Francisco González Tejera •  Opinión •  15/02/2017

Desde el libertario aroma del Vallès

El tren de Sabadell a Barcelona salía casi siempre puntual, solo había que bajar la interminable y empinada escalera para encontrarse con aquella serpiente de hierro, dispuesta siempre al viaje, “los catalanes” les llamaban en aquel Vallès tan masacrado, testigo directo del genocidio sobre los obreros que luchaban por un mundo mejor en los años 30.
 
Fue una coincidencia sentarnos mi hija y yo junto a aquel señor mayor trajeado, incipiente barba blanca, pañuelo rojo al cuello, con una bolsa de plástico sobre sus muslos, “regalos para las nietillas” nos dijo, enseguida detectamos su acento isleño, cadencioso, con esa paz en cada palabra.
 
-Nosotros también somos canarios –le dijimos-
 
El hombre nos miró sorprendido, jamás imaginaba encontrarse paisanos en aquel lugar tan lejano de los vientos alisios, donde lo más parecido al Pinar de Tamadaba era ese bosque a pocas estaciones de la ciudad de Gaudí, aquel espacio de paz donde nos dijo que solía perderse, precisamente cuando no le quedaba más perspectiva que verse reflejado en los ojos puros de las dos chiquillas de Ciudad Lineal que tanto amaba.
 
Menos de una hora entre esos frondosos valles, la excusa para la charla, nos habló del exilio en la Argentina huyendo de los crímenes fascistas masivos en Canarias, de su militancia en la CNT del barrio de Arenales en Las Palmas, de sus anarcas queridos, de las detenciones, las desapariciones de sus compañeros, de aquella noche en que le arrebataron lo que más amaba, la sonrisa de Alicia cuando se la llevaban en los camiones de la muerte para no verla más.
 
En la estación de Plaza Catalunya nos despedimos entre la multitud, Famara le dio un beso, la abrazó, le dijo “canarita linda, cuida de este camarada, jamás lo dejes solo, porque la vida es una serpiente de dos cabezas que nos da todo y también nos puede dejar sin nada».
 
Nos abrazamos y Fermín Robaina, “El libertario”, me dijo al oído que todavía seguía oliendo el salitre del barrio marinero de San Cristóbal, los dos sabíamos que no nos volveríamos a ver, que este viaje sería tempestuoso porque ambos habíamos elegido el camino de la lucha por la gente oprimida, pisoteada por un estado criminal, que el fascismo seguía vivo en España, en Catalunya, en Canarias, en el transcurrir silencioso y triste de aquel febril año 2014.
 
Se perdió solo entre la gente con su lento caminar, casi encorvado, sus bolsas aferradas a su pecho, camino de la salida, hacia el infernal ruido de la que un día fue la heroica Barcelona, ciudad abierta a la esperanza, al devenir autogestionario de la utopía.
 
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Ofensiva en la calle Diputación de Barcelona, 19 de julio de 1936

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