Clara Esquena i Freixas •  Opinión •  18/07/2016

Activistas, nuestros héroes

«No concibo la vida sin lucha»

Lagarder Danciu. Sociólogo, trabajador social, activista y mucho más.

 

Se hace difícil que un solo ser humano acumule tantas etiquetas potencialmente estigmatizadoras como el «sin techo» Lagarder Danciu a quien muchos conocimos cuando irrumpió en un mitin del PP al grito de“El PP, sois la mafia”. Tal como se ha expuesto en la prensa, el incombustible activista se define a sí mismo como gitano, rumano, ateo, gay, vagabundo y okupa. A través de las redes sociales, ha explicado abiertamente que toma medicación para el VIH y que en alguna de las múltiples detenciones de las que ha sido víctima se la han sustraído como medida disuasiva. Así pues, las mismas etiquetas nacionales, étnicas, sanitarias o de orientación sexual que sirven para legitimar la normatividad y excluir a los cada vez más numerosos «sobrantes humanos» de la modernidad, tal como define Zygmunt Bauman la creciente bolsa de marginalidad de nuestro tiempo, son reivindicadas aquí para mostrar una irreductible voluntad de visibilizar la dignidad de cualquier ser humano, sean cuales sean sus circunstancias.

Lagarder Danciu, desafiante radical de la lógica represiva, ejerce de portavoz de aquellos que sobreviven en la calle, a través de un trato horizontal que rehúye rotundamente el paternalismo. Sus iguales, seres humanos en un mundo que algunos quisieran invisibilizar o criminalizar, son mostrados siempre con una decencia integral -recomiendo encarecidamente una visita a su Facebook-. No es extraño que esta «anomalía» despierte tanto la adoración incondicional -tiene miles de seguidores que lo apoyan- como las iras de internautas furibundos, que le espetan mensajes como este: «Eres un canalla, solo puedes actuar así en España, el paraíso de los golfos como tú, vete a Rumanía parásito». Me ahorro los más ofensivos. La noche del 26-J corrió como la pólvora una foto ilustrativa del odio que suscita, en la que él aparecía con un cartel reivindicativo, junto a dos mujeres en la calle Génova, que le susurraban insultos en la oreja.

Si alguien hiciera una película de su vida -esta posibilidad ya ha sido apuntada-, es probable que el espectador saliera del cine con la sensación de que el guionista ha extralimitado un poco con la trama. Pero el caso es que nuestro protagonista es hijo de un orfanato de la Rumanía de Ceausescu y ha superado penalidades terribles, sin abandonar nunca la voluntad de formarse y denunciar las numerosas injusticias que ha encontrado por el accidentado trayecto recorrido. En un mundo polarizado por la desigualdad y el fanatismo, de la misma forma que hay personas que acumulan riqueza de una forma enfermiza, existen seres humanos sometidos a unas condiciones de vida tan precarias que tienen todos los puntos para morir o verse arrojados a una situación de pobreza crónica. Representan la otra cara de la moneda. Sin embargo, ya no los percibimos como integrantes de una alteridad lejana sino como habitantes de un submundo en el que cualquiera de nosotros podría ser condenado, más tarde o más temprano. Su historia dramatiza un futuro posible y que podemos ensayar vicariamente.

 

En las revistas del corazón o en algunos realities televisivos, los héroes que se nos muestran son millonarios -llamados eufemísticamente «emprendedores»- con pocos escrúpulos, que se han abierto camino en la selva del capitalismo caníbal y deben tener unos cuantos cadáveres en el armario. A veces me imagino algunas de esas fotos satinadas de la revista ¡Hola! teñidas de sangre, que emana a borbotones de los muebles, en los salones palaciegos; dentro de los jacuzzis o de los arbustos, en los jardines enormes, donde posan sus altaneros dueños. Se quisiera que estos fueran nuestros referentes, en la persecución de un estilo de vida imposible de alcanzar, que nos hunde en el pozo de la frustración y la tristeza. Pero también existe la realidad que nos muestran luchadores como Lagarder, una suerte de héroe contemporáneo para los cada vez más numerosos ciudadanos que se encuentran en situación de extrema vulnerabilidad. No se trata de ningún documental de Michael Moore sobre la América profunda sino de la cotidianidad desgarradora de este país y de su gente, a la que el neoliberalismo pretende destruir, poco a poco. La del anciano con cáncer que ha sido abandonado en la calle; la del niño que ha huido solo de la guerra; la del ciudadano que se enfrenta con coraje a un posible desahucio… Espectros que devienen dolorosamente humanos. Los hijos no reconocidos de la globalización. 

Psicòloga

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