Fernando Dorado •  Opinión •  30/06/2016

La paz es democracia…sin democracia no hay paz

Para entender el momento actual y “actuar en consecuencia”, como decía Estanislao Zuleta, hay que ver más allá de las apariencias. Explicarnos el porqué de los hechos, identificar los actores principales y secundarios, leer entre líneas los textos, interpretar los discursos, y desentrañar los intereses en juego que están detrás de las diversas actitudes y manifestaciones que se expresaron ayer 23 de junio –tanto en La Habana como en Colombia–, con ocasión de lo que se denominó “el fin de la guerra” o el “último día del conflicto”.

1. El momento. La enorme “metida de pata” del presidente Santos con la supuesta amenaza de la “guerra urbana” sumada a la referencia inoportuna y falsa sobre la necesidad de más impuestos en caso de no lograrse la paz, obligaron a las partes (guerrilla y gobierno) a acelerar los acuerdos, ceder de una y otra parte, y programar el acto público con tan importantes anuncios, para impedir que esas declaraciones irreflexivas causaran mayor daño. Se trataba de atajar la campaña contra el proceso de paz que adelanta el expresidente Uribe. Pero hay también otro afán. Se apretaron los plazos para presentar la reforma tributaria. La crisis económica redujo los tiempos. La refrendación de los acuerdos (plebiscito) debe realizarse antes de esa reforma “estructural” a riesgo de perderlo.

2. Los actores principales y de reparto. Frente al desgaste interno del proceso de paz se tenía que recurrir al apoyo internacional para inyectarle energía y credibilidad. El tipo de anuncios lo hacía viable. La presencia del secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, fue la carta fuerte. Debían presidir el presidente Santos, el comandante Timoleón Jimenez, y el presidente Castro. Otros actores fueron algo opacados. Las dificultades que tiene el presidente Maduro en Venezuela, los problemas de frontera, lo que ocurre con el ELN y la estrategia uribista centrada en la amenaza “castro-chavista”, obligaba a invitar otros presidentes de la región para mostrar otros apoyos políticos regionales y equilibrar las cargas.

Entre los actores nacionales la única ausencia visible fue la del vicepresidente Vargas Lleras. Lo dice todo con su mensaje público que hace palpable su escepticismo y distancia con el proceso de paz: “Celebro como Vicepresidente de la República el acuerdo firmado hoy en La Habana, que disipa muchas dudas. Celebro que las FARC se comprometan, a partir de hoy, a no volver a cometer ningún delito. ¡Ojalá lo cumplan!” (http://bit.ly/28Td96S). De resto estaban presentes delegados y personalidades de todas las fuerzas políticas que apoyan el proceso de paz aunque les dieron un manejo global e impersonal para no destacar a nadie.

3. Los textos de los acuerdos. Más allá de la letra menuda de los acuerdos leídos y publicados y de los detalles en ellos contenidos, se deben destacar los siguientes anuncios: cese bilateral de fuegos y suspensión total de hostilidades; cantidad y localización de las zonas de concentración de los guerrilleros que se desmovilicen; tiempos y procedimientos para su desmovilización y entrega de armas; y aceptación plena por parte de la insurgencia del mecanismo de refrendación que determine la Corte Constitucional para refrendar los acuerdos, sin ningún reparo al plebiscito propuesto por el gobierno.

La intencionalidad política del evento se observa con toda claridad en lo que se destaca y lo que se minimiza. Después de luchar toda la vida por el cese bilateral de fuegos, las FARC táctica e inteligentemente no cobran ese aspecto con la fuerza que se hubiera esperado, ya que es uno de los puntos que Uribe puede usar. En realidad es algo formal y sin importancia. Si es el “último día de la guerra”, si se van a concentrar y a entregar las armas, que es uno de los temas reiterados por Uribe… ¿qué sentido tiene el cese bilateral de fuegos y hostilidades?

