oligarquía libero-conservadora transformada, de oligarquía agroexportadora durante el somocismo en oligarquía financiero-especulativa durante el neoliberalismo. Con la Revolución de 1979 esos sectores perdieron el Estado-protectorado del que habían gozado hasta entonces. Con la expropiación de los bienes del somocismo, y aunque esta redistribución de la riqueza fue revertida después de 1990, emergieron los sectores populares como sujetos, no solo sociales y políticos, sino también económicos. Las duras luchas por la tierra libradas después de 1990 por las bases sandinistas, las de la Contra y las de ambos grupos en conjunto, resultaron en que los trabajadores del campo y la ciudad lograron retener muchas fincas y terrenos. Sectores enteros de la economía que no eran atractivos para los capitales especulativos pasaron a ser propiedad de la micro, pequeña y mediana empresa familiar y asociativa.
Fue así, con el mandato ciudadano de buscar una alternativa para salir de la pobreza, que se entabló una alianza entre el Gobierno sandinista y algunas (no todas) de esas 12 familias de oligarcas. Fue una alianza necesaria para el país, que le trajo una década de paz y prosperidad nunca antes vista de 200 años de historia independiente al punto tal que la Nicaragua de hoy en día es otro país que la Nicaragua de 2006 convirtiéndose en uno de los países de América Latina que más redujo la pobreza. Esa alianza se basaba en amplias facilidades para la empresa privada con un acuerdo de aumentar la (entonces inexistente) progresividad fiscal y acuerdos periódicos y regulares con los sindicatos para revisar el salario mínimo aumentando los niveles de consumo de la población pero sin descuidar la rentabilidad de las inversiones. Asimismo, y dentro de ese modelo, la gran empresa tendría participación en la definición de todas las políticas (obviamente, no siempre imponiendo sus puntos de vista). A cambio, el Estado, por medio de todo tipo de arreglos internacionales, incluyendo al ALBA, gestionaría fondos para realizar obras de inversión en todos los sectores, especialmente en la energía, las obras de infraestructura, el desarrollo agrícola, etcétera.
También, por su parte, el Gobierno sandinista aprovechó esa década de paz para empoderar económicamente a los sectores populares que habían accedido a tierras y terrenos durante las décadas anteriores. Por ejemplo, solo entre 2007 y 2018 se entregaron 100 mil títulos de propiedad y actualmente y hasta el 2021 se está trabajando en entregar otros 100 mil títulos, con lo que se le da seguridad jurídica a cientos de miles de nicaragüenses. El sector de la Economía Popular hoy en Nicaragua responde por el 80% del empleo, cerca de la mitad del PIB y el 60% del ingreso bruto disponible. Controla la producción de alimentos, que en Nicaragua en un 90% no hace falta importar porque son producidos en el país. También controla servicios clave como el transporte colectivo, urbano y rural y actividades económicas tan estratégicas para el país como el turismo.
Aparte de inversiones en sectores como la energía y la construcción, la oligarquía durante todos esos años en su mayor parte se dedicó a fortalecer su papel importador y especulativo alienándose cada vez más de la economía real del país, en la que los sectores populares de micro, pequeños y medianos empresarios (individuales, colectivos, familiares y comunitarios) iban alcanzando un peso cada vez mayor. En realidad, ese sector de la economía popular más el Estado y los inversionistas extranjeros eran los que garantizaban casi todo el empleo en el país mientras que la oligarquía era la que se llevaba la mayor parte de la riqueza generada. Siempre trataron de pagar la menor cantidad de impuestos posible, y el verdadero problema con la reforma de la Seguridad Social en el país, no era que fuera un paquete neoliberal contra la población, sino que la burguesía nicaragüense no quería aumentar su cuota de las aportaciones. Es una gran mentira que Halkjaer repite en su artículo, el que esta reforma fuese a beneficiar a los ricos. Es cierto que bajaba en un 5% las jubilaciones, pero a cambio de esto daba a los jubilados cobertura en medicamentos y garantizaba las pensiones de aquellos que no tenían suficientes años trabajados (una variante de lo que en Suecia se llama “garantipension”). A cambio de esto se aumentaban las aportaciones de los trabajadores con mejores salarios así como las de las grandes empresas de la oligarquía.
