Mirko C. Trudeau •  Opinión •  10/12/2018

La protesta de los chalecos amarillos pica y se extiende a Europa

La protesta de los chalecos amarillos pica y se extiende a Europa

Las protestas de los chalecos amarillos, movimiento ciudadano contra el encarecimiento de los combustibles y las reformas económicas del presidente Emmanuel Macron, desembocaron por cuarta semana consecutiva en violentos enfrentamientos con los agentes antimotines en varias ciudades de Francia, mientras las manifestaciones se expandieron a otros países de Europa.

Para enfrentar la cólera del pueblo, el gobierno derechista de Macron movilizó a 89.000 efectivos y terminó arrestando a más de 1.300 personas, lo que da más del dos por ciento de personas detenidas o interpeladas brutalmente de forma preventiva. Hubo más de 135 heridos, incluyendo periodistas. Tampoco faltó la policía montada en el intento del gobierno de poner el mejor y mayor aparato represivo que tenía: en toda Francia habrá habido unos 130 mil manifestantes, contra casi 90 mil policías.

Chalecos amarillos en acción en el Arco del Triunfo y Toulouse (abajo izq.) y manifestante detenido en Bordeaux.

El color amarillo de los chalecos reemplazó los adoquines de las revueltas de hace medio siglo, del llamado Mayo del 68. La gente estaba indignada por el montaje policial activado por el gobierno.

En Bruselas, la policía detuvo a más de 400 personas este sábado luego de que manifestantes, inspirados en el movimiento francés, arrojaron piedras y petardos, y dañaron tiendas y automóviles, cuando intentaban llegar a los edificios del gobierno belga y de la Unión Europea para exigir la renuncia primer ministro, Charles Michel.

En Rotterdam, Holanda, cientos de chalecos amarillos cruzaron pacíficamente un puente de la ciudad entonando una canción sobre Holanda y repartiendo flores entre los transeúntes. La revuelta se extendió desde París al resto de puntos fronterizos de Francia, incluida España, donde cientos de manifestantes bloquearon este domingo el paso de los Pirineos, reteniendo camiones, en la vascofrancesa Irún.

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Museos, teatros, la Torre Eiffel o estaciones de metro cerradas, calles bloqueadas y comercios amurallados con placas de madera, todo estaba listo. Para enfrentar la cólera de su pueblo, el gobierno movilizó a todo su aparato represivo y desarrolló un fuerte despliegue de seguridad instalado desde antes que llegaran los manifestantes en París.

Las detonaciones de la policía trataron de frenar a los manifestantes que intentaban acceder a la plaza de la Concordia, muy cerca del palacio presidencial y de la Asamblea Nacional. Desde distintas partes de las ciudad se veían humaredas negras y espesas capas de gas lacrimógeno. Por primera vez en la historia de la ciudad se requirió que vehículos blindados de la gendarmería intervinieran para derribar barricadas.

En las ciudades de Burdeos, Lyon, Saint-Etienne, Marsella y Toulouse se vivieron escenas de protesta similares a las de París. Esta ola de manifestaciones comenzó el 17 de noviembre en oposición a un aumento de los impuestos a los combustibles.

Pero no bastó para calmar las inconformidades de los chalecos amarillos, un movimiento heterogéneo y sin líder, que ahora reclama al gobierno que baje los impuestos y suba el salario mínimo y las jubilaciones. Un poder sin rumbo, “un poder que vacila”, “un poder acorralado”, “un poder sin influencia”, “un poder autoritario”, son los comentarios de los medios de prensa, progresistas o conservadores,

El presidente Emmanuel Macron se ha convertido en el hazmerreír de la sociedad y de los otros dirigentes del planeta que ahora (lo hizo Trump en un tweet y el turco Erdogan, entre otros) se burlan copiosamente de él. El gran reconciliador, el emérito espadachín contra el populismo rampante tuvo que sacar las tropas a la calle para aplacar el hastío de su sociedad.

Los chalecos amarillos son, de hecho, la minoría que se expresa por  los demás y han puesto a Francia en estado de convulsión por el cuestionamiento tan sorpresivo como radical de una línea política que consagra la desigualdad, señala desde París el periodista Eduardo Febbro.

“El poder al pueblo”, decía una pintada que llevaba un chaleco amarillo con la máscara de Emmanuel Macron. ¿Revolución? No, escribe el filosofo Jacky Dahomay en el portal de Mediapart; tal vez Francia se esté dirigiendo hacia “una democracia insurgente”.

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Esa visibilidad conseguida con un chaleco (obligatorio que se conserva en la guantera de los autos) remite directamente al movimiento zapatista que surgió en México el 31 de diciembre de 1993. Esa noche, liderados por el Subcomandante Marcos, los zapatistas irrumpieron en la política mexicana con la cara cubierta con un pasamontañas. Desde ese momento empezaron a explicar lo que hoy en París dicen los chalecos amarrillos: “Nos cubrimos el rostro para dejar de ser invisibles”.

También los partidos (de derecha y de izquierda) y los analistas están desorientados por el surgimiento de esta Francia hasta ahora invisibilizada: diagnostican los errores garrafales del estilo de Macron –el presidente que mira con desprecio a los de abajo–o sus incongruentes decisiones como fue la transformación del ISF, el impuesto aplicado a las grandes fortunas, en un impuesto que perdonó seis mil millones de euros a los poderosos.

No es un movimiento obrero, ni un núcleo sindical, no son funcionarios públicos, ni desempleados, ni comerciantes. Empezaron impugnando en las redes sociales el aumento del gasoil y acabaron destruyendo al macronismo, aunando a parte de la sociedad y, al final de cuentas, protagonizando la primera revuelta fiscal de la historia moderna.

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Soberbio, Christophe Castaner, el ministro del Interior que anunció que los chalecos amarillos “Vienen a destruir y a matar”, minimizó la importancia de los manifestantes, los ningunea: “Los chalecos amarillos son apenas 10 mil en todo el país, de los cuales una parte está radicalizada”.

La satanización de los chalecos amarillos no funcionó. El mundo se enteró que en esta Francia de Macron hay hambre, al igual que en el resto de Europa. ¡Macron Dimisión!, es el grito de las calles.

* Economista-jefe del Observatorio de Estudios Macroeconómicos (Nueva York), Analista de temas de EEUU y Europa, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)


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