Equipaje: retazos hechos con canciones
Introducción
Este texto que comparto, fue escrito en abril de 2019, durante las oscuras horas del gobierno del rey de las sombras, el expresidente de Argentina, Mauricio Macri.
Sirvan los textos y las poesías, también, en todo caso, para poner sobre una hoja en blanco, las sensaciones, las fotos que nos miran y nos interpelan.
Algo eterno se cronifica a través de estas letras; como dije más de una vez en la radio y también, valga ratificarlo, en escritos: ser argentino es estar a la deriva.
Los recientes resultados electorales en el país, marcan, tal vez, al extremo, esa sensación de precipicio; una suerte de algo ya visto, mezcla de menemismo y dictadura, neoliberalismo y supremacismo totalitario.
Una apertura a los templos del dios mercado, amplificada por personajes siniestros llenos de odio, y jóvenes que se nutren de las redes sociales, las noticias falsas y los memes.
Pasan de la historia y de los libros. Creen que la vida es un vídeo juego en donde hay que aplastar al «enemigo»; y salen a golpear o a matar, si fuese necesario.
Aún así, me resisto a creer que no hay esperanza posible. Acaso sea la última estación.
No hemos llegado hasta aquí para esto. ¿O si?
Equipaje
Vos rascá la olla que a lo mejor sale más.
Foto: blanco y negro.
Piso con baldosas rotas.
«Afuera es noche y llueve tanto»; un río
corre en los pies, la tele siempre
encendida como la vecina de al lado.
Paso en falso. Ebrio mata chorro.
Motochorro mata jubilada.
Policía mata por la espalda. Delincuente
mata policía.
Y una cárcel para los demonizados.
El poder tienta. Si hasta cualquier perejil
cree que puede pisarle la cabeza
a un semejante.
Todo para el puchero.
Feministas del amor. Feministas del ocaso. Maten a la Iglesia.
La ternura que se esconde
detrás de los cristales.
En San Telmo desaparece otra piba.
«Luche y se van».
Los porteños acunan sus sueños de grandeza
en canastitas de mimbre;
compran en cuotas la felicidad prestada.
«Se acabó, se acabó, ese juego que te hacía feliz»
Alguien se acordó de «Pechito», el muchacho simpático
que dormía en la calle con sus perros y que la policía
llevó para atenderlo en un hospital hasta que murió.
Blanco y negro. Los pies en la palangana.
Humedad de estar sin dormir.
¿Cómo será comer todos los días?
«Me verás volver» susurran las paredes, pero La Paz está cerrado
y ya no recibe efectivo.
Todo es «on line».
«Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta», una y otra vez como en un mundo
del revés puesto en las arenas de un circo.
«Hombres de gorras azules dispersan
a la gente del lugar»; piden lo que les arrebatan, pero sus cuerpos
padecen los golpes.
Todos somos sospechosos. De pensar con nuestra mente, de ver con nuestros ojos,
de hablar con nuestra voz.
«Pero yo sé que hay caballos que
se mueren potros sin galopar» y dejan sus huellas en la arena.
«Yo puedo compaginar la inocencia con la piel», pero me quedo
dando vueltas buscando hasta no poder,
cansado de los reptiles,
de los que despedazan la ternura
para comerla de a poco en una mesa
con mantel oxidado, como si fuera
una camilla de tortura.
¿Quién está a cargo del operativo?
No puedo hablar, responden.
En el fondo del mar las estrellas dejan
caer sus brillos de plata; especulan, quieren mostrarse eficientes, juegan con nombres,
historias, caminos, dolores y «el mar es de llanto».
¿Qué soledad, después de la soledad, habitará este patio?
Un viejo afiche del turco, descolorido: «Síganme»…
«¿Adónde van las miradas que nunca partieron?»
El gato que bailó en el tejado saltó hacia el balcón e improvisó un baile cuasi satánico.
Ahora prueba el aguijón.
«Yo tuve un hermano, pero no importaba»,
una sonrisa con aroma a cascarilla de merienda, un pan con manteca, unas piedritas de jugar al tinenti, «y deberás amar, amar, amar hasta morir»
como un beso en la frente,
como un barrilete que nunca remontó,
como las zapatillas llenas de barro, como un abrazo entre dos amigos.
La basura está privatizada; saque su tarjeta magnética y retire su porción.
Blanco y negro.
Corren y sacan de los pelos a una pareja de venezolanos que estaban
haciendo el amor.
Dirán que tenían bombas, una escopeta y objetos
contundentes.
Terroristas desnudos.
Digan sus nombres, gritan unos muchachos,
mientras se los llevan,
como casi siempre.
A Norita Cortiñas la veo como una brújula
que alimenta mi amor cuando está desolado.
«Canta, canta aunque estés distante»
El lenguaje inclusivo se hace exclusivo y entonces excluye
lo que quiere incluir;
una cena perfecta para el mitómano de turno.
«No te rindas» que siempre que llovió, paró.
Hay quienes sueñan con re juntarse para ganar,
como si la historia fuera un partido de fútbol.
Me gustaría votar por principios y no por necesidad
dice un barrendero; pucha, qué sociedad distinta sería,
digo y me voy pensando.
Dejamos correr los barquitos de papel
sobre los márgenes de la calle, la vida no es épica, ni ficción.
«O juremos con gloria morir», solemos cantar
para luego despedazar a quien piensa diferente.
Duele la tierra. Te hacen sentir que no sos parte.
«Aunque te inviten a su mesa no estarán de tu lado».
A lo lejos, una música nostalgiosa. Un pañuelo blanco
y un sonido a un bastón que se acerca.
Y la lluvia que pasa, como pasa el dolor
a veces.
«Te recuerdo Amanda, la calle mojada» y alguien que saluda en el andén.
«Sentado al borde de una silla desfondada», el agua hierve.
Pongo el saquito de mate cocido y la ciudad
ya está en calma.
«Ya no te espero». Soy gramilla en el desierto de almas.
Que no se haga tu voluntad.
Que el dios que sea ya no rece por mí.
Que la lluvia lavó las heridas.
«Que nos han declarado la guerra».
«El tiempo, el implacable, el que pasó», y una lágrima que cae lenta por el pómulo
como si rociara de veredas los caminos de la tierra seca.
«Y se desvive el agua entre los árboles, rotos de luz y sombra».
No hay bandera, no hay himno; la patria
es un todavía quebrado en una mesa y la lejanía
vuelve como tu cuerpo.
Será andar.
A ver qué hacemos con todo este equipaje.
Néstor Tenaglia Álvarez
Abril 2019
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