En realidad, la gran burguesía de Nicaragua nunca quiso cumplir su parte del trato y pagar impuestos. Hoy en día hay razones para sospechar que esta oligarquía traicionó a toda la sociedad al no cumplir su parte del trato y más bien conspirar durante largo tiempo para derrocar al Gobierno con el que supuestamente estaba en alianza y del que sacaba fabulosas ganancias. Aparentemente, las grandes familias de oligarcas razonaron que preferían un país en ruinas con jugosos dividendos monopólicos que un país próspero y desarrollado productivamente. Se equivocaron, se lanzaron a la aventura golpista que planificaron sectores de poder estadounidenses y europeos, y perdieron. Creyeron que aún controlaban un país que ya había cambiado profundamente frente a sus narices.
La década de alianzas entre sectores del gran capital y el Gobierno sandinista fue muy positiva para Nicaragua y para el pueblo nicaragüense, y le otorgó fuertes mayorías políticas gracias a sus logros, pero trajo también sus costos. Uno de ellos fue la relativa despolitización de la sociedad. Decimos que esta despolitización fue relativa, porque la respuesta popular al golpe en realidad mostró que el pueblo comprendió cabalmente de los intereses en pugna. El pueblo nicaragüense en realidad, y a causa de su historia, tiene un elevado nivel de conciencia política. Sin embargo, la alianza con sectores del gran capital llevó a muchos a creer que la política económica del Gobierno era la política de esos sectores. El partido en ciertos casos perdió dinamismo, se “aflojó”, cayó en dinámicas autocomplacientes, fue infiltrado por los golpistas y perdió contacto con sectores de la juventud que habían sido designados como prioritarios por los estrategas del golpe.
Antes de continuar con este análisis, debemos dejar claro que la versión de Halkjaer sobre una rebelión popular en contra del Gobierno sandinista es una fábula. No hubo miles de muertos y heridos. No hubo represión con bala viva de la Policía contra estudiantes desarmados. Los golpistas no estaban desarmados. Los primeros muertos ni siquiera fueron manifestantes antigubernamentales. La Policía Nacional, hija de la Policía Nacional Sandinista de la década de los años 80, primero se corta una mano que torturar a alguien. Lo que tuvo lugar no fue una rebelión espontánea sino una conspiración largamente preparada. Quien quiera las evidencias de estas afirmaciones, que consulte el libro “Nicaragua 2018”.

Contrario a la versión de los golpistas, a través de estadísticas de diversas fuentes en incontables visitas y entrevistas con las víctimas la Comisión de Verificación, Justicia y Paz ha logrado constatar 253 muertes confirmadas en conexión con el golpe. De esas, 48 fueron identificadas como sandinistas y 22 como oficiales de la Policía. Solo 31 muertes pudieron ser confirmadas como pertenecientes a los grupos opositores. Del total de muertos, en 152 casos no se pudo constatar su afiliación política, y se estableció que 140 de las muertes ocurrieron en conexión con los cientos de tranques puestos por los golpistas, en los que se cometió todo tipo de crímenes, desde robos y violaciones hasta secuestros y asesinatos. Las cifras de 400, 500, 1000 y más muertos que han aparecido en los medios son fabricaciones, generalmente debidas a que los medios y las ONG golpistas tomaban cualquier muerte que ocurriera en el país, así fuera una pelea entre borrachos, un choque o un ataque al corazón de una persona en la tranquilidad de su hogar, como producto de la represión estatal.
