Kintto Lucas •  Opinión •  25/07/2018

César Vallejo, entre el dolor ancestral y el dolor de España

Todos los escritores tienen diversas influencias y están, de una u otra forma marcados por su tiempo, por lo que han leído, por lo que han vivido personal y colectivamente. En el recorrido de los escritores a través de su obra, se puede notar como van cambiando estilos, temáticas, de acuerdo a lo que van viviendo, a las urgencias del momentos histórico, sentimental.

En la poesía, esos recorridos se hacen más evidentes que en la narrativa. César Vallejo, por ejemplo tiene un recorrido que va desde la reivindicación estética del romanticismo a la ruptura, a la creación con identidad propia.

En los poemas de Los heraldos negros, publicados en 1918 y algunos otros poemas siguientes está marcada esa influencia modernista. Aunque Vallejo muestra una creación propia y evidencia un intento de dar otra estética nueva al modernismo, no sale de él.

Como dice Selena Millares: “Los heraldos negros, de 1918, el único donde puede vislumbrarse de un modo generalizado la huella del simbolismo y su secuela hispánica, el modernismo. Sin embargo, ya se encuentra en él el germen de ese extremo quebrantamiento del idioma que, paralelo a la exasperación del dolor, progresivamente invadirá su poesía”.

En Los heraldos negros, y en particular en el primer poema que da nombre al libro, ya se nota ese dolor que acompañará a Vallejo toda su vida, toda la vida de su poesía. Hay un dolor que pasa de las sensación directa y se acumula en el alma como un efecto simbólico de la tristeza y de la muerte. Pero también se muestra ese dolor casi celestial por el odio de Dios mientras el hombre debe cargar con sus culpas.

Si bien hay una influencia del simbolismo español como lo dice Millares, se nota también la estética del dolor andino, el dolor de una cultura oprimida por siglos, que se evidencia en una particular dolencia de kichwas o quechuas, llamada “llaqui”. El llaqui o pena, es como una ideología de la resignación, reflejo de la sicología de la marginalidad. Si recorremos las comunidades kichwas o quechuas hoy sentiremos en los relatos ese sentimiento que transmite Vallejo. Los propios indígenas, señalan que desde tiempos ancestrales muchos padecen de esta “enfermedad de la tristeza” que siempre ha sido tratada por los shamanes.

En Trilce se evidencia una ruptura con la estructura formal modernista, con el lenguaje modernista, se fortalece el poeta vanguardista que ya era. Como el lenguaje que está a su alcance no le da la posibilidad para expresar lo profundo de sus sentimientos, necesita crear palabras, renovar el lenguaje, aparecen entonces neologismos que dan especial identidad a su poesía. No hay Dios, hay lluvia que no logra lavar la tristeza acumulada

Millares lo explica claramente en su libro cuando dice “En Trilce, de 1922, el paisaje se quebranta con una violencia inusitada y deja paso al caos, el absurdo y el dolor. El tiempo, la muerte, el desamparo, la nostalgia del paraíso perdido de la infancia y esa tristumbre que se desprende de la miseria del amor están condensados en versos de una gran intensidad (…) La percepción del entorno en Trilce se desarticula y adquiere tintes oníricos, la palabra se acerca una y otra vez al intento vano de capturar lo inefable, el poeta es más que nunca un huérfano del lenguaje”.

De Los heraldos Negros a Trilce hay un cambio fundamental en el poeta, hay una ruptura, un quiebre en todos los sentidos. La voz poética de Vallejo asume otro camino pero no deja atrás el dolor. Se adentra mucho más en la tristeza ancestral, en esa especie de llaqui que llevará con él hasta cuando diga: “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo…”. Y para ser fiel a esa tristeza luego lo cumple. 

A la tristeza ancestral de César Vallejo también se vincula la tristeza de España, de la guerra, del fascismo que va llegando y finalmente llega. Entonces el dolor se vuelve uno, imposible de superar con la poesía.

Gonzalo More (amigo de  César Vallejo) contó que el 15 de abril de 1938, llegó a la clínica donde estaba internado el poeta, y vio que entraba un cura que había sido enviado por el Consulado de Perú, cuyas autoridades dijeron que correrían con todos los gastos del entierro, a condición de que fuera religioso con funerales en una Iglesia. Pero More y otros escritores se opusieron a esa idea, y pidieron que se hiciera cargo del entierro la Asociación de escritores de la Casa de la Cultura del Perú. “Vallejo debe ser enterrado por sus amigos”, dijeron. En la práctica, los detalles del funeral corrieron por cuenta del Partido Comunista francés.

El entierro fue el 19 de abril en el cementerio de Mountrouge, un pueblito de la llamada cintura roja de París. Luego sería trasladado al cementerio de Montparnasse. Al frente del cortejo marcharon, entre otros, Luis Aragón. Jean Cassou, André Malraux, Tristán Tzara y Nicolás Guillén.Tiempo después el poeta cubano Nicolás Guillén recordaba el entierro de Vallejo diciendo: “Yo no olvido al cholo Vallejo muerto de dolor de España en París, y a cuyo entierro fui una mañana llena de sol francés, con grandes nubes blancas en el cielo azul”.

Así, sin lluvia, con dolor de España y su tristeza ancestral se fue el poeta que transgredía la palabra. Tal vez se podría decir que César Vallejo vivió y murió entre el dolor ancestral andino y el dolor de España. Su poesía fue reflejo de esa vida y de esa muerte.

Bibliografía:

Alemay Bay, Carmen, “Residencia en la poesía: Poetas latinoamericanos del Siglo XX”, Universidad de Alicante, PDF.

Millares, Selena, “De Vallejo a Gelman. Un siglo de poetas para Hispanoamérica”, Universidad de Alicante, PDF.


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