Unión Proletaria •  Opinión •  17/06/2019

De las derrotas electorales a la victoria del socialismo

De las derrotas electorales a la victoria del socialismo

La clase obrera conoce más derrotas que victorias. Así es como aprende más que otras clases sociales y así es como podrá alcanzar definitivamente su emancipación. Años de retroceso continuo dan la impresión de que el final de la explotación capitalista se ha convertido en un reto imposible de conseguir.

Las organizaciones comunistas, que somos la parte más clarividente de la clase obrera (aunque no lo suficiente, a la vista de los resultados de nuestra actividad), proponemos planes para conquistar el socialismo que, pese a su diversidad, convencen a muy pocos. Las más jóvenes suelen exagerar sus propios aciertos y los defectos de las otras, confiadas en haber dado en el clavo y en remacharlo con voluntarismo. Las más viejas confían sobre todo en la llegada de condiciones objetivas más favorables. Sin duda, va a hacer falta mucha fuerza de voluntad y vendrán circunstancias que ayudarán, más que las actuales, a avanzar hacia el socialismo (como ocurrió en el pico de la última crisis financiera). Pero no nos acercaremos al socialismo si no explicamos desde ahora su necesidad, con todos los medios posibles y con razones convincentes, no sólo para nosotros, sino para la mayoría de las masas obreras y de los intelectuales dispuestos a ponerse a su servicio. Para esto, va a hacer falta toda la unidad de acción posible entre todos los comunistas y las masas obreras.

En las últimas elecciones generales, la movilización trabajadora evitó una mayoría parlamentaria abiertamente retrógrada, pero fue para dársela al PSOE, un partido que disimula su carácter capitalista para engañar a la población asalariada. El hecho de que la burguesía tenga que recurrir a este engaño para mantener su dominación muestra que necesita neutralizar el enorme potencial de la clase obrera confundiéndola y dividiéndola. Por tanto, no cabe esperar que este potencial se realice automáticamente: depende de lo conscientes, organizados y activos que estén sus miembros, empezando por los más avanzados.

Creyendo conjurado el peligro de un gobierno reaccionario, en las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo ha disminuido la movilización de las masas obreras, mientras seguía creciendo la de las clases dominantes. La derecha ha recuperado así posiciones electorales y capacidad de presión sobre un gobierno ya de por sí favorable a los intereses de los capitalistas.

Las fuerzas políticas de las clases populares han sido debilitadas por contradicciones que no consiguen resolver. Los partidos reformistas (pequeñoburgueses) decidieron moderar su programa y su práctica cuando crecían, con la intención de ampliar su base electoral y de conquistar «poder» en las instituciones del Estado. Y lo que han consiguido es perder su anterior base -que creían fiel- y fragmentarse. Toda política que se prosterne ante la conciencia espontánea de las masas acaba llevando el agua al molino de la socialdemocracia. La conciencia espontánea, más o menos radical, de los obreros sigue siendo burguesa y sólo puede transformarse en una conciencia consecuentemente proletaria si recibe una sistemática educación revolucionaria. Pero hace decenas de años que no se le proporciona esa educación socialista, mientras la propaganda burguesa se vuelve cada día más abrumadora.

Mientras la clase obrera no actúe como tal en la lucha política, el margen de éxito de las fuerzas pequeñoburguesas dependerá enteramente del conflicto provocado por las medidas reaccionarias de la burguesía, así como de las contradicciones en el seno de esta clase. Será, por tanto, un éxito meramente defensivo y efímero, incapaz de dar solución a los problemas sociales.

Las varias y pequeñas organizaciones obreras comunistas, por nuestra parte, procuramos explicar la esencia del capitalismo y la consiguiente necesidad de la revolución socialista, pero, cada una por nuestro lado, no conseguimos llevar a nuestras posiciones más que a una ínfima parte, no ya del proletariado, sino de sus masas socialmente activas. Si los asalariados son la mayoría de la población y su parte organizada se cuenta por cientos de miles, los partidos comunistas cosechan apenas cincuenta mil votos, ni la mitad del 1% del electorado, y no pueden utilizar por tanto la tribuna parlamentaria para difundir su posición.