Hay que decir que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos jugó un papel totalmente parcial en su visita a Nicaragua. Sus funcionarios eran miembros de las mismas comisiones tóxicas de Derechos Humanos que formaban parte del plan golpista. Sus personeros, como el señor Paulo Abrāo, en su visita al país realizaron arengas a favor de la oposición y se negaron a oír las quejas de los sandinistas. Organismos como Amnistía Internacional jugaron un papel bochornoso, por ejemplo, como cuando Bianca Jagger se hizo eco de la totalmente falsa información de que había una avioneta fumigando veneno contra la población de Masaya. Otro tanto hicieron los medios occidentales, con casos emblemáticos como el de una de las reporteras estrella de la cadena Univisión posteando selfies en su cuenta de Twitter con los emblemas de los golpistas.
El 18 de abril no hubo ningún muerto, ni estudiante ni de otro tipo. Esa fue parte de la campaña de desinformación del plan golpista. Las primeras cuatro víctimas mortales del golpe ocurrieron el 19 de abril, no eran opositoras ni eran estudiantes. Fueron Hilton Rafael Manzanares, policía asesinado en el sector de la Upoli; Richard Pavon Bermúdez, adolescente miembro de la Juventud Sandinista asesinado defendiendo la alcaldía en Tipitapa y Darwin Manuel Urbina, trabajador del Palí muerto en las cercanías de la Upoli a causa de una bomba (lo confirma un reciente vídeo del momento del crimen) y Cristian Emilio Cadenas, militante de Juventud Sandinista asesinado durante al quema del Centro Universitario CUUN en León el 20 de abril.
En las universidades, después de los primeros tres días de protestas, y tras el anuncio del presidente Daniel Ortega del retiro de la entonces criticada reforma del INSS, dejaron de haber estudiantes y fueron ocupadas predominantemente por activistas golpistas de la derecha, gente en muchos casos adulta, miembros del mal llamado “Movimiento Renovador Sandinista”, cuadros de ONG financiadas por la Usaid y bandas delincuenciales.
Durante 17 días, del 23 de abril al 10 de mayo, la oposición organizó tres grandes marchas y en ellas no hubo un solo muerto reportado por ninguna de las partes. Solo en la Universidad Politécnica Upoli el 8 de mayo fue asesinado un ciudadano de un disparo en el cuello proveniente de un arma hechiza. ¿Por qué reanudaron las muertes de manera súbita el 9 de mayo? Fue en relación a la decisión del Gobierno de ordenar a todas las fuerzas policiales a acantonarse en sus barracas producto de los diálogo. La oposición golpista, por su parte, no cumplió con su palabra de desmontar los tranques. La verdadera masacre de ciudadanos comenzó a partir de ese momento y fue entonces que los golpistas mostraron su verdadero rostro.
Al inicio nadie sabía exactamente qué creer. ¿Había disparado realmente la Policía contra los estudiantes? ¿Era cierto que la Juventud Sandinista estaba reprimiendo a la población? ¿No era acaso un atropello bajarle la jubilación a los pobres viejitos? A las primeras manifestaciones organizadas por los golpistas fue mucha gente, incluso hubo sandinistas que fueron, especialmente porque eran llamadas en nombre de la paz por los obispos, algunos de los cuales se pensaba querían jugar un papel mediador, pero pronto se vio que no era así. A través de las propias primeras sesiones del diálogo, que por cierto fue llamado por el Gobierno, se vio que el objetivo de los golpistas era destituir al Gobierno, y eso no contaba con una mayoría de la opinión pública. Las manifestaciones de la oposición golpista al inicio fueron grandes, pero no tan grandes: entre 50 y 100 mil personas. Lo que no cuenta gente como Halkjaer es que luego de las comparecencias del presidente Daniel Ortega en los medios el 21 y 22 de abril comenzaron las primeras grandes manifestaciones a favor del Gobierno sandinista en Managua, de 30 mil, 50 mil y más personas, no una sino varias veces a la semana, cada vez con más participación ciudadana.
