Christian Zampini •  Memoria Histórica •  15/10/2023

La paz truncada: El asesinato de Isaac Rabin y la ofensiva del sionismo revisionista

  • El asesinato de Isaac Rabin, el 4 de noviembre de 1995, saboteó las posibilidades de una solución permanente para el conflicto palestino israelí.
  • El rechazo a los intentos de conciliación del mandatario israelí, azuzado por la extrema derecha y un joven Benjamín Netanyahu, condujo al cierre a cualquier posibilidad de solución política del conflicto.
La paz truncada: El asesinato de Isaac Rabin y la ofensiva del sionismo revisionista

El 4 de noviembre de 1995, el ultranacionalista y fundamentalista religioso Yigal Amir asesinaba al primer ministro de Israel Isaac Rabin.

Rabin, coprotagonista de los Acuerdos de Oslo junto a Yasser Arafat, e impulsor de una política que perseguía una solución diplomática, acababa de participar en una manifestación a favor de los acuerdos de paz. Amir, fanático militante de extrema derecha, se aproximó al vehículo del primer ministro disparándole en tres ocasiones mortalmente.

El magnicidio, en un contexto de extrema tensión, consiguió sus objetivos, no solo acabando con la vida del mandatario, sino dinamitando cualquier posibilidad de paz en el conflicto palestino-israelí.

Los acuerdos de Oslo y la apuesta por la paz

La década de los ’90 fue un periodo extraño y particular en la historia de la geopolítica. Capaz de albergar lo peor y lo mejor, el último decenio del siglo XX fue testigo de episodios tan abominables como el genocidio de Ruanda y la violenta desintegración de Yugoslavia, junto a fenómenos esperanzadores como el fin del apartheid en Sudáfrica.

Este último fenómeno, con el papel de Frederik Willemde Klerk y Nelson Mandela, fue tomado como referencia por el líder laborista israelí para tratar de dar una solución a un conflicto enquistado desde hacía décadas. La hoja de ruta, aunque compleja y escasamente concretada, tenía un objetivo claro: conformar la solución de dos estados estableciendo una paz duradera en la región.

Entre los elementos destacados, el desalojo de las colonias israelíes en territorios ocupados desde 1967, el regreso de cientos de miles de refugiados a los territorios palestinos, y acuerdos de colaboración y desarrollo en la conformación de estructuras estatales. A cambio, el nuevo Estado Palestino, reconocería la legitimidad del estado de Israel, asumiría la concesión de territorios establecidos en fases previas a 1967 y secundaría la renuncia a mantener un conflicto armado.

Sin embargo, numerosos elementos hacían difícil el encaje. En primer lugar, la emancipación palestina no partía de la premisa de una equiparación de derechos como en el caso de Sudáfrica, sino de la configuración de una independencia real del estado palestino, lo que generaba numerosas fricciones entre los palestinos expulsados de territorios israelíes cuatro décadas antes, así como el creciente volumen de colonos israelíes en los territorios ocupados.

En segundo, y quizá más importante, la ausencia de un consenso en el lado israelí, con la frontal y agresiva oposición de la extrema derecha israelí, que valoraba el camino hacia la paz como una rendición y una traición a sus objetivos expansionistas en la configuración del Eretz Israel, el concepto de Gran Israel perseguido por el ultraderechista sionismo revisionista desde los años ’30.

Netanyahu, el Likud y el sionismo revisionista

Desde la firma de los Acuerdos de Oslo, el 13 de septiembre de 1993, la derecha israelí cargó con todas sus fuerzas contra el ejecutivo laborista. Para el Likud y el sionismo revisionista, la actitud de Rabin suponía «una traición», llegando a pergeñar actitudes de rebeldía contra el estado, como el llamamiento a las Fuerzas Armadas Israelíes a no cumplir las órdenes de desalojar a los colonos de los territorios ocupados.

El sionismo revisionista, un movimiento ultranacionalista históricamente ligado, de forma particularmente paradójica, a los fascismos del periodo de entreguerras, mantenía (y mantiene) un proyecto en franca confrontación con el ideario socializante de MAPAI de David Ben Gurion. El conflicto, latente durante décadas, estuvo al borde de provocar un conflicto civil en varias ocasiones. En 1948, el propio Isaac Rabin participó en la Batalla de Altalena, entre las recientemente fundadas Fuerzas Armadas de Israel y el Irgún, brazo armado de los revisionistas.

