Horacio Dall’Oglio •  Opinión •  24/05/2019

Brasil. Walter Kohan: «Una vida sin filosofía no tiene sentido»

Especializado en estudiar la relación entre la infancia y la filosofía, Walter Kohan, uno de los pensadores argentinos más reconocidos en el mundo, quien vive hace más de 20 años en Brasil, reflexiona sobre la mercantilización de la educación, propone volver a concebir a la escuela como “un lugar para perder el tiempo” y recupera a Paulo Freire, uno de los hombres que Jair Bolsonaro se propuso desterrar.

La cita es en una escuela. Se trata del Normal Superior N° 1 Presidente Roque Sáenz Peña de la Ciudad de Buenos Aires, donde el filósofo y educador argentino Walter Kohan, docente de la Universidad del Estado de Río de Janeiro y residente en Brasil desde hace más de veinte años, se hará un espacio en su apretada agenda para charlar con Cítrica antes de participar de un homenaje a Débora Kozak -quien fuera también docente, investigadora y, hasta su prematura partida en 2018, una luchadora incansable contra el proyecto de cierre de los Institutos de Formación Docente y su reemplazo por la UniCABA- organizado por la actual conducción de la institución y FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales).

Así, con los minutos contados, sentado en un banco como un estudiante más en medio de un aula vacía, Walter Kohan nos hablará, con su tono apaciguado y una cadencia que delata otras latitudes, de la sinergia a la que se arriba cuando se juntan infancia y filosofía, de la escuela como un espacio para perder el tiempo, de las diferencias entre el tiempo de la escuela y el tiempo de la producción, de los retrocesos que representa Jair Bolsonaro para la democracia brasileña y de por qué en este contexto decidió volver sobre la figura de Paulo Freire.

–Si pensamos a la infancia y a la filosofía como dos potencias, en el sentido de fuerza, ¿qué surge del encuentro de ambas?

–Pueden surgir muchas cosas. La filosofía y la infancia pueden entenderse de muchas maneras; en principio, son cosas en plural: filosofías e infancias. La infancia suele ser asociada a la ausencia de lenguaje y la filosofía a veces también tiene una interpretación como que es algo de ausencia en el sentido que ‘no sirve para nada’ o ‘no tiene un producto final’. Entonces, si las tomamos como presencias o como afirmaciones, se puede pensar que hay una infancia cronológica evidente de los niños y niñas, pero también se la puede tomar como esa fuerza de comenzar, o la dimensión de la experiencia de nacer, de renacer, de renacerse, de recrearse, como una fuerza de inicio. Y la filosofía es como un inicio para pensar. En un sentido, quiero decir algo por lo que muchos filósofos se van a reír, es difícil separar a la filosofía y a la infancia, si es que entendemos a esta última como una fuerza de comenzar porque la filosofía tiene eso de hacer comenzar y de hacer que siempre sea necesario empezar a pensar de nuevo. O como hacen los filósofos, que cuando piensan parecería que comienzan a pensar todo de nuevo, como si nadie hubiera pensado antes, y que es algo que muchas veces pasa cuando te hacés preguntas que parecen obvias, banales o evidentes, en realidad, a lo que te llevan cuando las hacés con cierta infancia, cierta fuerza, es a que no podés dar nada por supuesto y a que tenés que volver a empezar como si nunca hubieras pensado en eso, como si estuvieras empezando a pensar. O sea, la filosofía te lleva a un estado de infancia, y la infancia te lleva la filosofía a través de esas preguntas que, como dice (Jean-François) Lyotard, son como una infancia del pensamiento; empezamos a pensar cuando tenemos una pregunta.

Foto: Vicky Cuomo

 
Foto: Vicky Cuomo

–Y la seriedad con la que se toman los juegos los chicos y chicas, que es este recomenzar del que hablás, ¿creés que puede asociarse a la seriedad que intenta tener la filosofía?

–Creo que (Walter) Benjamin dice: «La infinita seriedad con la que juegan los niños». Sí, Lyotard también dice que la filosofía y la infancia tienen en común la posibilidad y la precariedad; él no dice la seriedad, pero lo podríamos agregar, creo que tiene sentido. Dice Lyotard la posibilidad porque la infancia es la vida en su más absoluta posibilidad. En principio, cuando uno nace todas las vidas son posibles y cuando uno piensa desde la filosofía todos los pensamientos son posibles, siempre se puede pensar de otra manera. Si uno coarta eso, si uno dice cómo hay que pensar, no hay filosofía, no se puede pensar. Y la precariedad porque cuando un niño nace si no se lo alimenta se muere; es decir, no nace autosuficiente, y la filosofía también es un pensamiento precario porque siempre muestra que, en realidad, se puede pensar de otra manera, cuestiona. A veces también yo he trabajado la intimidad con la que los niños juegan y con la que un filósofo trata los conceptos, en el sentido de ser la cosa más importante del mundo, tanto así que pareciera que el mundo se acaba en una cosa que para muchas personas es una estupidez, una cosa ínfima, y para un niño y para un filósofo son la cosa más importante del mundo; como un detalle, un juego, una pregunta, un concepto, algo que pensar como si fuera absolutamente necesario. Es lindo eso de la seriedad.