Nicaragua tiene 6.5 millones de habitantes y Managua, su capital, tiene al menos 1.6 millones, un poco más que el área metropolitana de Estocolmo. Quien diga que una revuelta de 2 mil autónomos en el centro de Estocolmo rompiendo vidrieras significan un levantamiento popular contra el sistema sería calificado de loco. Eso más o menos es lo que sucedió, por ejemplo, cuando turbas en Managua convocadas por Internet fueron a derribar algunas de las estructuras metálicas ornamentales de 20 metros de alto conocidas como Árboles de la Vida. Nunca hubo, como dice Halkjaer, una manifestación popular rodeando el edificio del INSS. Lo que sí hubo fueron unos mil o dos mil, en su mayoría pensionistas, que fueron a defender el edificio del seguro social y fueron acorralados por grupos armados de lanzamorteros, armas hechizas pistolas, etcétera, que amenazaban con ir a quemar el local.
La población en general no quería violencia. En muchos lugares, al ver la llegada de pandilleros al barrio a montar tranques mucha gente se escondió en sus casas, pocos se atrevieron a hacer resistencia. No eran grandes grupos de manifestantes de la derecha buscando quemar las casas de los sandinistas sino más bien piquetes de sujetos armados y apertrechados los que sembraron el terror, por ejemplo, en casas del barrio indígena de Sutiava que intentaron quemar. Poco a poco, las estructuras de sandinistas en los municipios se fueron organizando para resistir los taques de los grupos golpistas que en el languaje popular recibieron el apodo de “zombis” y “vampiros” porque solo salían al caer la noche buscando como hacer el mal (por eso la referencia mal citada de Halkjaer a la vicepresidenta Rosario Murillo que ciertamente les llamó vampiros en una de sus alocuciones).
Poco a poco la población, que en un inicio no sabía qué creer, dada la enorme cantidad de rumores que circulaba, terminó exigiendo que la Policía abandonara sus barracas y levantara los tranques en todo el país, lo que ocurrió en un período bastante corto dada la falta de apoyo popular de los golpistas. Tan pronto la situación de seguridad se comenzó a aclarar las calles se llenaron de banderas sandinistas y la gente ni siquiera esperó que viniera la Policía a levantar los tranques sino que empezaron ellos mismos a desmontar las barricadas que los golpistas, ahora en retirada, habían construido.
Sobre los denominados “paramilitares” existe una grosera campaña de mentiras. En primer lugar, en la legislación nicaragüense existe la Policía Voluntaria, una institución que ha existido desde los años 80 y que es parte del exitoso modelo de seguridad ciudadana que la ha valido al país tantos elogios –hasta de Suecia. Sí hubo ciudadanos civiles que apoyaron a la Policía a levantar los tranques. Y sí es cierto que llevaban máscara, igual que todas las fuerzas de seguridad del mundo (incluso las de Suecia), especialmente tomando en cuenta que los golpistas tenían por hábito amenazar a las familias de todos los policías y de todos los sandinistas. Es una absoluta mentira que la Juventud Sandinista estuviera involucrada en actividades de represión, ni contra estudiantes ni contra la población en general: No estaba entrenada en ningún tipo de actividades de lucha callejera, su trabajo desde que el FSLN retornó al Gobierno ha sido participar en programas sociales, culturales y deportivos en beneficio de la población, por ejemplo, organizando festivales, llevando láminas de zinc a afectados por las lluvias o participando en jornadas de limpieza. Sí existe abundante evidencia de que los golpistas se vestían con camisetas de la JS para realizar actividades de bandera falsa con el fin de culpar al Gobierno.
