Ilka Oliva Corado •  Opinión •  06/02/2019

La resistencia de Hayashi Fumiko

“Si este libro influye en algo para que los jóvenes de hoy, arrastrados hasta el fondo de la pobreza, la intranquilidad y las carencias, sigan viviendo, no habrá nada que me cause mayor alegría”. 
 
Así cierra el prefacio de su libro Diario de una vagabunda, Hayashi Fumiko, en 1939. (Publicado inicialmente por entregas entre 1928 y 1930).  Diario que escribió entre 1922 y 1927, digamos que entre los 18 y los 23 años de edad, cuando la miseria  y el dolor de la exclusión social le arrancaban la piel a tirones, en su andar de obrera por infinidad de trabajos de mala paga, y en su potestad de inquilina de paso por la alcantarilla japonesa de 1920. 
 
Hayashi,  una niña crecida como vendedora ambulante junto a sus padres, nunca tuvo el calor de un nido, un pueblo al cual añorar, ni memorias de un jardín florecido en verano que embelleciera los ventanales de una casa a la cual regresar en la evocación del tiempo; para refugiar su alma de vagabunda. 
 
Hayashi, en la angustia y la desesperación de las circunstancias a las que se ve expuesta diariamente, pues no tiene un lugar fijo dónde dormir, alquila una habitación en cualquier posada o duerme en sus lugares de trabajo; lejos de donde deambulan sus padres con su carreta ofreciendo su mercadería en los pueblos que van apareciendo a su paso en su andar de itinerantes. Se entera de su ubicación por las cartas que le escribe su madre  y que llegan  a veces con alguna moneda que sirve como aliento, mismas que ella contesta también y a las que de cuando en cuando agrega alguna moneda; para medicina, para alquiler o para comida de sus padres. 
 
En esa etapa de su vida, Hayashi se va formando como escritora y poeta; los amantes que pagan mal, las traiciones comunes de los desamores, la explotación diaria de los proletarios que habitan el lumpen, -como ella le llama a la alcantarilla- hacen que la joven Hayashi comience a escribir en forma de diario, prácticamente todos los días durante esos años. Y lo maravillosamente sorprendente es que busca lecturas, se interna en almas de los  libros que va comprando a como puede, con lo poco que gana ella siempre guarda para un libro, para ir al cine o para ir a ver una obra de teatro de las que eran creadas por los habitantes del lumpen de los barrios populares del Japón de 1920. 
 
Sueña con ser escritora, a esa edad y en esa pobreza Hayashi se atreve a soñar, rompe con el muro y sueña. Se salta el cerco y sueña. Se atreve a resistir escribiendo. Y en ese maravilloso diario relata los pormenores de su día a día en su andar de vagabunda; que son  los dolores, las angustias, la ira, la desesperación, el cuestionamiento, la depresión, el hambre, el anhelo  y la resistencia de millones de personas alrededor del mundo, en una realidad atemporal. Porque el frío quema igual en la pobreza, porque la miseria no tiene fronteras ni idioma. 
 
Con un talento único, en un lenguaje sencillo y honesto, al trote, la escritora-obrera, la obrera-poeta, con su voz estruendosa que sigue haciendo eco en las alcantarillas del mundo;  lanza al viento en aquel diario sus relatos feministas, porque no se puede negar de ninguna manera que Diario de una vagabunda es una denuncia ávida, propia de una mujer que exige los derechos de género para ella y para todas las mujeres desde la diferencia de clases. 
 
De Hayashi Fumiko, no se puede volver igual, leerla es adentrarse en las venas y en la médula del lumpen que habita en las sombras de la exclusión. Es sentir su corazón agitado al leer las cartas de su madre,  es correr junto a ella y abordar los trenes para bajar en cualquier estación y tocar una puerta cualquiera a preguntar por trabajo; es trapear un piso en una fonda, lavar su única mudada de ropa, es sentir el frío de las noches durmiendo en el suelo. 
 
Vivir junto a ella el desencanto del desamor, el machismo, la emoción de un libro nuevo, el olor del otoño y de los cerezos de primavera y, mojarse los zapatos en los charcos de gua de las calles de los barrios populares.  Gritar a su lado ajenando sus ventas en su infancia y encontrar las madrugadas con los ojos abiertos de las largas noches sin dormir. Es fecundarse en poesía. 
 
De Hayashi no se vuelve sin haber visto en primera persona la realidad  de la pobreza y la miseria, pero también la inmensidad de la humanidad, el talento, la denuncia, la belleza y la resistencia de una mujer que se atrevió a escribir su nombre en la historia del tiempo, desde el corazón del lumpen.
 
No todo fue pobreza en la vida de Hayashi, con el tiempo sus libros fueron publicados, es una de la escritoras más leídas de Japón y Asia, viajó a distintos países del mundo, tuvo más de una casa propia con jardines y ventanales para oxigenar su alma de vagabunda. Y es reconocida por su talento y originalidad. 
 
Diario de una vagabunda sigue siendo  el manifiesto de los años de pobreza y exclusión, de los años del desamor, pero también de la dulce miel de un talento en botón que comenzaba a florecer  y que fue su mayor resistencia ante la adversidad. 
 
Yo, Ilka, desde este lumpen de la clase obrera, desde mi corazón de vendedora de mercado y desde mi realidad de inquilina,  agradezco a Hayashi Fumiko por su atrevimiento, por ser transgresora, por alzar su voz, por haber tenido las agallas de gritar, por atreverse a caminar,  porque con sus pasos avanzamos millones de mujeres de la alcantarilla.  Por  cuestionar un sistema patriarcal. Porque al decir su nombre pronunció el de todas nosotras, nos sacó de las sombras, no hizo existir.  Porque al contar su historia nos abrió caminos, encendió un candil.  Abrigó  nuestras almas y con sus sueños también nos hizo soñar los propios.  Porque soñar es la mayor resistencia ante la adversidad. Gracias, maestra. 
 
 
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
05 de febrero de 2019. 

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