Eduardo Montagut Contreras •  Memoria Histórica •  11/04/2017

Fascismo y relaciones con Hitler en el Reino Unido

El fascismo irrumpió en casi todos los países europeos en mayor o menor medida en el período de entreguerras. A pesar de la fortaleza de las instituciones políticas, económicas y sociales británicas, el Reino Unido no se vio libre de esta experiencia. No supuso un peligro gravísimo para su estabilidad, pero sus conexiones con la Italia fascista y la Alemania nazi, así como la existencia de un importante sentir favorable a lo que estaba ocurriendo en estos países entre sectores influyentes de las élites británicas, no permite que sea considerado como una simple anécdota histórica.

Los sectores políticos y sociales ultraconservadores británicos reaccionaron con fuerza en los años posteriores al final de la I Guerra Mundial a una serie de acontecimientos que consideraron inaceptables: la huelga general de Glasgow de 1919, el triunfo laborista en las elecciones generales de 1923 y la huelga general en todo el Reino Unido de 1926. Esta reacción se cristalizó en la creación de grupos de ideología fascista, como los British Fascisti (1923), que se organizaron en torno a la figura del duque de Northumberland, y la Imperial FascistLeague de Arnold Spencer Leese, con un marcado carácter antisemita. Pero la fortaleza electoral del Partido Conservador a partir de 1925 y la menor percepción del supuesto “peligro rojo” rebajaron mucho no sólo la tensión sino la importancia de este primer fascismo británico.

El resurgimiento del fascismo, en torno a Oswald Mosley, debe enmarcarse en el contexto de la crisis de 1929. Mosley era un joven político de origen aristocrático, vinculado a los movimientos de reconstrucción después de la guerra y decidido impulsor de la Sociedad de Naciones. En 1920 se afilió al Partido Laborista y parecía una figura emergente en el laborismo por su brillantez. Ante la virulencia de la crisis del 29 Mosley defendió que el partido apoyara un fortalecimiento del poder del ejecutivo y el intervencionismo. Pero el laborismo no le apoyó y eso provocó que fundara un nuevo partido, el New Party, formación previa a la British Union of Fascists de 1932. Mosley adquirió un fuerte protagonismo político y social, convencido de su papel casi mesiánico para salvar al Reino Unido. Mosley admiraba las experiencias italiana y alemana.

En los años treinta, el fascismo británico aglutinó a las fuerzas ultraconservadoras y tuvo una evidente presencia en la sociedad, a través de las manifestaciones políticas y el aparato escenográfico propio del fascismo. Pero, en realidad, el fascismo no tuvo un fuerte calado social por la fortaleza del gobierno conservador de Stanley Baldwin y por una cierta recuperación económica. En 1939, en vísperas del comienzo de una nueva guerra, la relevancia política de Mosley estaba bajo mínimos.

Por último, debemos insistir en la importancia de que una parte de la élite política británica, encabezada por el efímero monarca Eduardo VIII, vio con buenos ojos al fascismo italiano, además de tender a un arreglo político con Hitler para evitar el conflicto o terminarlo, una vez comenzado, aspectos que, en los últimos años, han recibido una gran atención por parte de la historiografía británica. Al respecto, el historiador Ian Kershaw, autor de la biografía más extensa de Hitler, también tiene publicada la obra, Un amigo de Hitler. Inglaterra y Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial, (Barcelona, 2006). Se trata de un estudio que refleja las buenas relaciones de determinados sectores de la aristocracia y de la clase política británicas con el nazismo. Estas afinidades influyeron en la política de apaciguamiento del gobierno de Chamberlain. El análisis se realiza tomando como referencia a Charles Stewart Henry Vane-Tempest-Stewart, marqués de Londonderry, y su extensísima correspondencia. Dicho aristócrata fue ministro del Aire.

¿Por qué Hitler atrajo a personajes como Londonderry, y a muchos de sus congéneres de la nobleza? En primer lugar, no cabe duda que sentían pánico hacia el auge del comunismo. Hitler se presentaba como una barrera en el centro de Europa. En segundo lugar, se puede pensar en el miedo a repetir la sangría de la Primera Guerra Mundial. Y, también se puede establecer una tercera causa, pero más en clave interna. La sociedad británica de los años treinta estaba sufriendo profundos cambios, ya que la clase aristocrática ya no tenía el papel dirigente de antaño a causa de la proletarización y democratización de la sociedad y el evidente auge del laborismo. Hitler se presentaba como un ejemplo de autoridad y liderazgo frente a esta tendencia.

Para completar esta historia conviene acercarse también al libro del historiador galés Martin Allen titulado, El rey traidor. De cómo el duque de Windsor traicionó a los aliados, y que Tusquets en su colección «Tiempo de Memoria» publicó en España en 2001.

Como es sabido, Eduardo VIII abdicó en 1936 para poder casarse con la ciudadana americana y divorciada Wallis Simpson. Pero, ¿esa fue, realmente, la causa de la abdicación, es decir, pudo el romanticismo sobre las rígidas normas de la Corona británica? Hoy ya no se puede sostener esta tesis. El duque de Windsor fue un entusiasta de los nazis, y perteneció a ese grupo de la alta sociedad británica filonazi que no veía con malos ojos la subida de Hitler en Alemania para frenar el comunismo en Europa.

En el libro se sigue la peripecia vital de Eduardo, sus conexiones con los nazis, y con el gobierno español que adquirió un curioso protagonismo, al pasar por nuestro país desde la Francia ocupada a Portugal, para que intentase colaborar. Hitler deseaba que el duque accediera a la Corona para que nombrara un gobierno que firmase la paz, con el fin de poder embarcarse en la invasión de la URSS, evitando el doble frente.

 


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