–¿Te parece que el desarrollo científico en la Modernidad, y sobre todo a partir de los siglos XIX y XX, cierra estas posibilidades de las que hablás, al proporcionarnos saberes «objetivos» y «seguridades» de lo que supuestamente «son» las infancias?

–Sí, porque nos hemos ocupado de estudiar a la infancia en parte para educarla, en parte para prevenir, para saber cómo relacionarnos; hay toda una enorme gama de estudios sobre la infancia, la Sociología de la infancia, la Psicología de la infancia, y cuando uno conoce algo puede dar cuenta, en principio, de qué es, puede dominarlo, puede controlarlo. La escuela está llena de saberes que permiten decir cómo retar a un niño, qué enseñarle a una edad, qué enseñarle a otra, qué hacer cuando reacciona de una manera, qué se puede esperar. Entonces, claro, eso, en un sentido, ayuda a un tipo de relación, pero en otro sentido limita mucho porque cuando uno ya sabe no piensa, no pregunta; uno precisa justamente dejar de saber para poder pensar. Entonces, la filosofía, en un sentido, va a contramano de esos saberes, o ayuda a desaprender lo que sabemos sobre la infancia para poder relacionarnos de otra manera. Es lo que hace la filosofía cuando toma a la infancia como «objeto», para poder dejar de saber, para pensarla más abiertamente.

–¿Cómo ves la tensión que existe entre la filosofía en las escuelas o en las universidades, en relación con lo que la propia filosofía necesita de tiempo, de desarrollo?

–Hay un texto muy lindo de (Jaques) Derrida que se llama «Las antinomias de la disciplina filosófica», y muestra cómo esas antinomias se muestran de muchas maneras y una es la institución. Porque, por un lado, la filosofía exige una institución, pero por otro, es imposible que se institucionalice. Entonces, siempre va a ocupar una posición paradoxal, porque no se puede hacer filosofía en la escuela, pero solo se puede hacer filosofía en la escuela. Es como imposible y necesaria, parece una contradicción pero es la condición. Es hacer un equilibrio un poco raro de vivir de lo que la mata. Como Sócrates que toma el cianuro, pero al mismo tiempo una vida sin filosofía no tiene sentido. La única vida que puede vivir Sócrates es la que lo lleva a la muerte; fuera de esa vida no hay filosofía, y dentro tampoco porque lleva a la muerte.

Foto: Vicky Cuomo

 
Foto: Vicky Cuomo

–En tanto educador, ¿cómo ves el accionar de los gobiernos neoliberales que toman a la educación para mercantilizarla, para imponer la meritocracia? ¿Qué pensás de eso?

–Pienso cosas muy feas (risas). Hay algo que dice Simón Rodríguez, el maestro de Simón Bolívar y a quien llamaba el Sócrates de Caracas, que era una figura muy interesante, filósofo, educador; recordando la etimología de la palabra escuela (scholé) que en griego significa tiempo libre y los latinos tradujeron scholé como otium, ocio. Las escuelas, dice (Jacques) Rancière, no nacen como lugares para aprender, sino como lugares para perder el tiempo, por eso se llama scholé. No hace falta una escuela para aprender, se puede aprender en cualquier lugar, pero hace falta un lugar para que se pueda perder el tiempo como fuera de la escuela no se puede experimentar. Porque uno cuando trabaja tiene que demostrar que produce y por eso le pagan, y la escuela nace para que el tiempo se pueda vivir por lo que vale por sí mismo y no por lo que produce, por otra cosa. Entonces, Simón Rodríguez dice que los latinos tradujeron scholé por otium, y los que hacen neg-otium (negocio) con la educación hacen una antiescuela. Niegan el otium que la escuela es. No hay compatibilidad, dice Simón Rodríguez, entre el negocio y la escuela. O hacés negocio o hacés escuela. Creo que la escuela no es un lugar para hacer negocios, es un lugar para perder el tiempo, para encontrar un tiempo que solo en la escuela se puede encontrar, y sobre todo los que están más sometidos al mercado de trabajo. Por eso la escuela debería ser un espacio público para que los que están exigidos a condiciones más terribles afuera de la escuela encuentren un tiempo para pensar, para pensarse a sí mismos, para pensar el tipo de mundo y de vida que quieren vivir. Y la meritocracia es la falacia de decir que todos tienen igualdad de oportunidades, entonces hay que ver quién más se esfuerza, cuando vivimos sociedades que son depredadoras de las condiciones de vida. Yo vivo en Brasil y se vive lo mismo. El que asumió como ministro de educación dice que su primer principio va a ser la meritocracia. Eso automáticamente excluye y genera las peores cosas en relación con lo que un país como Brasil necesita.

