Paco Campos •  Opinión •  31/07/2017

¿Podemos estar rectificando siempre?

Un argumento de Habermas puede resultarnos lo suficientemente convincente como para seguir su contenido en cualquiera de las situaciones que puedan presentársenos. Habermas pregunta qué hace que una proposición sea o nos parezca verdadera al tenerla idealizada dentro de un ámbito de mentes finitas: la respuesta que justifica esta creencia radica en la fuerza irrestricta del argumento mejor, que fuerza a los participantes -el círculo de mentes pensantes- a un cambio de perspectiva.

        Lo anterior supone una fe ciega no solo en la racionalidad sino en el apriorismo, supone una fuerza intemporal -la que mantiene constante el dominio y actualización de esa verdad- que define en el tiempo todo amago normativo o preceptivo, las llamadas verdades incuestionables -las constitucionales en la política democrática, o las religiosas en la dogmática de las creencias fideístas. La suposición es siempre incólume dado que no hay un sujeto concreto que se haga cargo de las afirmaciones intemporales.

        La cosa cambia, cuando queremos, porque lo necesitamos, naturalizar la filosofía idealizada. Cambia porque los sujetos necesitan intersubjetivizar sus inquietudes, cambios y proyectos. Entonces es cuando la práctica es necesaria si no queremos toda una vida ser pasto del miedo, tanto a la libertad como a la creación, lo que llaman algunos políticos “proceso”. Enfrentarse a un proceso, solo porque desdibuja el mantenimiento de la verdad impersonal, es un error de mucho bulto, un error que ha llevado a muchos a las puertas del infierno -entiéndase, a lo peor. 


Opinión /