Pensares
Nuestro Juan Gelman recibe en 2007 el Premio Cervantes y en el discurso de agradecimiento recuerda, entre otras cuestiones de vida y muerte, una reflexión de la poeta rusa Marina Tsvetaeva, aniquilada por el estalinismo: «El poeta no vive para escribir, escribe para vivir». Y también cita a Rilke, allí, entre reyes y presidentes: «Lo que finalmente nos resguarda, es nuestra desprotección».
Se le atribuye a Jorge Luis Borges haber dicho: «Deje que otros se enorgullezcan de cuántas páginas han escrito; prefiero jactarme de las que he leído»
A Osvaldo Soriano lo conmueve hablar de su padre, pero en aquel reportaje habló del país, de los argentinos, del aniversario número diez de la guerra de Malvinas, de mayo de 1810, de la poca memoria y de la desidia en general con que solemos tratar a nuestra historia. «Si hubiésemos ganado Malvinas, todavía estarían los militares gobernando y hasta habría un monumento de Galtieri», me dijo. Será por eso que a uno de sus cuentos lo tituló «El país imposible», pienso.
Juan L Ortíz desgrana sus pensares ante la mirada inquieta y juvenil de Paco Urondo. Habla del río y sus sonidos, de la música y del silencio de los pescadores. Y también dice: «El sueño tiene orillas, la muerte no tiene orillas; el sueño es un pedazo de muerte». «Yo creo -dice Ortiz- que cada poeta que nace en el mundo crea, si es fiel a sí mismo, una forma nueva de poesía».
Julio Cortázar escribe en hojas cuyo destino será un cajón olvidado y que alguien rescatará con el nombre de «Papeles inesperados» después de su muerte. «Un escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe y después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; sólo los imbéciles pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones internacionales»
Juan Goytisolo le dice a Francisco Urondo: «El carácter del pueblo español se ha modificado profundamente y sus primitivas virtudes tienden a extinguirse. Nuestro heroísmo del 36 es algo muerto y bien muerto. Los intelectuales hemos sido los últimos en darnos cuenta. Hemos seguido con Unamuno, Machado, García Lorca y la Guerra Civil mientras a nuestro alrededor el país acampaba en el presente y comprendía muy bien su lenta pero segura evolución hacia una sociedad de consumo»
«Contempla el mundo», sugiere Raúl González Tuñón a un jovencito Tata Cedrón que lo entrevista y evoca aquello que el filósofo inglés Roger Bacon había escrito varios siglos antes. Y aunque detestaba las teorías absolutistas le recuerda: «Lo importante es que un poeta, un músico, un pintor lo sean en la obra y en la vida. Cuando se da eso, ponele la firma que es el perfecto equilibrio. Cuando eso falla, algo anda mal».
Dice el músico Dino Saluzzi que «despojarse es aprender a elegir»; un hombre sabio que se observa para adentro y devuelve el fruto de la reflexión en forma de música.
Si el arte no es un acto de sinceramiento con uno mismo, pienso, no le sirve a nadie; uno podría decir que es una herramienta del cielo concedida para crujir, para ser alma y gramilla, para poder lidiar con las propias guerras y también con las ajenas. Con el ruido sinuoso del espanto y la ausencia. Y para despojarse.
Vivimos un tiempo donde hasta la solidaridad es con cita previa y tenemos las esquirlas del pasado.
¿Seremos capaces de contemplar con la misma pasión un campo de naranjales que un televisor de 65 pulgadas o un auto?
¿Podremos salir de las vitrinas con que nos seduce la tecnología?
¿Podremos tender puentes o solo nos ocupa nuestro ombligo?
¿Sabremos mirarnos a los ojos otra vez?
Néstor Alejandro Tenaglia
Relacionado
Néstor Tenaglia Álvarez