Bono trajina en Guinea con un amigo del «Pequeño Nicolás»
En este 19 de julio, en el que, con un estampido histriónico, con un certero disparo –ya sea hecho de propia mano o de airada mano ajena– Miguel Blesa ha tenido la amabilidad de dejar la zahúrda hispánica y, con ella, el resto del universo mundo, sale también la noticia de que José Bono está desplegando sus artes de trapisonda zalamero con el guineano Obiang Nguema para que un tal Jaime García Legaz, que preside una sociedad estatal dedicada a dar avales a mercaderes españoles en el extranjero, haga negocios con este sátrapa africano, tan putrefacto como irrisorio… irrisorio si no fuera porque la tortura, las detenciones ilegales y el asesinato de Estado, maldita la risa que dan.
Los vínculos de Bono con Obiang empezaron a salir a la luz cuando su amigo El Pocero, el de Seseña, claro está, intentó buscar refugio en las selvas de Guinea Ecuatorial. Allí apareció el salobreño poco después, también acompañado de Zapatero y Moratinos. De hecho, Bono le dijo a Obiang que “No se puede ignorar lo que nos une, que es muchísimo más que lo que nos separa”.
Desde luego es “muchísimo” lo que une a Bono y a Obiang. Es más, según han declarado fuentes de la entidad que dirige García Legaz, a Bono, la CESCE, no le ha pagado “desplazamiento ni estancia en Guinea por una razón simple… Cuando llegamos, Bono ya estaba allí”.
Por otra parte, no olvidemos que ese García Legaz era el secretario de Estado de comercio hasta que la investigación sobre el caso del “Pequeño Nicolás”, un asunto que cada vez delata más cosas sobre las cloacas y las ratas del subsuelo del Estado, desveló su relación con el angelical mancebo y con las redes de corrupción y montajes policiales en las que estaba implicado.
Caen como moscas, en los alrededores de Bono, potentados, “bonzos”, prebostes, magnates, usureros, indianos de buen pelaje y de los que todavía tienen pegada a las greñas la costra de su reciente gañanía y hasta hay, en esa granizada, algún tonsurado glotón, por igual amante de lechones y monaguillos, pero él prevalece.
“Sabe mucho”, dicen los que saben, sin embargo, añado yo, nadie es más discreto con lo que sabe que un difunto. Debe ser por eso que Bono no es parroquiano habitual de monterías, batidas y ojeos. Lo suyo es trotar conventos, no la pólvora, ni el plomo, ni las redondas donde retoza “la canalla muy armada” adicta al monteo y a las migas con torreznos. Hace muy bien, que un tiro se le va al más salado y luego parece un accidente.