América Niño •  Opinión •  18/07/2019

Colombia. El vacío que dejan los líderes sociales

Colombia. El vacío que dejan los líderes sociales

Golpe a golpe han venido atacando a líderes del movimiento social, resquebrajando las organizaciones y procesos comunitarios que le siguen dando vida al campo y a los territorios urbanos desde la mirada colectiva y popular; a los asesinatos selectivos de líderes sociales se suman también capturas, seguimientos, hostigamientos, atentados, exilio y además los homicidios de ex combatientes de FARC y la persecución política a sus dirigentes.

Estos liderazgos independientemente de su corriente político ideológica, soportan la necesidad de construir escenarios de paz, condiciones de dignidad y autonomía de pueblos y comunidades, sin embargo, y a pesar de las luchas que llevan a cabo, son personas que dedican su vida a construir con otros mejores condiciones, porque comprenden las dinámicas de desigualdad del país y asumen un rol en la transformación social.

Reconocer el vacío que dejan los liderazgos obligados a abandonar sus procesos de base por cualquier circunstancia es esencial, pues ellos no son solo nodos funcionales en sus comunidades que se oponen a políticas o proyectos que representan un riesgo territorial, social, económico o cultural o quienes piensan y construyen con otros nuevas formas de habitar el territorio, sino que son por encima de todo personas que han sentido propias las desigualdades del mundo y han decidido como opción de vida no resignarse y crear procesos sociales en el barrio, vereda o territorio que habitan, porque  creen en los demás a pesar de la deshumanización de las relaciones en el sistema capitalista,  insistiendo en el amor eficaz como forma de lucha y como camino para enfrentar los problemas estructurales del país.

Si bien es cierto que los medios de comunicación masivos han entrado en el juego mediático de denunciar los asesinatos a los líderes sociales, también han decidido ignorar la persecución, hostigamiento y detenciones políticas de los mismos y esconder las razones de fondo que promueven estas acciones y a sus implicados. Pero no solo son los medios masivos – con quienes tenemos profundas diferencias políticas y metodológicas – sino que también algunos medios alternativos se han quedado solo en explicar lo que representan los asesinatos a líderes para el proceso de paz o para la biodiversidad en Colombia o el estado de los ríos y las fuentes de agua, que si bien es importante, optan por presentar esta problemática como una cifra creciente que amenaza a algunas comunidades específicas ignorando elementos vitales de carácter estructural y nuevamente presentando esta vulneración humana con números.

Vemos con amargura y algo de desesperanza una a una las noticias, comunicados e informes de DDHH y organizaciones sociales que nos cuentan cada asesinato, montaje judicial o exilio político, que deja profundas heridas en las personas y comunidades en donde estuvieron aquellos líderes. Antes de sus capturas en Centro Oriente les vimos a los ojos a Carlos Romero, Fredy Figueroa, Miriam Aguilar, Julián Gil, Hermes Burgos, Ferney Salcedo, Yulibel Leal, Jesús Leal, Teresa Rincón, Eliecer Rincón, Jerónimo Salcedo, Miguel Rincón, Carmen Salcedo… quienes hoy son víctimas del Estado y se encuentran privados de su libertad como resultado de montajes judiciales perversos. Hoy les recordamos con profunda admiración, para decirles desde el sentir colectivo, que les extrañamos, que nos hace falta su compromiso y amor, sus enseñanzas, sus debates y propuestas, que aquí seguimos soñando y construyendo el poder popular, que la semilla ha germinado y sigue echando raíces, que nada fue en vano y que defendemos su libertad e inocencia por encima de todo.

Hoy con un nudo en la garganta sentimos la necesidad de abrazarles en la distancia, de contarles cuánto hemos avanzado con las semillas que dejaron brotando en los territorios y cómo su partida nos inspira para seguir adelante, para pisar con firmeza en el territorio y evitar dudar sobre este tejido que cada vez se hace más fuerte. Hoy sabemos que como procesos de organización construimos la esperanza de poder vivir en un mundo nuevo y mejor, que estamos siguiendo su ejemplo y desnaturalizando el miedo porque sabemos que el amor es más poderoso que la violencia, porque creemos en lo que estamos construyendo y sabemos que la ilegalidad de la que se les acusa, no es más sino el terror creciente de quienes detentan el poder y nos ven como un riesgo para sus proyectos económicos, porque acá lo que hay es indignación, digna acción, organización y lucha.

Cuando las personas en las organizaciones son víctimas de alguna vulneración o señalamiento sucede algo particular, quienes están más cerca de los líderes comienzan un proceso de duelo muy profundo al encontrar sus espacios personales trasgredidos y sentir el riesgo propio cada vez más cerca. Sin embargo, todas estas caídas emocionales nos otorgan la razón; reunirse en torno a la exigencia de derechos como la salud, el territorio, la vivienda digna, la educación, las propiedades colectivas y comunitarias, la soberanía alimentaria… no son concierto para delinquir o apología al terrorismo ni rebelión, como han sido tipificadas en la fiscalía para frenar los procesos sociales, sino que responden a procesos de organización y al derecho constitucional a la protesta social, y eso es lo que defendemos en los territorios, nuestro derecho a decidir cómo queremos vivir, porque cuando se conocen y se ven las problemáticas ligadas a la desigualdad y su origen, se hacen necesarios los métodos de respuesta colectiva contra el establecimiento y para el buen vivir.

En los territorios y comunidades que los líderes y lideresas han dejado por su exilio o detención, no se agota la inspiración. Cada vez se encuentran nuevas razones para seguir creando un nuevo modelo económico, social y político que promueva la dignidad y la alegría y por eso es que resulta tan difícil no dejarse afectar por sus ausencias, porque lo que nos mantiene unidos es la fraternidad y el amor, la digna rabia y la esperanza, entender que ninguno puede ser reemplazado porque para construir este sueño colectivo hacen falta todas las manos, los corazones y los rostros de quienes dedicamos nuestra vida a la transformación.

Trochando Sin Fronteras


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