Kintto Lucas •  Opinión •  26/08/2019

Laicidad, laicismo y socialismo como expresión del pueblo

En el mercado de los seres humanos se cambió el significado de las palabras. Tal vez sería bueno comenzar a buscar el sitio donde quedaron escondidos los significados, y rescatar los principios éticos que algún día fueron la esencia misma de las relaciones sociales. Rescatar los principios y el significado de palabras desde su reivindicación y desde su práctica como libertad, revolución, liberación, entre tantas. Rescatar los principios y el significado de palabras como laicidad, por ejemplo.

La palabra laicidad, como el término laicismo, derivan de laico pero, obviamente, laico, laicismo y laicidad no son lo mismo. Etimológicamente, «laico» deriva del griego «laos», que significa «pueblo», y de «ikos», sufijo que denota «pertenencia a un grupo”. O sea que laicos deberían ser aquellos que pertenecen al pueblo, o mejor que son parte del pueblo. O sea que para ser laico un gobierno o, mejor aún, un Estado, debería ser parte del pueblo. Aunque suene a utopía así debería ser para asumir el significado real del término.

En todo caso, volviendo a la Antigua Grecia, la expresión «laico» se usaba en referencia a la población común en cuanto grupo de personas diferenciado de los gobernantes. Sin embargo en las primeras traducciones de la Biblia hebraica al griego la palabra laico comienza a ser utilizada en tanto algo que “no es consagrado a Dios». Así, por ejemplo, el «pan laico» o el «territorio laico» en contraste con el «pan consagrado» o el «territorio consagrado».

Simultáneamente y poco a poco, la comunidad cristiana comienza a usar la palabra «laico» en referencia a los fieles que no ejercen un ministerio en la comunidad. Recién hacia la Edad Media los laicos, en el sentido de «fiel no consagrado al ministerio cristiano» dejan de ser una categoría sociológica para convertirse en una categoría religiosa.

La palabra «laicismo» por su parte expresa la reacción a un largo proceso de desvalorización de lo laico y de intransigencia e intervención de las autoridades eclesiásticas en los asuntos civiles. El laicismo profesa la autonomía absoluta del individuo o la sociedad respecto a la religión, la cual pasa a ser un asunto privado que no ha de influir en la vida pública.

Si asumiéramos la palabra laico para mencionar al pueblo, laicismo debería ser la reivindicación del pueblo en lo político, social y económico, la reivindicación del pueblo con toda su diversidad, respetando toda su diversidad.

La laicidad por lo tanto debería ser un marco de relación que coloca al pueblo en lo social, político y económico por encima de los poderes establecidos, desde la diversidad pero en igualdad. Debería ser la norma de convivencia de la democracia, o sea del gobierno del pueblo.

Entonces si bien la laicidad ha sido reivindicada como una opción del liberalismo, a veces hasta dejada de lado desde el socialismo, yo me atrevo a decir, sabiendo que muchos no estarán de acuerdo, que la laicidad, asumiendo su categoría sociológica podría ser, debería ser, norma de convivencia de una democracia socialista, de una democracia que radica en el pueblo, y en la cual el poder está en el pueblo. Entonces, laicidad, laicismo y socialismo, asumidas como expresión del pueblo, pueden, y deben, ser parte de la misma construcción social diversa e intercultural.

La laicidad es garantía de respeto al semejante y de ciudadanía en la pluralidad. O dicho de otra manera: la laicidad es factor de democracia.

Si la democracia es, entre otras cosas, dignidad humana, autonomía y capacidad de decisión, la laicidad es generar las condiciones para que la gente decida por sí misma en un marco de dignidad.

La laicidad no es incompatible con la religión. Ser o no religioso es un derecho. En todo caso es importante debatir más sobre la laicidad. Pero una cosa es la polémica y otra es el griterío, como decía un amigo. Una cosa es debatir sobre la laicidad en tanto marco siempre perfectible de relación entre los ciudadanos y otra, bien diferente y deplorable por cierto, es gritar en nombre de la laicidad o en contra de ella. Digo esto porque en nombre o en contra de la laicidad se grita mucho. También se calla mucho, justo es decirlo; en unos casos pretendiendo fortalecerla y en otros intentando exactamente lo contrario, como decía el Presidente de Uruguay, Tabaré Vásquez en una conferencia en julio de 2005  

En todo caso, se falta a la laicidad cuando se impone a la gente; pero también se falta a la laicidad cuando se priva a la gente de acceder al conocimiento y a toda la información disponible para poder discernir por si misma.

La laicidad no es empujar por un solo camino y esconder otros. La laicidad es mostrar todos los caminos y poner a disposición de los ciudadanos y ciudadanas los elementos para que opten libre y responsablemente por el camino que prefieran.

