Francisco González Tejera •  Opinión •  16/05/2017

Agaete en los caminos sinuosos del olvido

Cuando el obispo Pildain estaba sentado solemne en la silla de madera de tea en la plaza de San Pedro, las fieles se le acercaron en fila de una, las dos mujeres enlutadas de la “Vecindad de Enfrente”, casi en un susurro, le pidieron que velara por los que estaban siendo detenidos y asesinados por los falangistas.
 
El prelado les dijo que ya no podía hacer nada por los desaparecidos secuestrados por las “Brigadas del amanecer” dos semanas antes, la madrugada del 4 al 5 de abril de 1937, que encomendaba sus almas a la “santísima misericordia de nuestro señor Jesucristo”, que se fueran tranquilas y en paz y que rezaran varios Rosarios a la Virgen del Pino.
 
Valle de Agaete (Vencindad de Enfrente en 1936) lugar de los crímenes fascistas
 
La mujer más joven se le quedó mirando fijamente a los ojos, inmóvil, como paralizada unos segundos que parecieron millones de años, sabía que la llegada de monseñor en el taxi amarillo para administrar el sacramento de la Confirmación no era casualidad, que tenía que ver con los asesinatos franquistas, que el religioso tenía constancia de que sacaron a la fuerza de sus casas aquella medianoche en el municipio norteño a casi una treintena de varones, algunos muy jóvenes, casi niños, para llevarlos a la sede de Falange de la Villa de Agaete donde fueron torturados salvajemente, para luego exponerlos con sus cuerpos ensangrentados en la plaza del pueblo, donde continuaron los apaleamientos y suplicios bestiales durante varias horas.
 
De allí fueron conducidos al centro de detención y tortura de la calle Luis Antúnez, junto a la playa de las Alcaravaneras, en Las Palmas de Gran Canaria, donde permanecieron un día y medio entre golpes, patadas y culatazos, para la noche del 6 de abril llevarlos en un camión a la Sima de Jinámar, donde fueron arrojados al abismo volcánico de más de 90 metros y cubiertos con escombros y cal viva.
 
Centro de detención y tortura de la calle Luis Antúnez, ahora Colegio La Salle
 
De todos estos atropellos tenía constancia el obispo, sabía a la perfección que el comandante, Antonio García López, fue el promotor principal junto al empresario tabaquero Eufemiano Fuentes, masacrando y desapareciendo a cientos de hombres sin que las autoridades civiles y religiosas hicieran nada para evitarlo, mirando claramente para otro lado ante los crímenes masivos cometidos por los fascistas.
 
-Señor obispo hay una nueva lista negra con veinte más que van a llevarse esta noche entre las que hay varias mujeres. –Dijo la joven con los ojos repletos de lágrimas-
 
El religioso se quedó pálido, como reflexionando un buen rato en silencio, alzó su voz y pidió a uno de sus asistentes que llamaran al párroco del pueblo que vino presuroso. El cura Manuel Alonso se arrodilló y el obispo se le acercó al oído.
 
-Ya estuviste implicado en las muertes de esos pobres inocentes la semana pasada, ahora preparan otra nueva masacre para esta noche con 20 nuevas personas que van desaparecer y asesinar, eso no lo puede hacer un representante de la Iglesia Católica. –Dijo Pildain enérgicamente con su pronunciado acento vasco-
 
El sacerdote negó con la cabeza y monseñor le apretó el hombro en señal de desaprobación, le exigió que hiciera venir al alcalde, Valentín Armas y al jefe de Falange, Benjamín Armas, también se incorporaron los falangistas, Agustín Álamo y Casto Rodríguez, con los que mantuvo una larga conversación dentro de la ermita.
 
Esa noche la Brigada del amanecer no intervino y la lista no se llevó a cabo posiblemente gracias a la intervención del obispo.
 
El triste paraje pasó a llamarse en pocos meses “El barrio de las viudas”, las mujeres cargadas de hijos, algunas embarazadas, fueron abandonadas por el nuevo régimen, no tenían derechos civiles, sin trabajo remunerado, tuvieron que sobrevivir con la agricultura de subsistencia, con la leche y el queso de las cabras, sirviendo por cuatro perras en las casas de los opresores, pidiendo limosna, trabajando en condiciones durísimas en el Pinar de Tamadaba durante el frío invierno o el abrasador verano.
 
Esa herencia de horror y muerte ha quedado para siempre grabada a sangre y fuego en la frágil piel de la memoria colectiva de todo un pueblo, algún atardecer cuando se acercan las horas de la oscuridad una brisa fría como el hielo sube desde el mar, parece que los hombres vuelven desde ese lugar desconocido y lúgubre, los perros ladran y se escuchan pasos misteriosos en los caminos sinuosos del olvido.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

 
Falangistas armados en el Parque de San Telmo, 1936, Las Palmas GC
 (Archivo municipal de Arucas)

Opinión /