Eduardo Montagut Contreras •  Memoria Histórica •  12/12/2016

Las causas económicas de la Primera Guerra Mundial

La crisis económica de 1873 terminó con la etapa librecambista asociada a la Primera Revolución Industrial, inaugurándose una nueva fase económica o Segunda Revolución Industrial vinculada a la concentración industrial y financiera y, sobre todo,  al proteccionismo económico con un fuerte rearme arancelario, que supuso el surgimiento de una verdadera guerra económica entre las potencias, generando interminables disputas y negociaciones diplomáticas. Cuando no se alcanzaban acuerdos y no se podían firmar tratados comerciales  las relaciones políticas se perturbaban notablemente. Además, esta nueva etapa lanzó a la primera plana nuevas potencias económicas, como Estados Unidos y Japón fuera del continente europeo y dentro de él, Alemania, que muy pronto no sólo pudo competir con el Reino Unido, sino que llegó a superarlo en algunos índices económicos. La antigua preponderancia económica británica, nacida en el último cuarto del siglo XVIII y que había convertido a Inglaterra en el taller del mundo y en la defensora de tratados comerciales librecambistas que favorecían la venta de sus productos, realizados a un coste que les hacían imbatibles en todos los mercados, se había terminado para siempre. Bien es cierto que seguía siendo una potencia económica impresionante, con un imperio colonial inmenso y una flota muy poderosa, pero Alemania se había convertido en un país líder en las nuevas industrias  (siderurgia, químicas, etc..), con un gran potencial demográfico, un sistema flexible de créditos, muchas materias primas y un alto nivel de concentración empresarial. Su problema era la falta de un imperio colonial del tamaño del británico o del francés. Precisamente, esta etapa se asocia con el auge del imperialismo europeo, en una carrera para dominar el mundo y que, a pesar de los esfuerzos por canalizarla, como se pretendió con el Congreso de Berlín, no hizo más que elevar las tensiones entre británicos, franceses y alemanes, principalmente, tanto en África como en Asia. Aunque el imperialismo no solo tiene un trasfondo económico, es bien cierto que las potencias europeas buscaban colonias para conseguir materias primas y fuentes de energía, colocar sus productos manufacturados, poder invertir sus inmensos capitales y tener una salida de escape para los sobrantes de mano de obra en las metrópolis.

Los alemanes comprendieron que para tener una fuerte presencia en el mundo debían contar con una flota, de la que carecían. Desde finales del siglo XIX emprendieron una activa política de construcciones navales para poder competir en los mercados internacionales y poner en peligro el casi monopolio británico de los mares. Este factor pesó mucho en el giro de la política exterior de Londres a principios del siglo XX, ya que hasta entonces había sido un miembro adyacente del sistema de alianzas bismarckianos, enfrentándose constantemente con París, especialmente en África, donde chocaban los dos imperios coloniales. Los británicos se asustaron ante la presencia constante de barcos, soldados y diplomáticos alemanes en todos los escenarios de conflictos coloniales, como en China o en Marruecos. Parecía  conveniente solucionar los contenciosos con los franceses y llegar a la Entente Cordiale.

En materia financiera, los principales mercados seguían centrados en Londres y París. Los alemanes tenían serias dificultades para invertir su capital fuera de sus fronteras, por lo que reorientaron el capital hacia la inversión interna. En vísperas de la guerra los movimientos internacionales de capitales generaron muchas polémicas.


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