Paco Campos •  Opinión •  07/01/2017

La tradición liberal ilustrada

Pertenecemos a esa tradición, forjada con un lenguaje exclusivista y poco integrador. Es más, desechamos de antemano a todo aquel que con su propio modo de expresión pueda tener creencias y deseos, esto es, verdades que justifiquen una comunicación libre de dominio. Esto es así, nos guste o no. El problema surge cuando queremos apropiarnos de su mundo comunicativo, es decir, de sus creencias y deseos para poder ejercer el dominio de nuestra razón instrumental o lo que sea. El caso es que impedimos que otro lenguaje pueda ser válido, no digo ya hegemónico.

        La cuestión es más grave cuando entre nosotros abrimos diferencias de expresión porque no coinciden del todo nuestras creencias y deseos confrontados con el otro, pero ya de nuestra misma tradición. Y el colmo se da cuando en una elite se fractura el discurso; normalmente el discurso político, pero también el científico. Es en este momento cuando el conflicto de las interpretaciones se lleva al mundo de la vida para enfrentarse allí nuestros intereses, nuestras verdades con las del otro.

        En este último caso cabe decir que no es lo mismo la pretensión de dicha tradición cuando quiere elevar la verdad al tono de la exclusividad y la universalidad, que cuando esa misma tradición pretende justificar sus creencias con la pretensión de integrar y de democratizar, hasta el punto de alcanzar también a otras tradiciones que se presten a intercambiar las verdades sin necesidad de imponerlas, algo que también cabe en la política. Cuando se produce esto último es cuando el lenguaje cumple su función comunicativa, que también es integradora y solidaria.


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