Fernando Dorado •  Opinión •  07/01/2019

La prueba de fuego para el zapatismo chiapaneco

La prueba de fuego para el zapatismo chiapaneco

Si todavía no tienes la suficiente fuerza,

no te esfuerces en aparentar tenerla.

Si tienes la fuerza,

guárdala y concéntrala,

para los momentos claves.

No te desgastes, no disipes tu fuerza”.

Grandes paradojas nos trae el momento actual; todo está patas arriba. Pareciera ser que el “nuevo” globalismo que encabeza AMLO en México o el “nuevo progresismo” con visos nacional-indígenas (mexica-purépechas), con sus mega-proyectos que atraviesan los territorios del sur-oriente del país (Tren Maya y otros), se va a convertir en el nuevo reto para los “neo-zapatistas” y su proyecto autonomista con intenciones y prácticas anti-capitalistas.

El momento actual se caracteriza por la irrupción de una contradicción imprevista que hasta ahora no ha sido entendida (asimilada teóricamente) por los pueblos oprimidos y por los trabajadores. Es la confrontación entre una oligarquía globalista neoliberal y algunos capitalistas “neo-nacionalistas” que pretenden canalizar hacia posiciones conservadoras (neo-proto-fascistas) la inconformidad de amplios sectores sociales frente a algunas consecuencias económico-sociales del modelo neoliberal, el derrumbe gradual del sistema capitalista y a la crisis de la civilización crematística, patriarcal y teocrática.

El “nuevo progresismo” de AMLO en México, realmente no se diferencia en gran medida de los “progresismos desarrollistas” de Chávez, Lula, Correa, Evo y demás, pero cuenta con una particularidad coyuntural que lo puede convertir en una herramienta “globalista” más efectiva que la de sus pares sudamericanos. Esa particularidad consiste en que cuenta con la suficiente fuerza política en el ejecutivo y legislativo federal y, en muchos de los Estados regionales (gobernaciones), para impulsar sus políticas sin mayor oposición.

Las semejanzas son evidentes: 1. Su acción es eminentemente estatal (institucional o “por arriba”); 2. Representa una alianza de clases en donde la base popular está desorganizada y la fuerza capitalista-colonial está unificada; 3. Para ganar tiempo y aliados se proponen mega-obras con gran inversión de capital transnacional; 4. Se responde y gana a los “pobres” con subsidios para ampliar la cobertura en servicios públicos (salud, educación, otros) sin tocar la estructura-lógica del gran capital; 5. Se otorgan algunos incentivos a los pequeños productores sin impulsar un proceso de apropiación social de toda la cadena productiva.

En realidad, son proyectos globalistas del gran capital, expansivos, colonizadores, desterritorializadores, invasores, destructores de ecosistemas y de sociedades no totalmente controladas. Son herramientas de captura, expropiadores de riqueza, integradores de regiones periféricas a la dinámica central-capitalista a nombre del progreso y el desarrollo. No importa que se postulen como gran objetivo del “pueblo”, la “nación”, el “socialismo”; el resultado es el mismo. Como ocurre en todo el mundo, en Brasil, Sudáfrica, Rusia, China o Indonesia.

El “nuevo progresismo” de AMLO cuenta con el apoyo tanto de la oligarquía financiera global como de los capitalistas “neo-nacionalistas”, que en México no tienen mayor expresión política, mucho más cuando el presidente López Obrador hábilmente ha logrado integrar a su proyecto a sectores de las iglesias cristianas y a sectores reciclados de la “vieja política”. La débil oposición está compuesta por cúpulas politiqueras de los viejos partidos (Pri-Prd-Pan) que representan a la burguesía burocrática que vive del Estado y sus contratos.

Las comunidades indígenas mexicanas que han sido –en gran medida– lideradas por los zapatistas chiapanecos, ya se pronunciaron contra el gobierno de AMLO y su proyecto del Tren Maya (goo.gl/CNZ2AS). No obstante, el reto que tienen por delante es mucho mayor que el que han enfrentado hasta ahora. Gran parte de los movimientos anti-sistémicos, ambientalistas, anti y post capitalistas, van a estar pendientes de su respuesta política (táctica y estratégica) que los podrá colocar –si aciertan– al frente de la verdadera lucha anti-sistémica y revolucionaria de los pueblos y trabajadores del mundo entero, por preservar la naturaleza, contrarrestar la arrasadora globalización neoliberal y enfrentar los “neo-nacionalismos” conservadores, patriarcales, racistas y xenófobos, en un nuevo escenario civilizatorio.

La ventaja que tienen los indígenas y el pueblo mexicano es que existen numerosas “bolsas de resistencia” a lo largo y ancho del país, que se apoyan en la tradición municipalista y de resistencia “desde abajo”. Pero les falta mayor articulación y coordinación que solo podrá desarrollarse si desvelan y desenmascaran la “trampa progresista-desarrollista”, aprendiendo de lo ocurrido en los países de Sudamérica sin aislarse de las mayorías que hoy están deslumbradas por el carisma y el discurso de AMLO. Es la esencia del reto.

Es evidente que los falsos “ambientalismos” y “multiculturalismos” construidos por la oligarquía financiera global, que fueron asimilados e implementados acríticamente por los proyectos “progresistas-desarrollistas” de Lula-Rousseff, Chávez, Correa, Evo-García Linera, siguiendo el camino no de la NEP[1] (leninista) como afirman algunos analistas, sino el “desarrollismo forzado” de la pos-NEP (stalinista), le han preparado el camino arrasador y destructor a continuadores como Bolsonaro, Maduro, Lenin Moreno, y los que seguramente heredarán a Evo. La selva amazónica es su más grande botín, pero “van por todo”.

Lo grave en el caso indígena chiapaneco es que los “neo-zapatistas” se aíslen del conjunto de la población mexicana y global. A la oligarquía financiera global le convendría una aislada y suicida respuesta armada que sería fácilmente contrarrestada con la estrategia narco-paramilitar que han perfeccionado en Colombia. Tampoco les conviene dejarse llevar a una “consulta” como la que AMLO diseñó para el nuevo aeropuerto (NAICM), que fue improvisada, apurada, y minoritaria, mientras los pueblos indígenas no tengan o hayan construido una propuesta propia y en alianza con otros sectores sociales mexicanos.

Me atrevo a plantear una salida en forma de pregunta: ¿Los pueblos indígenas y no indígenas del sur-oriente de México pueden construir y ser elemento fundamental del Tren Maya, diseñarlo y operarlo con su propia dinámica y concepción del mundo, en su beneficio y mayor integración, sin que se convierta en instrumento de desterritorialización y destrucción de las comunidades, el pueblo y de su entorno ecológico? ¿AMLO estaría dispuesto a discutir una propuesta en donde los pueblos del sur-oriente de México no sean solo espectadores y “usuarios” (supuestos beneficiarios) del proyecto sino sus verdaderos dueños, gestores y administradores?

La sola pregunta puede ser una estrategia para ganar tiempo y conectarse con el conjunto del pueblo mexicano, para identificar intereses y posibles aliados, para tantear el panorama y descubrir auténticos enemigos y falsos amigos, desentrañar la esencia de la política del “nuevo progresismo desarrollista” de AMLO, poder trazarse una política de amplia cobertura sin dejar de construir sus caracoles, gobiernos autónomos y formas de vida verdaderamente alternativa.

Es solo una posibilidad. Hay otras seguramente, pero hay que cuidarse del triunfalismo y el aventurerismo. Es un gran reto y desafío que se veía venir y hay que estar atentos.


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