Bienvenidos a la Edad Media
Algo personal
Hace unos días, en un mitin realizado por cierto partido ultra, el orador, cual emperador romano, se despachó con una frase hacia los asistentes: «aquí está la gente normal».
Ayer, el «líder» del principal partido de la oposición, dijo en el Senado de España, que con la llamada «ley trans», se molestaba a la «gente de bien».
Es curioso que en pleno siglo XXI, con todo lo visto, se sigan enarbolando estos conceptos, como si nada hubiera sucedido en el mundo. Son como fotos en blanco y negro de una infancia lejana, con paredes oscuras, caminos empedrados, desierto, silencio y terror decretado.
Por cierto, esta idea de que lo bueno y lo normal está de mi lado (del lado del orador), también nos da la pauta de algo más peligroso, una especie de supremacismo edulcorado que, dicho por principales «líderes» de fuerzas políticas, suena temeraria.
En el mejor de los casos, podríamos pensar que la apropiación de ciertos conceptos tiene un tinte de campaña, pero la hemeroteca ayuda y mucho a entender que lejos de ser un relato electoral, es una concepción ideológica. Lo mismo sucede con el término «libertad» o «patria».
Utilizan símbolos que son emocionalmente fuertes para cualquier persona en cualquier lugar de la tierra, simplemente, porque necesitan dividir a la sociedad en unos y otros. Y ya sabemos qué consecuencias trae manejar a los pueblos emocionalmente.
Meritócratas
Algo parecido suele darse en la aplicación a ultranza de la idea del mérito; una receta que, a grandes rasgos, subraya: tienes lo que te mereces. Hay que recordar que la llamada «meritocracia», no es un concepto actual, sino que ya se aplicaba en los años 50, pero actualmente adquiere singular importancia cuando, desde partidos o empresas, que en ocasiones suelen ser lo mismo, despliegan el arsenal individualista de que «no necesitas de nadie», «todo lo puedes lograr sin ayuda del Estado», o, lo que es peor, eres un ser competitivo que solo tendrá acceso a ciertos privilegios si te esfuerzas sin importar las desigualdades.
Esto, que puede ser un razonamiento motivador para miles de personas, también es un arma disuasoria en la idea de que el Estado no está para ayudar a los que más lo necesitan, porque si lo necesitan es porque no se han esforzado lo suficiente. Entonces aparece la forma totalitaria de «ganadores y perdedores», o «exitosos y fracasados».
Aquí y allá
En Argentina, los ayudados por el Estado son llamados «planeros»; en España, las ayudas son llamadas «paguitas».
Debería llamarnos la atención que cuando las clases dominantes necesitan del Estado, dicen que es un privilegio merecido, pero cuando el Estado ayuda a los más desposeídos, la ayuda es muy mal vista por aquellos sectores y la deslegitiman con adjetivos diversos.
Hay conceptos que adquieren una singular importancia y se definen, según quiénes los pronuncien.
No es lo mismo el significado de «libertad» en bocas de quienes nunca la han defendido, y por el contrario, han reivindicado períodos dictatoriales o se han opuesto a cualquier avance social, que la misma palabra en bocas de personas que han luchado en tiempos oscuros por restituir derechos y vivir en democracia.
Y si intentáramos ir un poco más allá en la interpretación, podríamos llegar a la conclusión de que la llamada «libertad» que muchos pregonan hoy, es la libertad de mercado, y no otra cosa. Una democracia blanca, pura, neoliberal, que beneficie a los poderosos de siempre. Por cierto, poderosos que gracias a la pandemia y a la guerra contra Ucrania, están de fiesta a costa de las mayorías.
La gran pregunta que subyace en todo esto es: ¿para quiénes desean gobernar los representantes de la gente «normal» y «buena»?
Y además, ¿Quiénes y para qué financian a esos partidos?
Por eso es importante desmenuzar discursos, no asumirlos como propios y tampoco favorecer su reproducción con un silencio que suena a cómplice.
La «gente normal», la «gente de bien», los «ganadores y exitosos», son parte de esta sociedad.
Sin embargo, hacer pedagogía con las palabras que se utilizan y provocar el debate honesto, es una tarea en la que todos podemos contribuir, para evitar que semejantes personajes manejen el poder a su antojo.
Las palabras no son inocentes, y en boca de dirigentes políticos, mucho menos. De esta manera podemos ayudar a concientizar, a dar elementos, y luego, que cada uno tome las decisiones que crea convenientes.
Y, como canta el gran Joan Manuel Serrat: «entre esos tipos y yo, hay algo personal».
Néstor Alejandro Tenaglia
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Néstor Tenaglia Álvarez