Joan Cañete Bayle •  Opinión •  14/02/2018

Manifiesto 2018, Gaza no se hunde en el mar

Manifiesto 2018, Gaza no se hunde en el mar

Gaza, como principio y fin, el parque temático de la ocupación de los territorios palestinos. Cuenta la periodista israelí Amira Hass que en los años 90, Yigal Amir, soldado del IDF, sobresalía por encima de sus compañeros de armas desplegados en Gaza por su especial habilidad a la hora de encontrar formas de humillar a la población ocupada. Una de sus formas de “defender a Israel de los terroristas palestinos” era destruir a tiros la ropa colgada de los tendederos  entre casa y casa. Pam, pam, la colada arruinada, las sábanas agujereadas, la única camisa decente inservible. En noviembre de 1995 Amir asesinó a Yitzhak Rabin, primer ministro de Israel, entonces sobrevenido hombre de paz, antes uno de los artífices de la brutal gestión de la ocupación de Gaza, suya es la frase, el desiderátum, “Ojalá Gaza se hundiera simplemente en el mar…” Es una ingenuidad pretender que el vacío moral de la ocupación no devora también a la sociedad ocupante.

Como esas decenas de israelíes, vecinos del Sderot bajo el alcance de los cohetes de las milicias palestinas, que en el verano del 2014 se instalaban en una colina con sus tumbonas y sillas plegables a ver cómo su aviación y su artillería bombardeaban a algo más de 1.800.000 personas hacinadas en poco más de 360 kilómetros cuadrados. Pam, pam, la atracción de ese verano fue ver cómo morían miles de personas, entre ellas 500 niños en 50 días, diez al día, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, si leerlo así se hace largo, duele imaginarlo en los pasillos ensangrentados del hospital Al Shifa, 1 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, y así a diario durante 50 días. Pero no, Gaza no se hunde en el mar, es tozuda y resistente, no hace lo que se espera de ella: ni cumple el deseo de Rabin, ni se llenó de invernaderos cuando los colonos abandonaron Gush Katif y Netzarim, ni vota lo que debe cuando le permiten expresarse. Y, una década después de un cruel bloqueo, ahí sigue. Sobrevivir es resistir.

Existe Jerusalén, con su condición de símbolo a cuestas y su Línea Verde y su Explanada de las Mezquitas, y existe Cisjordania, agujereada por asentamientos, túneles, carreteras solo para colonos, check points, barreras y el muro. Existen los palestinos del 48 y los refugiados del 67, los Blue ID y los palestinos repartidos por los países árabes. Pero Gaza es el parque temático de la ocupación, no conoce tregua ni apenas esperanza desde 1967, todo empieza y acaba en la orilla de sus playas. En Gaza estalló la primera Intifada, de Gaza era Mohamed al Durra, en Gaza fracasaron primero Oslo y después la ANP, en Gaza se hizo fuerte el islamismo y el cielo de Gaza fue el primer lugar de Palestina que sobrevoló Yasir Arafat a su regreso, ya cadáver, del viaje que jamás debería haber emprendido. En Gaza es donde hay un aeropuerto sin aviones, donde a los pescadores apenas se les permite faenar, donde los niños vestidos de uniforme invaden las calles en la hora del cambio de turno escolar, donde se levantó Abu Holy, donde Iman al Hams recibió 17 balas mientras iba a la escuela, donde los conductores conducen con las ventanillas abiertas para reducir los efectos de la onda expansiva en caso de explosión, donde pueden existir lugares como Al Mawasi, el cruce de Netzarim y el paso de Rafah.

Gaza puede explicarse con números, los hay de todo tipo y condición, nadie puede alegar ignorancia. Que el 80% de la población son refugiados de 1948 y sus descendientes. Que los hogares reciben tan solo entre 4 y 6 horas de electricidad al día. Que la mayoría de familias reciben agua potable entre 6 y 8 horas cada cuatro días. Que a diario se lanzan al mar 108 millones de litros de agua de alcantarillado. Que el paro asciende al 46,6% de la población. Que el 80% de los habitantes subsiste gracias a la ayuda humanitaria internacional. Que el 47% de los gazatíes no tiene suficiente comida. Que unos 400.000 niños necesitan asistencia psicológica. No es una crisis humanitaria causada por un desastre natural. Es consecuencia de décadas de ocupación.

Gaza también puede explicarse con colores y con olores, en conversaciones regadas con té, zumos de caña de azúcar y puestas de sol. En Gaza, donde la muerte es cotidiana, se siente con intensidad el latido de la vida. Hay pobreza, miseria, depresión, apenas hay electricidad ni agua potable que no sepa a sal, a mar, a arena. La esperanza se extravió, y aun así, hay hospitalidad, y risas, y humor negro, y familias que llegan donde ni el Gobierno (¿qué gobierno?) ni la religión ni las milicias alcanzan. Gaza es un milagro: los números dicen que es imposible vivir allí con dignidad, y sin embargo da lecciones de ello a diario. Y sobrevive. Y, por supuesto, no se hunde en el mar.

Gaza es un espejo en el Mediterráneo, en el que el resto nos reflejamos. Es el espejo de la sociedad palestina, con sus contradicciones, luchas, traumas, miedos, aciertos, errores, sueños y proyectos, el reflejo de una sociedad ocupada y oprimida desde hace décadas que insiste en permanecer. Es el espejo de la sociedad israelí, y poco más cabe añadir al respecto que 1 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, y así día a día durante 50 días. Ese mar que compartimos es el espejo de Occidente, de los valores que dice exportar, de la democracia y los derechos humanos, de la justicia y la legalidad internacional, del doble rasero y de la hipocresía, pam, pam, un agujero en la colada, pam, pam, 17 balas en el cuerpecito de Iman al Hams, pam, pam, nadie puede alegar ignorancia, todo el mundo sabe lo que sucede en Gaza, todo el mundo sabe lo que implica el bloqueo: un castigo colectivo indiscriminado contra la población civil. Gaza no es una cuestión solo de derechos humanos. O de legalidad internacional. O de justicia. O de paz. Gaza es una cuestión de simple decencia.

Por este motivo, nacen de la sociedad civil iniciativas como la Coalición Internacional de la Flotilla de la Libertad, que en el 2018 zarpa de nuevo para romper el bloqueo al que Israel y la  comunidad internacional someten a Gaza y para denunciar la complicidad de los gobiernos en el castigo colectivo que sufren los gazatíes.

Porque sí, Gaza es tozuda y no se hunde en el mar, pero más que nunca necesita ayuda. Porque Gaza no puede ni debe caer en el olvido.


Opinión /