Libardo García Gallego •  Opinión •  12/09/2016

La economía antepuesta a la vida humana

Los motociclistas son nuevos victimarios y nuevas víctimas, causantes del mayor número de accidentes de tránsito y de la muerte de numerosas personas, principalmente ancianos, noticia infaltable de cada día. Es obvio: estos vehículos circulan por las calles a altísima velocidad, de modo que un anciano artrósico, cegatón e incapaz de correr ve venir el vehículo a más de 100 metros de distancia, se atreve a cruzar la calle, pero en segundos la moto le tumba el bastón o lo aplasta. No sé si existirá un Manual para los motociclistas, pero debe existir porque el culebreo, el adelantar vehículos, la velocidad, etc., deben ser controlados. Lamentablemente a los gobernantes lo único que les importa es la marcha de la economía, que los proveedores de automotores vendan hartos; los accidentes y las muertes son gajes del oficio. Se recomienda que los ancianos y quienes no sean atletas se abstengan de circular a pie por las calles.

Los habitantes de la calle, bien sea por viciosos, por desamparados, por desadaptados, son expulsados violentamente de las cuevas o refugios que logran encontrar para descansar y hacer sus necesidades. Muchos de ellos se ven obligados a robar, a atracar, porque el instinto de conservación prima sobre las normas éticas o morales: los comerciantes y vecinos de aquellos lugares se enfrentan con ellos para ahuyentarlos, inclusive ofreciéndoles alimentos envenenados. El alcalde de Bogotá dice que a esas personas “hay que hacerles la vida difícil”, lo cual puede interpretarse como una autorización perversa contra ellos. La Corte Constitucional prohibe obligarlos a vivir en hogares de paso o en casas de rehabilitación porque “tienen el derecho humano al libre desarrollo de su personalidad”, una interpretación controvertible. El mismo alcalde se  ufana de haberlos arrojado del horrible Bronx, sin prever el destino futuro de los errabundos. Algunos fueron enviados a otras ciudades para aumentar allí el mismo problema, los que se quedaron en la capital no se van a suicidar y quieren seguir callejeando, y como necesitan sobrevivir a como dé lugar, entonces seguirán cometiendo “contravenciones” y buscando escondites. El gobierno lo único que les da sin miseria es garrote. Aunque son seres humanos, eso no se toma en cuenta.

A más de 800 niñas de varias ciudades del país se les colocó por prevención una inyección dizque contra el papiloma humano, y las consecuencias han sido nefastas, hasta la invalidez y la muerte. ¿De quién es la culpa? ¿De los médicos? ¿De las farmacéuticas? Lo más seguro es que sea de las farmacéuticas porque en otros países también ha sucedido lo mismo, mas parece que de por medio hay mucho interés y mermelada para no difamarlas y por ello las autoridades sanitarias mejor se callan, ocultan el grave daño causado a las niñas y los espacios noticiosos se rellenan con deportes y farándula. El mundo entero sabe que el Estado colombiano no le para bolas a la prestación de los servicios de salud, de educación y otros. O si no por qué mueren de hambre tantos niños indígenas y por qué suministran refrigerios descompuestos en las instituciones educativas?

(Se recomienda bajar de You tube estos documentales: “Lo que hacen las farmacéuticas”, “Salud en venta. El negocio de las farmacéuticas”)

Sería interminable una lista completa de casos similares ocurridos en Colombia, el país latinoamericano que hasta este año es el que más derrocha en guerra contra el pueblo en vez de resolverle los problemas por los cuales protesta y reclama. Ojalá con la finalización del conflicto armado no les dé a los burócratas por robarse los dineros que dejarán de malgastar en la guerra.

Armenia, 7 de Septiembre de 2016

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