De mayo-junio a diciembre Nicaragua vivió un período de intensas movilizaciones políticas. En Managua se sucedían las manifestaciones de apoyo al FSLN que cada vez eran más masivas. El 19 de julio, 400 mil personas llenaron la Plaza de la Fe al tiempo que en cada cabecera departamental miles de personas celebraron el aniversario de la Revolución. Los golpistas, al señalar a todos los sandinistas, despertaron a un gran oso que estaba algo dormido, y con ese oso también han despertado a todo un pueblo. El período de juicios a los principales operadores del golpe fue un proceso de aprendizaje por medio del cual la población en su conjunto fue conociendo los detalles de lo que verdaderamente había sucedido. La huida en masa de nicaragüenses al exterior de la que hablan propagandistas golpistas como Erik Halkjaer es una ficción. Las mismas autoridades costarricenses en voz baja han reconocido que la mayoría de los 60 mil solicitantes de asilo nicaragüenses que dicen tener en su territorio son personas que ya estaban en Costa Rica antes del golpe y no tenían papeles. El papel de Acnur en toda esta tragedia es especialmente bochornoso.
A inicios del año, ya con el país totalmente normalizado, el Gobierno accedió a unas negociaciones con la oposición golpista tendientes a su reincorporación a la vida cívica del país. Con el Nuncio Apostólico y un enviado de la OEA como garantes, así como con la colaboración de la Cruz Roja Internacional, se llegó a una serie de acuerdos que en la práctica solo el Gobierno cumplió, como la liberación de los presos y la repatriación de los exiliados (con el apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja). A todo esto, la oposición golpista se ha negado a condenar la Nica Act, una ley que promueve el veto de Estados Unidos a todo préstamo al desarrollo para Nicaragua en los organismos internacionales (curiosamente, a Erik Halkjaer se le olvidó mencionar esta ley en su artículo). También se ha negado a cumplir con el requisito de solicitar permiso formal para hacer manifestaciones tratando de generar situaciones de confrontación con la Policía que puedan utilizar con fines de propaganda en el exterior. Lo cierto es que no tienen fuerza para organizar nada porque no tienen apoyo.
Los golpistas buscaban un cambio de régimen, y ese cambio ha tenido lugar: Ya el gran capital no está representado en ninguna instancia consultiva del Gobierno y ha sido reemplazado por el Consejo Nicaragüense de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa (Conimipyme) que representa a la verdadera empresa privada del país. Ahora son los productores libremente asociados (como diría Marx) los que, en conjunto con los movimientos sociales y los sindicatos de asalariados, discuten todos los temas importantes, desde el salario mínimo hasta las políticas sociales.
El país se está recuperando. Para este año se espera haber frenado el grave daño económico causado por el “golpe suave” para en 2020 retomar la senda del crecimiento. Cabe destacar que no hay ninguna señal de caos en los precios ni en los tipos de cambio, lo que sin duda habría sucedido si la narrativa de los golpistas sobre que “nada está normal” fuese cierta. En cuanto a los golpistas, se irán extinguiendo de a poco en toda su insignificante estridencia, no importa cuánta ayuda reciban de Gobiernos europeos o de Estados Unidos. Las elecciones del 2021 cumplirán con los más exigentes estándares en la materia, pero lo más probable es que igualmente sean boicoteadas por los golpistas. No importa, no es por ellos que se celebran las elecciones, sino por el pueblo. Más de 6.000 comisiones de paz en todo el territorio nacional, formadas por líderes comunitarios, pastores y religiosos se encargan de brindar asistencia psicológica, espiritual, social y económica a todas las víctimas de uno u otro bando. Hay un programa de viviendas que lleva el nombre de Bismarck Martínez, sandinista secuestrado, torturado y asesinado por los golpistas, que está garantizando 50 mil viviendas dignas a personas de los sectores más humildes. Antes del 2007 solo el 45 por ciento de las familias nicaragüenses disponían de energía eléctrica. Hoy ya andamos por el 97%. La cobertura de agua potable y saneamiento en el campo y la ciudad se han duplicado del 2007 a la fecha. Tal vez otros puristas tengan criterios más refinados y estrictos para una revolución, pero para pueblos que llevan 500 años de espera y resistencia, esos resultados son de los que vale la pena luchar y sacrificarse para obtenerlos.