La laicidad no es la indiferencia del que no toma partido. La laicidad es asumir el compromiso de la igualdad en la diversidad. Igualdad de derechos, igualdad de oportunidades, igualdad ante la ley, igualdad… La laicidad como doctrina que reivindica al pueblo no es un muro, es un puente que debe unir. Por lo tanto, pone por encima de todo al ser humano. Una doctrina que reivindica al pueblo como líder de un proceso debe poner por encima de todo al ser humano. ¿Qué laicidad puede existir en una sociedad donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen poco? ¿Que laicidad puede existir en una sociedad desigual?¿Qué laicidad puede existir en la guerra? ¿Qué marco de relaciones sobre bases de igualdad hay en una sociedad fragmentada? ¿Qué puede significar la laicidad para quienes sobreviven en la pobreza o en la miseria? ¿Es posible la laicidad en un mundo donde la libertad se compra y se vende en el libre mercado? ¿Es posible la laicidad en un mundo dominado por los asuntos privados y el individualismo e importan poco o nada los intereses colectivos?

Volviendo a la laicidad como categoría religiosa, en América Latina, como en muchos países con hegemonía católica, la construcción de un régimen de laicidad requirió de un laicismo combativo para poder generar un espacio de libertades, en un contexto de enfrentamiento entre los postulados del liberalismo político y la intransigencia doctrinal de la jerarquía católica, como señala el investigador Roberto Blancarte.

Los nuevos países independientes de América Latina se verían atrapados casi desde sus inicios en una lógica de confrontación. Dos siglos después, si bien esta lógica de enfrentamiento no ha desaparecido completamente, está siendo remplazada por formas de gestión de lo religioso más acordes con el reconocimiento de una pluralidad de creencias, de la necesidad de respetar los derechos humanos y la libertad de conciencia, así como de impulsar una gestión más democrática de la vida política. Sin embargo, esta transición no necesariamente conduce a la laicidad.

En buena medida, la laicidad, defendida por el laicismo, adquirió un carácter combativo y anticlerical en particular en los países de tradición latina, aproximadamente entre 1850 y 1950. De allí que la laicidad, en América Latina por ejemplo, haya tenido que construirse en oposición a la Iglesia Católica.

Desde ese punto de vista, la laicidad está entonces estrechamente emparentada con el liberalismo, con la separación de esferas entre lo religioso y lo político, con la tolerancia religiosa, con los derechos humanos, con la libertad de religión y de creencias y con la modernidad política, sin asimilarse a ninguna de éstas.

En términos funcionales, la laicidad es un régimen de convivencia diseñado para el respeto de la libertad de conciencia, en el marco de una sociedad crecientemente plural y que reconoce, o debe reconocer, la diversidad existente. El Estado Laico es en consecuencia un instrumento jurídico-político concebido para resolver los problemas de la convivencia en una sociedad plural y diversa.

El chileno Enrique Silva dice que el nacimiento del laicismo está marcado por la necesidad de evitar que el manejo de la sociedad, a través del Estado, quedara sumido bajo arbitrio confesional. Quienes enarbolaron por primera vez las banderas del laicismo lo hicieron respondiendo a la urgencia de impedir que la cuestión social fuera sometida por la visión dogmática. Y el propio nombre del laicismo obedece a subrayar la calidad laica, sin conexiones con instituciones religiosas, que debían tener aquellos que manejaban las cuestiones públicas.

“Desde las luchas que se iniciaron allá por la segunda mitad del siglo XIX, hemos recorrido largo trecho. Sin embargo, el atractivo del poder obnubila constantemente a quienes, por abrazar una fe, creen poseer la verdad, y desean ejercer la influencia religiosa sobre las sociedades”, comenta Silva.

En ese sentido, la imposición religiosa sobre el aborto y el matrimonio igualitario, por ejemplo, que son parte de una realidad social diversa, significa someter la convivencia colectiva a la visión dogmática de la religión. Esa imposición es parte de un dogma que va contra la laicidad.

Años antes de la ponencia de Silva, en agosto de 1971, el ex presidente chileno Salvador Allende decía que “los hombres sin ideas arraigadas y sin principios, son como las embarcaciones, que perdido el timón, encallan en los arrecifes”. Además reivindicaba la necesidad de que los pueblos deben “vivir el contenido de palabras tan significativas como fraternidad, igualdad y libertad.

“Hemos sostenido que no puede haber igualdad cuando unos pocos lo tienen todo y tantos no tienen nada. Pensamos que no puede haber fraternidad cuando la explotación del hombre por el hombre es la característica de un régimen o de un sistema. Porque la libertad abstracta debe dar paso a la libertad concreta. Por eso hemos luchado. Sabemos que es dura la tarea y tenemos conciencia de que cada país tiene su propia realidad, su propia modalidad, su propia historia, su propia idiosincrasia. Y respetamos por cierto las características que dan perfil propio a cada nación del mundo y con mayor razón a las de este Continente. Pero sabemos también, y a la plenitud de conciencia, que estas naciones emergieron rompiendo el correaje por el esfuerzo solitario de hombres que nacieron en distintas tierras, que tenían banderas diferentes, pero que se unieron bajo la misma bandera ideal, para hacer posible una América independiente y unida”, argumentaba Salvador Allende.

