Guadi Calvo •  Opinión •  19/01/2017

Cuerno de África: Khat la hoja maldita

Una cosecha tan milagrosa como peligrosa

CUERNO DE ÁFRICA: KHAT, LA HOJA MALDITA.

Guadi Calvo, Analista internacional. (Global Research)*

Más de 25 millones de hambrientos consumen  el khat, un arbusto difundido en el Cuerno de Africa que si bien paliativo, contiene ingredientes alucinógenos, finalmente letales.  A pesar de las persecuciones,  los traficantes de khat, siguen llegando a los centros de comercialización, en los grandes núcleos urbanos, suerte que no tienen los productores de carne o leche.

A pesar de la guerra y los constantes bombardeos de la aviación saudita, los traficantes de khat, se las han arreglado para seguir llegando puntuales a los centros de comercialización, en los grandes núcleos urbanos, suerte que no han tenido los productores de carne o leche.

Quienes sigan con algún interes especial la política internacional o la historia, sabrán muy bien que las naciones que conforman el Cuerno de África (Somalia, Eritrea, Etiopía, Uganda, Kenia, Djibouti) junto a Yemen, parecen signadas por el destino a extraordinarios padecimientos como guerras, sequías, dictaduras, terrorismo, epidemias y hambrunas, que han relegado a esos pueblos a ocupar casi con exclusividad los últimos puestos en todo lo referente a calidad de vida.

Es por esto, que más allá de cuestiones puntuales, como las guerras en Siria o Irak, a la hora de enumerar las naciones que más ciudadanos suman a las grandes olas de refugiados, ninguno de los países mencionados escapa de los primeros puestos.

Pero este grupo de naciones también coinciden en un punto que hace más atroz sus padecimientos, el consumo endémico del khat.

El khat, o chat, kus-esalahin, miraa, tohai o tschat, cuyo nombre científico es Catha edulis Forsk es un arbusto de hojas perennes que crece en las alturas y que se da en el Este africano, Afganistán, Yemen y Madagascar. Su altura óptima es la de 6 metros, aunque puede llegar hasta los 15. Se lo cultiva entre los 1,500 y 2,500 metros de altura. Para su crecimiento necesita grandes cantidades de agua, y se da mucho mejor en terrenos ácidos y arcillosos bien drenados. Con cuidados llega a cosecharse cuatro veces al año.

Sus hojas son consumidas por unos 25 millones de entre la población del Cuerno de África y Yemen, de manera cotidiana y casi ritual.

Se utilizan los tallos frescos y las hojas, que el adicto masca de manera constante para extraer sus jugos de efectos estimulantes, formando en el carrillo, una bola a veces del tamaño de una pelota de golf, que mantiene durante horas. Las hojas secas se utilizan en la elaboración del llamado té de los árabes o té abisinio.

El Catha edulis que contiene catinona una sustancia químicamente relacionada con la anfetamina, tiene efectos estimulantes muy parecidos a la cocaína.

El khat fue cultivado durante siglos fundamentalmente en Etiopía, desde donde se extendió a países cercanos.

Su consumo, no solo se puede convertir en compulsivo, sino que con el uso prolongado en el tiempo, tiene numerosas e importantes consecuencias negativas desde inflamaciones bucales a problemas hepáticos y cáncer de boca, y hasta ciertos grados de sicopatías. El efecto no se produce de manera inmediata, sino que se comienza a sentir al rato, según sea la frescura de la hoja.

El khat ya lo utilizaban los antiguos egipcios como analgésico, a quien le otorgaron carácter sagrado. Se la conocía como “la comida divina” ya que se creía que facilitaba la transmutación a otros planos.

El khat es mencionado en antiguos textos del siglo XII. La primera de esas menciones es registrada como una amenaza del imán Sabradin, del sultanato de Ifat, en la actual Somalia, hacia el rey cristiano Amda Syon I, que gobernó Etiopia, entre 1314 y 1344, diciendo que: “cuando conquisté ese reino, haré de su capital Harar mi capital también, y plantaré khat”.

Según una leyenda su aparición, tiene connotaciones divinas, dos santos que pretendían pasar todas las noches orando, para honrar a Dios, era siempre vencidos por el sueño, por lo que una noche se les apareció un ángel, llevándoles la planta para que pudieran mantenerse despiertos.