Bajo esta premisa, los intentos diplomáticos de Rabin suponían una confrontación directa al ideario ultranacionalista, que vehiculó un entonces joven Benjamín Netanyahu en alianza con los sectores religiosos más recalcitrantes. Líderes religiosos judíos llegaron a proclamar el din rodef, una suerte de edicto religioso que situaba al primer ministro laborista como una amenaza para la supervivencia de los judíos, autorizando su asesinato.

En las movilizaciones ultranacionalistas, contrarias a los Acuerdos de Oslo, se tornaba habitual los llamamientos a la violencia contra el ejecutivo laborista, con cánticos explícitos de «muerte a Rabin».

Hamas, las elecciones anticipadas y la victoria de Netanyahu

Con la ausencia de Rabin, el laborismo israelí se enfrentaba a la difícil tarea de continuar adelante con el proceso de paz sin su líder más significativo. El veterano Simón Peres, nombrado primer ministro para relevar a Rabin, decidió reforzar el proceso entre la opinión pública convocando elecciones anticipadas. La imagen de mártir de Rabin unida a la promesa de paz, hacía presagiar una amplia victoria laborista, que a principios de 1996 aventajaba en las encuestas por 20 puntos al Likud de Netanyahu.

Sin embargo, de manera inesperada y profundamente oportuna, un movimiento islamista de reciente creación bajo la denominación Harakat al-Muqáwama al-Islamiya (Hamás), inició una oleada de atentados en territorio israelí que azuzaron el sentimiento de inseguridad y revancha.

Nacido en 1987 bajo el amparo de los sectores salafistas del clero palestino, y con el decidido y notorio apoyo del Mossad en un intento de fragmentar la resistencia palestina en plena I Intifada, Hamás irrumpió en escena sirviendo de contrapeso perfecto para los ultranacionalistas israelíes, manteniendo la retórica de violencia.

La ventaja de Peres y el laborismo se diluyó en apenas cuatro meses, para generar, en la noche electoral del 29 de mayo de 1996, una victoria por apenas 29,457 votos de Benjamín Netanyahu. Los líderes de la derecha, que habían estado en el punto de mira de la opinión pública israelí por su responsabilidad en el magnicidio de Rabin, se hacían con el poder menos de un año después. Bajo su mando, los acuerdo quedaron dinamitados.

Los siguientes años y décadas resultaron en una sucesión de catastróficas desdichas con nombre y apellido. A pesar de su derrota en las siguientes elecciones de 1999, durante su breve primer mandato, Netanyahu había logrado destruir cualquier posibilidad de avanzar hacia la paz. Su derrota electoral ante el laborista Ehud Barak no conduciría hacia un avance en su solución. Los extraños movimientos de Barak, más preocupado por afianzar una alianza con los movimientos ultraortodoxos que por satisfacer las demandas de la izquierda israelí y avanzar en la puesta en marcha de los Acuerdos de Oslo, prolongaron el conflicto.

La imposición de la agenda de Netanyahu

A partir de ese momento, la desaparición virtual del laborismo del espectro político israelí, la creciente influencia de los postulados del sionismo revisionista, la omnipresente influencia de Netanyahu (capaz incluso de enfrentarse a otros líderes conservadores como Ariel Sharon a los que acusó sin tapujos de «blandos») y la creciente sensación de conflicto irresoluble, hicieron que cualquier posibilidad de paz cayese en el ostracismo político.

En ese escenario, Netanyahu avanzaba en la imposición de su plan, que pasa, de forma manifiesta, por la extensión del control de los territorios ocupados, el avance de los colonos y la conclusión del conflicto con la aplicación de una nueva Nabka lenta.

Del otro lado, la Organización Para la Liberación Palestina (OLP) entraba en su propia crisis, tras la pérdida de su líder Yasser Arafat en 2004. En 2006, Hamás, se hacía con el poder en las Elecciones Parlamentarias Palestinas.

La aplicación, parcial e interesada de los Acuerdos de Oslo se instrumentalizaba para configurar territorios cercados, al estilo de los bantustanes de Sudáfrica. El escenario, quedaba configurado de manera perfecta para imponer el itinerario de los sectores israelíes más radicales. La dinámica de ampliación de las colonias en territorios ocupados, acoso a la población palestina y asedio de la Franja de Gaza, se argumentaba con las acciones de la organización islamista en el lado palestino.

Y así, llegamos al angustioso presente.


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