Paco Campos •  Opinión •  04/09/2016

Con qué verdad viven las sociedades democráticas

Decir que viven con afirmaciones representativas que se  corresponden con la realidad es decir que si esa correspondencia se pudiera poner en duda no habría posibilidad de afirmar con garantía una verdad. Ahora bien, si dijéramos que esas proposiciones sirven para hacer buenas, en el sentido de exitosas, los motivos y las creencias por las que puedo ser un individuo  comunicativo, entonces la situación cambia, porque las cosas del mundo real dejan de ser objeto para convertirse en un tipo de contexto. Es por ello que si un agente afirma algo tiene, al menos, que ser justificado en una forma de comunicabilidad determinada. En todos los casos la verdad como justificación comunicada en un contexto ha de ser, no cabe otra alternativa, empírica. Y podemos afirmar que toda justificación es una forma verdadera respaldada por la experiencia. Además conviene tener en cuenta que la experiencia, por sí sola, es reversible, revisable y nunca totalizante.

Si bien puede decirse que lo dicho arriba tiene un corte humeano, y que la cotidianidad de las sociedades modernas está presidida por esa comunicación etnocéntrica, hay, sin embargo, una forma de verdad en estas mismas sociedades modernas y, por ello, democráticas que puede considerarse institucional y que aparece cuando revisamos nuestras consideraciones cotidianas, cuando hay que argumentar no ya desde la justificación, sino desde la validez universal. Cuando así sucede, es Kant, en vez de Hume, el que instituye la teoría que avala ese tipo de verdad universal, que tan bien ha funcionado en la filosofía y ahora funciona con rango similar en la política institucionalizada, la política de discursos y de los idearios que, aunque lejos de la empiria, nos interesa para sorprendernos por su débil ocurrencia. Porque, dónde queda el sujeto trascendental cuando lo que importa en ese contexto es la pobreza energética o el régimen alimenticio infantil, por ejemplo.

Las sociedades democráticas, sus miembros, están ocupadas a diario con verdades empíricas, esto es, con justificaciones que sirven no sólo para comunicar sino también para llegar a acuerdos, aunque esos acuerdos no tengan el rango consensual. Las verdades de las sociedades democráticas son las de la práctica lingüística, formas de habla que se bastan a sí mismas sin necesidad de recurrir al representacionalismo y a la mediación sujeto-objeto. No hay una elección entre posiciones empíricas por un lado y trascendentales por otro, y no la hay porque si la primera esta indiferenciada en el mismo comportamiento humano, la segunda hay que buscarla, después comprenderla y, por último, comunicarla; para ello es necesario parar el ritmo de la vida y parar, a su vez, el tiempo. 


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