Para su consumo es necesario que sus hojas sean mantenidas húmedas, ya que pierde buena parte de sus propiedades, a los tres o cuatro días de ser cortadas. El alcaloide desaparece cuando la hoja se marchitaba.

Para trasportarlas frescas hacia los mercados, los alijos de khat son protegidos con hojas verdes, troncos y tallos de bananos y por encima se les coloca otra capa de hojas secas, a las que se les puede mantener humedecidas vertiéndole discretamente agua. Por esta es la razón, los tallos y las hojas de bananas, se cotiza mejor que el propio fruto.

Etiopía es el principal productor de khat, donde en cada temporada, se cosecha dos o tres veces a la semana, toda la producción es enviada a la ciudad de Harar, donde es distribuida a diferentes mercados.

Uno de ellos es Djibouti donde cada día llegan unas 15 toneladas, para los casi 500 mil adictos, de una población total que apenas llega al millón, la ex colonia francesa, a pesar de tener una tasa de desnutrición infantil que bordea el 70%, gasta en khat aproximadamente 220 millones de dólares al año.

Si bien en un comienzo el consumo, se restringía a alguna fiesta como los casamiento o incluso reuniones de negocios o los funerales, su fue expandiendo a medida que las rutas de acceso, desde las zonas productoras a los grandes núcleos urbanos fueron mejorando.

Llegando el punto que tras el almuerzo, prácticamente tanto en Somalia como Yemen toda la actividad se detiene y cada quien se dedica al consumo. En Somalia entre un 18% de la población de sur y un 55% del norte, son consumidores que pueden llegar a gastar hasta un cuarto de su sueldo en khat.

En Yemen la tasa llega al 90 % entre os hombres y un 60 entre las mujeres, incorporándose los niños después de los 10 años.

Mascar khat es una actividad compartida entre amigos y parientes, aunque si separada hombres y mujeres. En la mayoría de las casas existe un cuarto llamado diwan o al-Mafraj dedicado con exclusividad al ritual del maqial. Por lo general son lugares alejados de puertas y ventanas que den al exterior.

Los consumidores se recuestan en almohadones y allí comienza el ritual de arrancar las hojas, e ir colocándola en sus bocas. Normalmente se pueden juntar entre seis o diez adictos, pero en oportunidades, como algún evento social, o político pueden llegar a ser más de veinte.

En el al-Mafraj, se disponen algunos narguiles, y liquido abundante (obviamente nunca alcohol, expresamente vedado en el Corán, pero si gaseosas, té negro suave o solo agua fría.

Estas sesiones suelen empezar después del almuerzo, hasta las oraciones del atardecer. En países en guerras civiles como Yemen, los combates se interrumpían para el consumo.

El efecto del narcótico comienza con euforia y bienestar, una gran energía y un intenso estado de alerta; incrementado la autoestima. Para luego llevar al consumidor a un estado de desinhibición, locuacidad, mayor capacidad perceptiva y comportamientos hipomaníacos. Llegando a experimentan pesadillas paranoicas, en las que se sienten agredidos, los que en muchas oportunidades les hacen generar reacciones violentas. El khat también aumenta la libido, y a la vez genera impotencia. No es extraño que a posteriori de estas sesiones de consumo se produzcan intentos de violación.

Abandonar el consumo, en muchos casos acarrea hasta aislamiento social

En Somalia el adicto puede llegar a gastar hasta un cuarto de su sueldo en el consumo de khat.

En 2006 la Unión de los Tribuales Islámicos somalíes, antecesores de al-Shaaban, el capítulo de al-Qaeda en el país, por intermedio de una fawtua prohibieron, tal cual lo había hecho el Mullah Omar, líder de los talibanes afganos en 1999, con el opio, la siembra, producción y consumo del khat. Aunque, de hecho, la dinámica del conflicto eliminó el edicto de hecho.

Esta situación, ha generado la paradoja que en la actualidad los únicos aviones que llegan a horario a Somalia, son los que traen khat desde Kenia y Etiopía.

En Arabia Saudita, se prohibió en los años sesenta el cultivo, comercio y consumo del khat por un decreto real. Avalado por las autoridades religiosas, ya que el Corán prohíbe el uso de cualquier sustancia que pueda perjudicar la salud.