La más grave es que esta debilidad no sólo es electoral sino social: la influencia comunista entre las masas obreras es más baja que nunca y no deja de disminuir. Este problema no se soluciona albergando una fe espontaneísta en las masas: se equivoca quien crea que éstas mantienen intacta su conciencia revolucionaria, acuarteladas en el abstencionismo electoral, político y sindical, a la espera de que aparezca una vanguardia «auténtica» que las convoque a la lucha. Este punto de vista nos distrae de nuestra tarea principal: infundir a las masas obreras la conciencia de sus intereses de clase y de los medios para satisfacerlos.

Por supuesto que los resultados de unas elecciones celebradas bajo el dominio absoluto de los capitalistas son un índice muy distorsionado de la verdadera correlación de fuerzas entre las clases sociales. Y, por supuesto que sería ilusorio y criminal promover la creencia de que la clase obrera pueda liberarse de la explotación capitalista por medio de unas elecciones parlamentarias, sobre todo en el actual marco internacional. Pero no por ello las elecciones parlamentarias dejan de ser un barómetro de la lucha de clases; y no por ello hay que renunciar a utilizar la tribuna parlamentaria como altavoz para llevar la causa revolucionaria del proletariado a sus capas más atrasadas y para procurar la hegemonía proletaria sobre las masas de otras clases trabajadoras. Por eso, los resultados electorales bajo la dictadura de la burguesía, aunque tengan menos valor político que el alcance de una huelga general o de una insurrección popular, son suficientes para poner en evidencia el contraste entre el potencial de la clase obrera y su debilidad actual, a fin de corregir a fondo nuestros defectos y carencias.

En primer lugar, nuestra propaganda debe enfrentar abiertamente la tesis burguesa del «fracaso» del comunismo, la cual ha penetrado en la conciencia del proletariado e incluso de sus sectores más conscientes. En su forma más extrema y franca, esta tesis es compartida por liberales y reaccionarios en la presente etapa imperialista del capitalismo: según ellos, el comportamiento del ser humano no estaría determinado por una sociedad histórico-concreta, sino por una naturaleza permanente de carácter individualista y egoísta que haría fracasar todo intento de reconstruir la vida social sobre una base socialista o comunista. Sería pues conforme a esta naturaleza imponer el capitalismo a los trabajadores por las buenas o por las malas. En realidad, esta tesis sólo expresa los intereses de la minoría poseedora que explota y domina a la mayoría desposeída. Además de interesada, es falsa, como así lo demuestra el carácter crecientemente social de las fuerzas productivas: el taller del artesano y la explotación del pequeño agricultor, donde la propiedad es fruto del trabajo propio, han dado paso a gigantescas corporaciones transnacionales con cientos de miles de empleados y cifras de negocio superiores al PIB de la mayoría de los Estados, donde la propiedad y el trabajo están totalmente divorciados. Todos los conflictos sociales del capitalismo derivan del contraste entre el carácter social de las fuerzas productivas y su apropiación privada. Este descubrimiento del marxismo es incuestionable y pone en evidencia la necesidad del socialismo.

Hay otros ideólogos burgueses menos sinceros y más hipócritas que se apoyan en fenómenos secundarios de la realidad presente para concluir que el marxismo acertó hasta mediados del siglo XX, pero que, después, ha quedado obsoleto porque los propios capitalistas han accedido a «socializar» sus medios de producción a través de la democracia parlamentaria, la «programación» estatal, la concertación con los sindicatos, etc., de modo que la gran masa de productores ya no es proletaria e industrial, sino «clase media» y de servicios beneficiaria del «Estado de bienestar». Estos nuevos fenómenos habrían suprimido la necesidad del socialismo pronosticada por Marx. En realidad, tales fenómenos son fruto de la tendencia del capital al monopolio, tendencia que fue también contemplada por Marx. Cuando esta tendencia se realizó plenamente, Marx ya había fallecido y fue Lenin quien analizó las formas particulares del capitalismo en su etapa monopolista y la lucha revolucionaria del proletariado en estas nuevas condiciones. Por eso, el marxismo se convirtió en marxismo-leninismo. Al igual que el monopolio puede alterar el precio y la cantidad de mercancías sin que deje de regir la ley del valor, también puede retrasar las crisis más graves del capitalismo, convertir sus deudas privadas en deuda pública, cargar sus consecuencias sobre las naciones más débiles, exacerbar la división internacional del trabajo, etc. Bajo una apariencia que eclipsa la lucha de clases, la revolución socialista proletaria es, más que nunca, la única solución a las contradicciones de este régimen social. Eso sí, para apreciarlo, necesitamos examinar los fenómenos en una perspectiva estratégica: así, la realidad del capitalismo no son sólo los países ricos y los períodos de paz, sino también los países pobres y los períodos de guerras; no podemos juzgar las posibilidades del movimiento obrero por su comportamiento en un único período y en una única región del planeta; aparecen las más diversas condiciones beneficiosas para el socialismo en los distintos lugares y momentos, pero, si no las aprovechamos, su necesidad se abre camino del modo más violento, mediante devastadoras guerras imperialistas como las dos mundiales del siglo XX; etc.

