Paco Campos •  Opinión •  26/06/2017

El yo que hace y deshace

Los que hemos sido educados de forma representacional, que no somos pocos, forma ésta acrecentada por la fiebre de los psicólogos que creen que lo que dicen, y no paran de decir cosas, tiene en nuestra mente una representación por la cual comprendemos las cosas, y así sucesivamente… diría yo -> y así nos va. Pues bien, este mismo vicio, esa misma tendencia, tiene su origen en las gnoseologías que predican al sujeto por un lado y al objeto (el mundo) por otro, sin reparar en nada más que en esa especie de fideísmo de las mediaciones.

        Dice la tradición filosófica antigua, y también reciente, que entre el yo (el sujeto) y el mundo hay tres medios: la mente, la consciencia y el lenguaje. El pragmatismo últimamente desarrollado, esto es, 2º Wittgenstein, Davidson y Rorty, también otros filósofos, como Nietzsche, Heidegger, Derrida, James, Dewey, Goodman, Sellars, Putnam, niegan la bipolarización, el yo que hace y deshace a su antojo, y en su lugar, como hace Rorty, colocan un ser humano definido mediante una serie de redes de creencias y deseos.

        La diferencia entre la tradición, fundamentalmente europea, y la filosofía pragmatista es que la primera afirma que hay un yo tal que tiene creencias y deseos, que conecta, correspondientemente, con la realidad y con el sujeto; mientras que los pragmatistas rompen el esencialismo del yo, afirmando no que el sujeto tiene, sino que es creencias y deseos, que interactúan de tal manera que imposibilitan una teoría representacionalista, salvo caer en espejismo de la concepción del hombre compuesto de partes (como cuando se nos enseñaba que el cuerpo humano se componía de tres partes: cabeza, tronco y extremidades –como si de un mecano se tratase).

 

        

        


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