Michel E. Torres Corona •  Opinión •  19/06/2019

La crisis cubana: economía y manipulación

Desde hace meses se ha posicionado, en medios internacionales y en los sitios que tradicionalmente se encargan de difamar el proceso revolucionario, la matriz de opinión de que Cuba se acerca a un nuevo Período Especial. Circunstancias internas y externas han propiciado que este “análisis” haya prendido en la conciencia social, hasta el punto que la idea de una “crisis inminente” es algo que se discute cotidianamente, ya sea en el ámbito virtual como físico.

Una de las condicionantes externas ha sido la situación en Venezuela. A principios de 2019, el autoproclamado Presidente interino Juan Guaidó se erigió como cabeza visible de una nueva oleada reaccionaria contra la revolución bolivariana. Esto provocó un recrudecimiento de las condiciones económicas, sociales y políticas del que sin dudas es el principal aliado de Cuba, lo cual implicó una reducción en cuanto a las cuotas de importación de petróleo y otros bienes de valor estratégico para nuestra economía.

Esto fue atendido y expresamente divulgado por las más altas autoridades del país, durante sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular que fueron televisadas en vivo y visualizadas por la mayoría de la población. Las palabras del Primer Secretario del PCC, Raúl Castro Ruz, cuando pronosticaba que aun y cuando empeoraran las condiciones no se arribaría a un nuevo Período Especial, fueron tergiversadas por medios hegemónicos, tratando de mostrar una debacle en ciernes para nuestra nación.

Otra condicionante, siempre presente pero agravada en los últimos tiempos, ha sido la guerra económica dirigida por el enemigo histórico de la Revolución cubana. La actual administración estadounidense ha venido desarrollando una persecución financiera de intensidad pocas veces alcanzada en la larga data del conflicto entre los dos países. Además, el gobierno de Donald Trump ha decidido aplicar los títulos tercero y cuarto de la Ley Helms-Burton, lo cual recrudece (como nunca antes) el bloqueo contra Cuba.

Todo ello conspiró para que a lo interno de nuestro país se produjeran problemas que afectaron la calidad de vida de la población. En primer lugar, hubo desabastecimiento de productos de primera necesidad (especialmente en la esfera de los bienes alimenticios), que luego provocaron las consabidas manifestaciones de acaparamiento, ya sea por buena fe o por ánimos de lucro. Además, se redujeron cuotas de combustibles que llevaron a racionamientos en centros de trabajo y otros enclaves altamente consumidores.

La prensa enemiga del socialismo cubano se afiló los dientes. Hiperbolizaron a gusto el desabastecimiento, llegando a mostrar incluso supuestas imágenes de riñas tumultuarias en colas o exponiendo supuestos casos de enfermos por inanición. Un archiconocido canal de la televisión miamense, que se dedica consuetudinariamente a tergiversar y sobredimensionar cualquier suceso en Cuba, se tomó el trabajo (y el costo) de enviar semanalmente un corresponsal a La Habana para filmar las colas.

Pero lo cierto es que no ha ocurrido la debacle que tanto añoraban. Ni apagones programados, ni manifestaciones en las calles, ni cambio de régimen. Poco a poco, las tiendas van estabilizando su oferta. Productos como el aceite o el pollo ya no brillan por su ausencia. Incluso, algunos se vendieron de forma racionada, como el pescado.

La economía de Cuba sigue siendo una economía de guerra. Asolada por un poderosísimo enemigo y en constante necesidad de reajustar sus miras y tácticas, nuestra pequeña isla ha sorteado miles de descalabros posibles y temporales que parecían definitorios. Y en ello ha tenido una influencia decisiva las características inherentes a nuestro modelo socioeconómico, que permiten la dirección de la vida social afectando al mínimo las necesidades de los ciudadanos.

Es el socialismo cubano el que ha permitido que más de la mitad de la matriz energética cubana se cubra con crudo refinado en el país. Y es el socialismo cubano el que debe asumir como nuevo reto el hecho de desdeñar importaciones que a corto plazo resultan una solución más barata, pero que no resuelven posibles vulnerabilidades que pueden ser explotadas por los rivales del proyecto revolucionario.

Sacar adelante al país con lo que tenemos es la tarea de primer orden, acompañando al desarrollo de nuestras fuerzas productivas locales con la necesaria inversión extranjera (en recursos y know how). Pero, ciertamente, el país que se quedó solo en la década del 90 luego del estrepitoso derrumbe del campo socialista no es más que un recuerdo de resistencia estoica y digna. Hoy, el país es otro, mucho mejor insertado en el panorama internacional y menos dependiente (y susceptible) de las veleidosas dinámicas de este caótico mundo.

Fuente: Razones de Cuba


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