Muchas de estas nuevas realidades fueron estudiadas por el movimiento comunista internacional y, para las más recientes, basta con que demos continuidad a la labor de aquél. Pero, entre los propios comunistas, hay reticencias a tomar por base las resoluciones de la Komintern y del Kominform. ¿Por qué? Porque no existe claridad, convicción y seguridad de que fueran correctas, debido a que el socialismo que se había edificado ha sido destruido en unos casos y, en otros, ha restaurado formas capitalistas. Así, unos pocos sostienen alegremente que se ha agotado el «ciclo de Octubre», sin poder ofrecer nada positivo a cambio. La mayoría considera vigente el proceso revolucionario iniciado en Rusia en Octubre de 1917, pero no se centra en explicarlo. En lugar de ello, se enfoca en la crítica de los fenómenos del capitalismo y en las reivindicaciones inmediatas de los movimientos de masas, mientras los ideólogos burgueses capan todo este esfuerzo denigrando la experiencia práctica del socialismo. Lo que más necesita la clase obrera hoy en día es que los comunistas rearmemos la conciencia de sus miembros con la verdad de esta gloriosa experiencia, rebatiendo uno por uno los infundios de sus enemigos dirigidos contra la dictadura del proletariado. El primer imperativo de los comunistas es estudiar y divulgar la teoría y la práctica del marxismo-leninismo, continuando la necesaria lucha contra las diversas influencias burguesas y pequeñoburguesas sobre el movimiento obrero (reformismo, anarquismo, nacionalismo, trotskismo,…). Es probable que descubramos debilidades, en el socialismo hasta ahora edificado, que ayudaran a la contrarrevolución, y entonces tendremos que enriquecer nuestro programa político con las lecciones pertinentes. Pero también es posible que nuestra derrota no se debiera a errores importantes, sino al empeoramiento de la correlación de fuerzas dentro y fuera de la URSS a consecuencia de la II Guerra Mundial. Desde que los revisionistas se hicieron con la dirección del PCUS, del PCE y de otros partidos comunistas, en los años 50 y 60, nuestro movimiento internacional se desintegró y cada fragmento hizo sus análisis y su experiencia por separado. Toda vez que ninguno de ellos consiguió dar continuidad a la revolución proletaria mundial y ha prevalecido la contrarrevolución, estamos obligados a reexaminar conjuntamente estas trayectorias diversas a la luz de sus resultados para acabar reunificando el Partido a partir de la base ideológica y política que nos mantuvo unidos hacia los años 50. Con tal de que nos comprometamos con esta base, no hace falta que estemos de acuerdo en lo demás para actuar en un único Partido Comunista, resolviendo las discrepancias mediante el centralismo democrático.