–Tu últimos trabajos apuntan a recuperar a Paulo Freire, un autor que se ve en el inicio de  cualquier carrera con orientación pedagógica. ¿Qué te motivó a volver sobre él?

–Sobre Freire estoy haciendo un libro que terminé el borrador ahora. Lo voy a publicar primero en portugués y luego en castellano. Varias cosas. Primero, Freire es un gran educador, siempre me interesó, y es difícil siendo argentino escribir sobre Freire en Brasil; es como escribir algo sobre Maradona siendo brasilero, y además que en el programa educativo del gobierno de Jair Bolsonaro, dice que va a ‘expurgar a la educación brasilera de la ideología de Paulo Freire’. Freire que fue nombrado en 2012 patrono de la educación brasilera, que su Pedagogía del oprimido lo hace el tercer autor más leído del mundo en ciencias sociales, que tiene honoris causa en más de 40 universidades; en Brasil, para este movimiento que ha derribado a Dilma, a Lula, y que ha generado que llegue ahora Bolsonaro, Freire es uno de sus enemigos. Eso también ha sido, en parte, una motivación porque lo que están haciendo con él es muy injusto. Al mismo tiempo no quiero tampoco entrar en esa lógica de matar o morir, de atacarlo o defenderlo, sino que me parece una persona, un pensamiento, una vida profundamente inspiradora, entonces me gustaría dar cuenta, entender o pensar en qué sentido Freire, y no solo un libro, una teoría, puede ayudarnos a pensar hoy los problemas que nos interesan pensar.

-Respecto de Brasil, y recordando que hace más de dos décadas vivís allá, ¿qué cambió en este último tiempo para que se diera este giro hacia la derecha reaccionaria?  

-Es difícil de entenderlo porque ha habido una especie de acuerdo, un trabajo hecho entre medios de comunicación, el poder judicial y el Parlamento, donde se hizo ese golpe de Estado disfrazado a Dilma, que después, los que montaron el propio proceso, reconocieron que no había ninguna sustancia, ninguna ilegitimidad pero ya la habían alejado; Lula está preso en un proceso que no hay pruebas, solo es lo que dijo uno, lo que dijo otro, que además por lo que dice es premiado y es perdonado; el juez principal que puso a Lula en prisión recibió como premio ser ministro de justicia alguien que, cuando era juez, decía que en ningún momento la Justicia podía entrometerse en el Poder Ejecutivo. Ha habido una clara maniobra política para interrumpir un proceso que por las elecciones no podía ser interrumpido. Entonces el PT, que ha cometido muchos errores, yo no soy petista, pero en Brasil que es un país con tremendas e históricas desigualdades, es el último país que abolió la esclavitud en el mundo, en cierto modo y aún menos de lo que muchos pensamos que deberían haber hecho, los gobiernos de Lula y de Dilma hicieron cosas como por ejemplo permitir que muchas personas por su clase social o el color de su piel por primera vez pudieran entrar a la universidad, o tuvieran derecho a una educación digna, y eso a mucha gente le perturba profundamente porque piensan que hay personas que no son para ir a la universidad por su color de piel o por su clase social. El racismo es muy pregnante todavía, y además Dilma era mujer. Es racismo y además es machismo; que una mujer fuera presidente era una cosa también insoportable. Toda esa combinación alimentó una interrupción legal pero no legítima del estado de derecho y ese movimiento de los medios también ayudó a que se eligiera como nuevo presidente a una persona que ha manifestado explícitamente sus pensamientos machistas, racistas. Entonces, es difícil de entenderlo y se vienen tiempos muy difíciles porque es como una regresión, como si Brasil, que había dado unos pasos adelante con mucho esfuerzo, ahora es como que da pasos gigantes para atrás.

-¿Crees que hay, desde los medios y la política, una alimentación del deseo de llevarse puesto al otro?

-Puede ser, sí, como una especie de pulsión de muerte. Hace poco entraron en una escuela y mataron a no sé cuántos, y una persona grande dijo que ‘eso pasa porque el profesor no estaba armado’, que es una cosa entre delirante e inconcebible. Algo de un deseo en relación con la muerte, con la ausencia de vida, debe estar operando ahí para que esté tomando la dimensión que algunos quieren darle. Claro que también hay muchos movimientos de resistencia y Brasil es un pueblo encantador en otros sentidos; la música de Brasil es extraordinaria, la cultura brasilera popular, el carnaval. Dicen que cuando los contextos son más autoritarios los carnavales son más interesantes, más ricos, el pueblo se vuelve más ingenioso, más creativo, más contestatario, y este último carnaval es una muestra; ha sido un carnaval magnifico. Entonces hay como siempre, por suerte, pulsiones en pugna y otras energías más afirmativas.

Fuene: Revista Cítrica.

 


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