Carlos Aznárez •  Opinión •  12/12/2018

El revolucionario amor por el cine del pueblo de Cuba

El revolucionario amor por el cine del pueblo de Cuba

La Revolución Cubana, esa que sigue siendo el mayor desafío al imperialismo estadounidense y que está a pocos días de cumplir 60 dignos y orgullosos años, ha ido desarrollando a través del tiempo muchas encomiable virtudes que la mayoría de los países del mundo no poseen. Entre todas, una de ellas no menos importante es la de afianzar el amor de su pueblo por todo lo que signifique cultura con mayúsculas. En las peores circunstancias económicas vividas en años pasados, en un país en el que el bloqueo se percibe en todos sus aspectos cotidianos, a la solución de las necesidades básicas siempre se le ha agregado la defensa de la educación y todo lo que de ella deviene: el amor por la lectura y el cultivo de todas las actividades artísticas que esta conlleva.

En estos días, precisamente, puede observarse como todos los años, el impacto que significa a nivel popular la afición por el cine. Se está celebrando en La Habana una nueva edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, donde la presencia de importantes films del continente y muestras especiales de algunos países europeos convierten a la Capital cubana en un centro de atención ineludible para los cinéfilos. Sin embargo, hay un aspecto dentro de esa actividad que impacta incluso mucho más que las mejores películas que aquí se ofrecen, y es la masividad con que los habaneros y habaneras concurren a presenciarlas. Frente a tantos invitados e invitadas que provienen de países donde las grandes salas de cine se han ido transformando en enormes iglesias evangélicas (sobre todo las pentecostales) que trocan cultura por un enfermizo lavado de cerebro, lo que ocurre con el cine en Cuba es el mejor regalo para quienes dedican su esfuerzo e inteligencia en generar películas que enseñan, ilusionan, forman y sirven para ampliar el conocimiento en muchos aspectos.

Larguísimas colas para acceder a las salas, que distribuidas por varios barrios de La Habana dan acogida al Festival, público entusiasta y con un bagaje cultural que le permite no solo emocionarse o vibrar con lo que ve en las pantallas, sino que opina, comenta, discute y sabe darse cuenta si el producto es de ocasión o está dotado de calidad artística que deja huella. Salas repletas de gente a toda hora, amor apasionado por el cine local pero también por lo que llega desde Argentina, Brasil, México y otros países, personas que luego de terminar la función permanecen en la calle intercambiando pareceres sobre tal personaje o incluso sobre los arreglos musicales del film. No solo ocurre con las películas que podríamos caracterizar de “taquilleras” en otros sitios del planeta sino con cada una de las que se exhiben, sean de largo y cortometraje, además de los documentales. Por un lado, porque la “taquilla” en Cuba es simbólica y no tiene los precios desorbitados que cuesta una entrada en cualquier cine latinoamericano (más aún en Europa), sino porque fundamentalmente hay ganas de ver y cargar aún más esa mochila cultural que supo darle la Revolución desde sus inicios. Ni qué decir del desarrollo de pensamiento crítico que corre, como la sangre por las venas, de cada espectador o espectadora cubana, coincidiendo con algunos de sus mejores realizadores que sin ningún tipo de censura (esa que sí existe en países que atacan a Cuba) muestran aspectos que no funcionan por malos manejos burocráticos. Pero así como ocurre eso, también son los primeros en aplaudir a rabiar los innumerables avances de la Revolución, el papel de los y las médicas cubanas, el internacionalismo y la solidaridad, que también se incluyen en algunas de las películas vistas en este mes de diciembre.

Películas como “Yuli”, de Iciar Bollain, contando la vida de uno de los grandes de la actualidad del ballet cubano y del mundo, el bailarín negro Carlos Acosta, generaron junto con “Roma”, del mexicano Alfonso Cuarón, las mayores conmociones a nivel popular, y más allá de que otros films también atrajeron mucho público, fueron la muestra más acabada de que los cubanos y cubanas, al revés de lo que ocurre en otros sitios, no se dejan arrastrar y convencer por las luces de neón ni las boberías que rodean algunos grandes lanzamientos en Occidente. Saben lo que van a ver, lo eligen desde la intuición o el estudio del tema, la dirección o los actores y están dispuestos a esperar todo lo que haga falta para ocupar su butaca y disfrutar.De allí, el asombro y el agradecimiento de directores y actores que concurren al Festival, puesto que la devolución que reciben no está bañada de la hipocresía o el cholulaje tan común en este rubro.

Por último, algo que no debe dejarse de repetir cuantas veces sea necesaria. Este pueblo, esta cultura descomunal, esta sabiduría ancestral, es lo que es porque aquí hubo, hay y habrá Revolución. Porque existió un gigante llamado Fidel que vio con claridad y desde los albores del proceso revolucionario que un pueblo alfabetizado en todos los aspectos es invencible. Sesenta años después, en este diciembre habanero, con cines repletos de alegría y conciencia, puede decirse que lo sembrado ha dado frutos.


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