Lo primero que necesita la clase obrera es que los comunistas nos juntemos para hablar claro y llamar a las cosas por su nombre, sin concesiones a los prejuicios inculcados por la burguesía en las masas y a dudosos criterios de rentabilidad electoral. Sólo así podremos construir una verdadera organización revolucionaria capaz de dirigir la lucha de las masas obreras y populares por sus necesidades económicas, por la democracia y por el socialismo (programa mínimo y máximo). ¿Por qué Podemos e Izquierda Unida no logran consolidar sus progresos, mientras que el Partido del Trabajo de Bélgica –con un programa de reformas similar- sigue avanzando, de 8 a 43 diputados, entre 2014 y 2019? [1] Porque éste se apoya en la base social y militante que organizó, durante el último cuarto del siglo XX, a partir de una actividad explícita y profundamente comunista; mientras que, en España, tal base fue sistemáticamente desorganizada por los dirigentes revisionistas que colaboraron así con la «ejemplar» restauración de la monarquía por parte del franquismo.

En segundo lugar, mientras organizamos a la vanguardia de la clase obrera desde la firmeza y claridad comunistas, tenemos el deber de desarrollar los mayores vínculos posibles con sus más amplias masas, muy influenciadas por la burguesía y muy alejadas de los postulados revolucionarios. Por eso, al mismo tiempo que defendemos abiertamente nuestro programa frente a los reformistas, tenemos que apoyar a los movimientos y organizaciones respaldados por las masas, en todo lo que tengan de progresivo. ¿Por qué el Partido Comunista de Grecia (KKE) no ha podido rentabilizar electoralmente [2] la grave crisis política que ha atravesado su país? Porque su negativa a entablar negociaciones con Syriza, cuando este partido había ganado las elecciones con un amplio apoyo popular, fue interpretada por estas masas como un ejercicio de arrogancia hacia ellas. Las negociaciones las habrían ilustrado sobre las verdaderas diferencias entre los comunistas y los reformistas, en dos etapas: la primera, al rechazar Syriza las legítimas condiciones mínimas de los comunistas; la segunda, al traicionar este partido su propio programa desde el gobierno. De esta manera, los comunistas de Grecia habrían conseguido elevar a posiciones revolucionarias a las masas antes engañadas por los reformistas, a partir de su propia experiencia. Lamentablemente, el KKE ha repetido el error sectario que cometió, hace 50 años, la parte del movimiento comunista internacional que se enfrentó al revisionismo moderno, cuando convirtió a los partidos y Estados dominados por éste en enemigos equivalentes o peores que el imperialismo estadounidense, mientras el proletariado revolucionario de allí necesitaba apoyos exteriores para resistir y recuperar las posiciones perdidas.

Tenemos que ser suficientemente flexibles para promover la unidad obrera y popular en cada lucha, preservando nuestra libertad de crítica. Por ejemplo, en la lucha electoral, ¿qué ganamos presentando candidaturas comunistas cuyo apoyo no crece prácticamente y está muy lejos de proporcionarnos representantes en las instituciones representativas burguesas? Salvo allí donde tengamos posibilidades de salir elegidos, ¿no sería mejor apoyar a las candidaturas reformistas pequeñoburguesas que sí pueden conseguir diputados, contra los partidos burgueses, a la vez que llevamos a las masas obreras y progresistas que las respaldan los argumentos críticos y revolucionarios de los comunistas? Con esta táctica, conseguiríamos elevar a una parte de las mismas a nuestras posiciones y obtener diputados cuya labor en el parlamento nos permitiría conquistar a las masas más atrasadas. En definitiva, ¿por qué los leninistas no aplicamos los consejos que nos dio Lenin en su obra La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, o por qué, al menos, no debatimos cómo aplicarlos en las condiciones presentes?

“Lo que importa –puntualiza Stalin- no es que la vanguardia se percate de la imposibilidad de mantener el antiguo orden de cosas y de la inevitabilidad de su derrocamiento. Lo que importa es que las masas, millones de hombres, comprendan esa inevitabilidad y se muestren dispuestas a apoyar a la vanguardia. Pero las masas sólo pueden comprenderlo por experiencia propia. Dar a las masas, a millones de hombres, la posibilidad de comprender por experiencia propia que el derrocamiento del viejo Poder es inevitable, poner en juego métodos de lucha y formas de organización que permitan a las masas comprender más fácilmente, por la experiencia, lo acertado de las consignas revolucionarias esa es la tarea” [3].

Hay que salir de la «zona de confort» en que se han estancado nuestras pequeñas organizaciones y asumir el reto de llevar a la clase obrera de las derrotas electorales a la victoria del socialismo.

 


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