La integración suramericana que se fue gestando durante años, y que está siendo atacada desde el gobierno estadounidense y las oligarquías latinoamericanas es un factor de unidad real de los pueblos, si se basa en el laicismo, en la interculturalidad. La integración no es de forma sino de espíritu y propósitos, decía Simón Bolívar, y está íntimamente ligada a la construcción de un Nuevo Ser latinoamericano. Un ser dueño de sí mismo, capaz de conducir su propio destino como señalara José Artigas. La integración es como la imagen de estos luchadores, y junto a ellos está Eloy Alfaro.

El médico Hugo Noboa, vinculado a organizaciones sociales, señala en un artículo de hace algunos años que en el Ecuador las ideas de independencia nacional, libertad de pensamiento y expresión, tolerancia política y religiosa, laicismo, son caminos trazados desde la guerra de la independencia, que alcanzan su expresión más alta en el gobierno de Eloy Alfaro.

“Sin embargo, aun en el presente podemos decir que siguen constituyendo una utopía. Dicho de otra manera, todavía no ha entrado en plena vigencia el Estado Secular. Si bien, el liberalismo logró consolidar viejas aspiraciones como la abolición de la inquisición y de instituciones feudales como el concertaje, además de otras conquistas como la escuela pública o la libertad de imprenta, en materia de democracia no pudo o no pretendió cambios más importantes”, asegura Noboa.

“La Libertad, no se implora como un favor, se conquista como un atributo eminente al bienestar de la comunidad”, decía Eloy Alfaro en una esquina de la historia y luego agregaba: “Afrontemos pues resueltamente los peligros y luchemos por nuestros derechos y libertades hasta organizar una honrada administración del pueblo¨.

Afrontar los peligros y luchar por los derechos y libertades para establecer un gobierno del pueblo, significaba también liberar al pueblo de las cadenas políticas, económicas y religiosas. Quería decir además darle a ese pueblo la posibilidad de llegar a la educación, que era y es algo así como el primer paso a la igualdad. Para dar el primer paso a la educación del pueblo, para dar el primer paso a la igualdad, había que liberar la educación y desterrar las sombras que la mantenían presa. Para desterrar esas sombras era necesario hacer vivir el concepto de laicidad, construir y reconstruirlo en el camino… 

Lamentablemente, a la hora de hablar de olvidos políticos tenemos que mencionar que uno de los mayores olvidos es el de la laicidad. La laicidad en todo su contenido.

La laicidad es un marco de relación en el que los ciudadanos y ciudadanas pueden entenderse desde la diversidad pero en igualdad y, por lo tanto, construir una sociedad mejor. La laicidad es garantía de respeto al semejante y de ciudadanía en la pluralidad, o dicho de otra manera la laicidad es factor de democracia, de participación, de unidad en la diversidad, de interculturalidad, convivencia colectiva. La laicidad es el colectivo construyendo un camino más igual, y además es el propio camino. Desde la interculturalidad, la laicidad puede y debe generar las condiciones para que los latinoamericanos y latinoamericanas decidan por sí mismos en un marco de dignidad, y participen en la construcción de un continente más justo.

En todo caso, falta mucho para que asumamos una verdadera laicidad, ese marco de relación o pacto social que coloca al pueblo por encima de los poderes establecidos, desde la diversidad pero en igualdad.

 

Bibliografía:

Alfaro Eloy, A los habitantes del Ecuador, El Siglo, Quito, 5 de febrero de 1895.

Allende Salvador, Plancha pronunciada durante la Tenida del Gran Oriente de la Gran Logia de Colombia, con sede en Santafé de Bogotá, el día 28 de agosto de 1971.

Blancarte Roberto, Laicidad y laicismo en América Latina. Estudios Sociológicos Vol. XXVI. El Colegio de México, Ciudad de México. 2008.

Lucas Kintto, Rebeliones Indígenas y Negras en América Latina, Abya Yala, Quito, 1992.

Lucas Kintto, El arca de la realidad – de la cultura del silencio a wikileaks-, Varios textos, Ciespal, Quito, 2013.

Noboa Hugo, La vigencia de Eloy Alfaro, Quincenario Tintaji, Quito, junio 2005

Silva Cima Enrique, Laicismo y masonería, Ponencia presentada en el  Primer Seminario Latinoamericano de Laicismo, Santiago de Chile 27-30 Octubre, 2004.

Vázquez Tabaré, Discurso en la Gran Logia de la Masonería del Uruguay, Montevideo, 14 de julio de 2005.

_________

Nota: Hay textos de Kintto Lucas en internet que contienen párrafos de este texto. También hay textos de otras personas que incluso han tomado textos de Kintto Lucas sin ni siquiera mencionar el crédito. 


Opinión /