En Kenia, donde unas 500 mil personas viven de la “industria”, los sembradíos se ubican en las laderas de Monte Kenia, y representa el 1% de las exportaciones del país.

En la ciudad de Hargeisa, capital de Somalilandia, se ubica el mayor proveedor de la región que vende 80 toneladas de khat al día.

El único vencedor de la guerra en Yemen

Según una leyenda yemení, el khat lo introdujo en el país, el Sheikh Ibrahim Abbu Zahrabui, tras un viaje a Berbera (Somalia) en 1430.

El consumo generalizado y permanente de khat, no solo ha puesto en peligro la economía de país, ya que las horas perdidas de trabajo por individuo son entre las 3 y 5 diarias, también el incremento del cultivo, provocó la disminución de la siembra de otras importantes producciones, lo que está ocasionando subalimentación y todo tipo de enfermedades.

Los yemeníes utilizan el khat desde el XIV, pero durante gran parte de este tiempo su uso era solo un lujo esporádico.

El avance de las zonas cultivables de khat, no solo se deben a la corrupción estatal, ya que muchos de los funcionarios, líderes tribales, jefes militares y políticos de las sucesivas administraciones yemeníes, son dueños de tierras, sino también a la desproporcionada ventaja económica del khat frente a otros cultivos.

Comparado con el café, el khat, es cinco veces más rentable, además de producir todo el año, y no como otros cultivos que se pueden cosechar una o a lo sumo dos veces al año. Además el khat, necesita un 30% menos de riego. El agricultor con un kilo de papas, gana un dólar; con un kilo de tomates 5 dólares; mientras que un kilo de khat, son 26 dólares, de ganancia.

El extendido consumo de khat, que no se ha detenido a pesar de la guerra que el país mantiene contra Arabia Saudita desde marzo de 2015, ya ha provocado innumerables inconveniente ecológicos. En primer lugar la gigantesca cantidad de polietileno, que se utiliza para proteger los sembradíos de khat, y las innumerables bolsas de plástico que se utilizan para envasarlas al menudeo, diseminadas en todas direcciones, sin control ni cuidado.

Además, que para el khat se está utilizando más del 40% del agua disponible, que es el recurso más escaso del país. Miles de kilómetros de improvisadas tuberías tendidas, a través de infinitos desiertos para alimentar las plantaciones de khat. Se han construido sin asistencia técnica provocando innumerables pérdidas de agua. Según estudios de hidrología, Yemen corre un altísimo riesgo de convertirse en el primer país del mundo en quedarse sin agua.

Desde hace décadas que el khat ha extirpando la producción de otros cultivos. Para los años sesenta Yemen producía 2 millones de toneladas de cereales, ya en los setenta se había reducido a 500 mil toneladas, los números y esa tendencia lejos de modificarse se incrementó.

Antes del comienzo de la guerra con Arabia Saudita, la “industrial” del khat, representaba el 16% de la fuerza laboral, uno de cada 7 trabajadores, lo que representa medio millón de empleos, que la convierte en la segunda fuente laboral del país.

A pesar de la guerra y los constantes bombardeos de la aviación saudita, los traficantes de khat, se las han arreglado para seguir llegando puntuales a los centros de comercialización, en los grandes núcleos urbanos, suerte que no han tenido los productores de carne o leche.

La guerrilla chiitas Houtie, nominalmente el enemigo de la wahabita Arabia Saudita, también están intentado detener el consumo, decomisando y quemado los alijos que capturan.

Lo que obligó a los traficantes a crear un mercado negro, donde se paga un precio más alto. Aunque también los comerciantes han abierto líneas de financiación para sus clientes, ofreciéndoles descuentos y planes de pago diferido para su dosis diaria. También ahora ofrecen, otras variedades de khat, de menor calidad aunque dada la situación la clientela se va adaptando.

Una bolsa de las hojas verdes y blandas, cuesta entre 2 a 14 dólares, según su calidad. Quizás no sea tanto, si por un rato puedan olvidar el infierno en que están sumergidos.

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* Guadi Calvo es un escritor y periodista argentino, analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

http://www.gracus.com.ar/2017/01/18/una-cosecha-tan-milagrosa-como-peligrosa/#more-13671


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