Arthur González •  Opinión •  13/07/2018

Respecto a Cuba, nada ha cambiado

Desde 1959 Fidel Castro intentó mantener una relación amistosa con Estados Unidos, demostrado durante su primera visita a Washington en abril del mismo año. Sin embargo, allá recibió hostilidad y el rechazo del entonces presidente Dwight Eisenhower, quien no quiso saludarlo.

Eisenhower estaba en contra de la victoria de la Revolución, algo que manifestó de conjunto con Allen Dulles, director de la CIA, en reunión del Consejo de Seguridad Nacional, celebrada en diciembre de 1958.

A pesar de todas las agresiones contra Cuba, en agosto del 1961, a solo tres meses de la invasión organizada por la CIA, el Comandante Ernesto Che Guevara, se reunió discretamente con el joven asesor de la Casa Blanca, Richard Goodwin, con el objetivo de abrir un diálogo y encontrar la posibilidad de una convivencia normal entre ambos países.

Con todas las administraciones, Cuba buscó esa armonía entre vecinos, pero siempre la oposición extremista de los yanquis hizo acto de presencia abortando las conversaciones que se establecieron.

Alcanzado el acuerdo para la apertura de las Secciones de Intereses en 1977, bajo la presidencia de James Carter, las presiones de la derecha ultra reaccionaria, encabezada por el consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, impidieron un avance del camino hacia el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas, a pesar del interés de Cyrus Vance, Secretario de Estado en aquel entonces.

De acuerdo con informes desclasificados, Brzezinski consideraba que “Cuba era una de las zonas más erógenas de la política exterior de Estados Unidos” y tenía dudas sobre la utilidad de las conversaciones con los cubanos. Por tanto, asumió posiciones de fuerza y diseñó junto con la CIA, acciones para tensar las débiles relaciones establecidas.

Situación similar la encontramos 40 años después en la actual administración de Donald Trump.

Para comprobar que es una misma línea de acción, basta recordar la inventada crisis de los cazabombarderos MIG-23 en 1978, información que fue “filtrada” a la prensa para provocar la reacción en los Estados Unidos, al punto de querer hacer una equivalencia con la Crisis de los Misiles de 1962.

Ante eso, reanudaron sus vuelos espías con el avión SR-71, violando el espacio aéreo de Cuba, vuelos que Carter había suspendido como un acto de buena voluntad.

Aquella amenaza fue inventada como pretexto para enrarecer el ambiente, ante el temor de se podría avanzar hasta la eliminación parcial del bloqueo económico, algo inaceptable para la ultraderecha.

Lo mismo hicieron con las falsas acusaciones elaboradas por la CIA, de que tropas cubanas de conjunto con las de Katanga, habían invadido a Zaire, lo que se conoce como Shaba II.

Rápidamente Fidel respondió que todo era absolutamente falso y basado en mentiras descaradamente repetidas. Esa enérgica actitud cortó las posibilidades de que siguieran engañando a la opinión pública.

Fidel nunca permitió una acusación falsa y lo mismo hizo cuando el entonces subsecretario de Estado, John Bolton, de conjunto con la CIA, divulgó que Cuba estaba produciendo armas biológicas.

La respuesta del líder cubano fue inmediata, calificándola de embuste y engaño, afirmando:

“Si un científico cubano perteneciente a cualquiera de nuestras instituciones biotecnológicas, hubiera estado cooperando con cualquier país en el desarrollo de armas biológicas, o hubiese intentado crearlas por su propia iniciativa, sería sometido de inmediato a los tribunales como un acto de traición al país”.

Fidel siempre les repitió a los yanquis:

“No se equivoquen, nosotros no podemos ser presionados, impresionados, sobornados o comprados, basta de acusaciones falsas”.

Resultado, la mentira quedó desenmascarada.

En estos momentos quien sirve de presión en la Casa Blanca es el senador Marco Rubio, miembro de la mafia terrorista anticubana, que de conjunto con la CIA enrarece las endebles relaciones diplomáticas establecidas por Barack Obama, que al igual que Carter, mantuvo el bloqueo comercial y financiero, el financiamiento a la subversión, la Radio y TV Martí, la Ley de Ajuste Cubano, la Torricelli y la Helms Burton, y nunca permitió abordar el tema de la devolución del territorio cubano que ocupa la base naval en Guantánamo.

Por las presiones actuales, Trump derogó la directiva presidencial de Obama, que buscaba derrumbar el socialismo desde adentro, utilizando al sector de trabajadores no estatales, la iglesia y la contrarrevolución interna.

Como parte de las nuevas mentiras, inventaron los falsos ataques acústicos y las falsas enfermedades causadas, algo risible que todavía mantienen como noticia, con el fin de tener el pretexto para finalmente cerrar su embajada en la Habana, la cual se encuentra a un nivel de trabajo mucho menor que cuando se abrieron las Secciones de Intereses en 1977.

El gobierno cubano lo ha reiterado, Estados Unidos miente y no ha presentado una sola prueba del hecho.

Es la misma historia que demuestra la ausencia de voluntad política para mantener una relación normal y armoniosa con Cuba, basado en los mismos argumentos brindados por el director de la CIA y el presidente de Estados Unidos en diciembre de 1958: “Tenemos que evitar la victoria de Fidel Castro”

Los yanquis quieren una Cuba sometida, complaciente y sin soberanía, tal y como la tuvieron desde 1898 hasta 1959 en que llegó Fidel y los puso en su lugar.

Estados Unidos debe recordar que los cubanos aprendieron con José Martí a decir siempre la verdad, pues como él aseguró:

No se miente cuando se lleva a la patria en el corazón.

*Arthur González, cubano, especialista en relaciones Cuba-EE.UU., editor del Blog El Heraldo Cubano.

Fuente: MartianosHermesCubainformación


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