A la ola de derecha en América Latina ya no le queda mucho tiempo. Con México y Argentina bajo administraciones progresistas, a los Estados Unidos les será muy difícil seguir usando a la OEA como dócil “ministerio de colonias”. Los gobiernos neoliberales en América Latina están sostenidos por soportes muy débiles, no pueden ofrecer nada distinto, sino peor, a aquello que ofrecían hace 20 años y que provocó una ola que los barrió del mapa. Estados Unidos va hacia la peor crisis de toda su historia. Por su parte Nicaragua, segura de sus raíces sandinistas y con un proyecto claro de qué es lo que quiere para el futuro, se prepara para navegar las inciertas aguas de este siglo XXI en las puertas de la crisis terminal del imperio estadounidense, pegada a la tierra y priorizando lo importante: su gente. Dijo Martin Luther King: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo hoy todavía plantaría una flor”, y eso mismo hace el pueblo nicaragüense. No sabemos qué va a pasar mañana con el mundo. Por eso Greta Thunberg en Suecia llama a hacer huelga en las escuelas. Mientras tanto, también en Suecia, pseudoperiodistas como Erik Halkjaer y tristes exembajadores como Eva Zetterberg se dedican a agredir a los pueblos que son víctimas de la inmoral injusticia climática que impera en el planeta.
Duele escribir sobre Suecia, esa Suecia que se está despeñando hacia el fascismo con cada día que pasa, esa Suecia traicionada por una socialdemocracia que hace mucho, mucho tiempo, en 1982, votó a favor de una «noche maravillosa» [nombre dado a una reforma fiscal neoliberal] para los especuladores de la bolsa y que desde entonces mató a Olof Palme y a mucha más gente valiosa. Esa Suecia del Lasermannen (1), del «drag under galoscherna» (2), del «bevara sverige svenskt» (3) que hoy se han convertido en «hushållsnamn» [“expresión en boca de todos”], esa Suecia que hoy tiene que elegir entre ser de la OTAN o plegarse al fascismo (¿Cuál es la diferencia?) y donde el antirracismo ha sido degradado a elegir entre Nyamko Sabuni y Mauricio Rojas [políticos de derecha con raíces inmigrantes], y donde hablar de sionismo es sinónimo de antisemitismo. Esa Suecia de antiguos comunistas que hace mucho se quitaron la «K» [de “kommunist”] y de otros que quieren usar la «K» como pretexto para ponerse el traje gris de las «fasci di combattimento». A nosotros nos duele mucho, porque la Suecia de Palme ayudó mucho al pueblo nicaragüense. No nos ayuda a entender que Antonio Gramsci nos explique que es un problema de hegemonía: La hegemonía del gran capital financiero, de esa «pequeña y hambrienta bestia imperialista», de la que hablaba C.-H Hermansson (4), (otro que también se supo «adaptar a los tiempos»). Si vamos a hablar de traiciones, no hay pueblo más traicionado y defraudado que el sueco.

Notas:
(1) Lasermannen: Asesino en serie que a inicios de los años 90 mató e hirió gravemente a inmigrantes con una pistola láser.
(2) Drag under galoscherna: “Zuecos con agarre”. Lema del movimiento xenófobo “Nueva Democracia” en los años 90.
(3) Mantengamos a Suecia Sueca: Movimiento racista sueco de los años 80.
(4) C.-H Hermansson: Secretario general del Partido Comunista de Izquierda (VPK) sueco en los años 60. Hizo varios estudios sobre el imperialismo sueco y sobre las 15 familias que en esos momentos controlaban el poder económico en Suecia. Falleció en 2016, lejano a las ideas antiimperialistas que mantuvo la mayor parte de su vida.

 

 


Opinión /