La concentración temporal con supervisión interna de la ONU y control periférico externo del Estado colombiano y la entrega total de armas con porcentajes y tiempos programados al organismo internacional, son los aspectos sustanciales más importantes del anuncio y van dirigidos con contundencia a desbaratar uno de los ejes de resistencia del ex-presidente Uribe. Éste, en su melifluo poema de respuesta denominado “La paz herida” (http://bit.ly/28SGMFI), leído con tono de letanía fúnebre, elude hábilmente el tema, no menciona ni reconoce ese avance.

4. Los discursos. En cortos discursos se dijo mucho. Ban Ki-Moon llamó a pasar a la acción práctica y respaldó con sencillez los acuerdos. Su carácter oriental quedó allí bien expresado. Timochenko, en nombre de las FARC, leyó un sintético pero completo discurso en donde muestra las facetas de guerrillero combatiente, historiador, sociólogo, político, negociador, estadista y gobernante. Sin temor recordó al presidente Chávez y justificó sin complejos la lucha armada desarrollada a lo largo de los últimos 52 años. Resaltó el carácter político de su organización, reiteró que el acuerdo no es fruto de una capitulación y planteó que la razón de ser de las FARC es hacer política y que la harán “por medios legales y pacíficos, con los mismos derechos y garantías de los demás partidos”. Llamó a las fuerzas armadas oficiales a “ser su aliada por el bien de Colombia” (http://bit.ly/296g7pR) y trazó a grandes rasgos lo que es su visión sobre las transformaciones inmediatas que requiere el país. Su tono fue moderado, firme y sereno.     

Contrastó el discurso del presidente Santos. No se refirió para nada al origen del conflicto. Empezó con una frase lapidaria: “Esto significa –ni más ni menos– el fin de las FARC como grupo armado”. Utilizó el dolor y el miedo de la guerra para justificar la paz. Ninguna mención a la ausencia de democracia como lo había planteado su antecesor en la palabra. Y se introdujo en los detalles de los anuncios para resaltar que se está muy cerca de la firma del acuerdo definitivo y que “lo firmaremos en Colombia”. Intentó mostrar un perfil de combatiente recordando que su madre le entregó un fusil cuando se vinculó a la Marina y se auto-elogió afirmando que “Tal vez no haya colombiano alguno que haya combatido a las FARC con más contundencia y determinación”. Fue un mensaje directo para Uribe que sólo se lo cree él. En la parte final se muestra más coherente cuando afirma que “el fin del conflicto no es el punto de llegada”, que la “la paz es de todos los colombianos sin excepción”, y que “La paz se hizo posible… ¡Ahora vamos a construirla!” (http://bit.ly/28TELy5).

5. Los intereses en juego que están detrás. Identificar los intereses de los diversos sectores sociales, económicos y políticos que hacen parte de nuestra sociedad o intervienen de una u otra manera en nuestro devenir histórico, suele lastimar un poco o se interpreta como “aguar la fiesta” por parte de aquellos sectores que ya sea por interés, buena voluntad o ingenuidad, idealizan los “momentos históricos” como se ha bautizado por los medios de comunicación el pasado día 23 de junio de 2016. Hay quienes para ocultar la realidad, tratan de pasar por encima de los intereses reales de las clases o sectores de clases, grupos económicos y políticos, o potencias imperiales que están presentes en nuestras vidas. Sin embargo, nosotros tenemos que hacerlo. Hay que ver más allá de las apariencias y de los discursos.

Ya hemos afirmado en anteriores artículos que el imperio global y las clases dominantes colombianas están –en lo fundamental–, de acuerdo con el proceso de terminación negociada del conflicto. Los enemigos de la paz encabezados por el expresidente Uribe y el Procurador Ordóñez, ya no representan los intereses de esas clases dominantes. El grueso de los grandes terratenientes, poderosos empresarios, mandos militares e influyentes contratistas –con contadas excepciones–, que hasta hace poco tiempo los acompañaban en su tarea opositora al proceso de paz, entendieron la necesidad de aprovechar la “oportunidad de la paz”, comprendieron que era necesario tranzar esos acuerdos con la guerrilla para “librarse las manos” y poder atraer capital extranjero hacia zonas estratégicas del territorio ricas en recursos naturales. Es la única manera que conciben para enfrentar las dificultades que tienen frente a una coyuntura de crisis económica global. Además, saben que las arcas del Estado están vacías, los conatos de protesta social amenazan con salirse de los cauces normales, y la bandera de la paz es una herramienta ideal para atenuar los conflictos.

Además, las experiencias de países vecinos los han tranquilizado. No es que estén dispuestos a permitir que sectores políticos alternativos o “progresistas” lleguen a la dirección del Estado pero consideran que en este momento en Colombia, las fuerzas de izquierda –en las que incluyen a unas FARC reinsertadas a la vida civil–, no tienen posibilidades de triunfo. Si dichas fuerzas estuvieran viviendo un momento de auge político, como ocurría en 1983 con el proceso de paz del presidente Belisario Betancur, estimuladas también por la propuesta de Diálogo Nacional de Jaime Bateman (M19), el grueso de las clases dominantes –así sufrieran la crisis económica más profunda–, no se prestarían para impulsar un proceso similar.

Todo lo anterior lo hemos sintetizado en una frase: “El imperio y la oligarquía colombiana lograron instrumentalizar el conflicto armado, ahora quieren instrumentalizar la paz”.

Sin embargo, hay que entender que la historia no es lineal. Existen otras fuerzas que sin estar comprometidas o cercanas a la lucha armada insurgente, han venido acumulando experiencia y fuerza social y política. Dichas fuerzas están en condiciones de aprovechar la polarización entre el gobierno encabezado por el presidente Santos y las fuerzas uribistas, para producir un quiebre institucional, “coger por la palabra” al conjunto de la sociedad comprometida con la paz y la ampliación de la democracia, y derrotar las fuerzas políticas tradicionales. No se trataría ni mucho menos de un rompimiento total con el modelo de desarrollo económico pero sí implicaría un cambio importante en el terreno político.

Y lo estamos observando. Mientras los diversos sectores de izquierda están actuando –de un modo u otro– bajo la influencia o a la sombra del presidente Santos, algunas con más visibilidad, otras con timidez, unas paralizadas por la confusión o la división, el único sector que con decisión se han echado al hombro la campaña por la paz con independencia y autonomía frente a la dupla Santos-Uribe, es el partido Alianza Verde encabezado por Claudia López y Antonio Navarro, señalando con claridad que no habrá paz en Colombia si en esta coyuntura, además de dar por terminado el conflicto armado no derrotamos la politiquería y la corrupción. Así como el gran capital tiene en la mira la oportunidad económica, esas fuerzas políticas ven con claridad la oportunidad política.

Y dicha actitud coincide en lo esencial con lo afirmado en su discurso por el comandante Timoleón Jiménez. Seguramente en una primera instancia será difícil construir una alianza explícita entre esas fuerzas debido a la existencia de algunos antecedentes que las separan pero, pueden trabajar en forma paralela en la misma dirección. Los trabajadores, los profesionales precariados, los campesinos mestizos, indígenas y negros, las clases medias, los empresarios inconformes con la ineficiencia y la corrupción, los desempleados y trabajadores informales, todos los sectores marginados y empobrecidos, y todos los que luchen por la paz y la ampliación de la democracia en Colombia, pueden rodear a estos sectores y apoyarlos, pensando en llevar a nuestro país a la modernidad y acumulando fuerza para más adelante, avanzar con toda seguridad hacia transformaciones económicas y sociales de mayor calado.

La lucha por la paz tiene como eje central la ampliación de la democracia. Sin democracia no hay paz. Sin derrotar la politiquería y la corrupción no habrá ni siquiera posibilidad de cumplirle a las FARC y mucho menos de construir la verdadera paz. ¡Si se puede!

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter @ferdorado  

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