Redacción •  Internacional •  30/11/2021

Afganistán, el país en guerra perpetua

Hace más de cuatro décadas, la historia de este territorio, próspero hasta cierto punto, se truncó cuando EE.UU. decidió financiar y armar a los muyahidines, a los que bautizó con el apelativo «combatientes de la libertad» («freedom figthers»). El presidente Ronald Reagan llegó a decir de ellos: «Ver los valientes afganos luchadores por la libertad contra modernos arsenales con simples armas de mano es una inspiración para aquellos que aman la libertad».

Afganistán, el país en guerra perpetua

Desde entonces, la Guerra de Afganistán nunca ha cesado. En 1978, la Revolución de Saur y el gobierno de Taraki estableció en Afganistán un estado socialista que puso en marcha un amplio programa de reformas estructurales: eliminó la usura (que benefició a once millones de campesinos), inició una campaña de alfabetización (con enseñanza por vez primera en lenguas nativas de los alumnos y con escuelas a las que también asistían mujeres), implantó una reforma agraria de amplio calado, separó por completo la Religión y el nuevo Estado (que, en virtud de la Ley, pasaba a ser constitucionalmente laico), eliminó el cultivo del opio, legalizó los sindicatos y estableció una ley de salario mínimo para subir sueldos a los trabajadores y trabajadoras afganas.

Igualmente, concedió amplios derechos para las mujeres que se alejan del país que conocemos en los últimos años, tanto durante el Gobierno Talibán como con la ocupación de los EE.UU.: las mujeres tenían permiso de no usar velo si así lo deseaban en los años de la revolución Saur, permiso de transitar libremente y conducir automóviles, no podían ser vendidas, se integraron al trabajo y a los estudios universitarios, y, además, compartían la vida política con cargos públicos.

Ese mismo año, el ejército estadounidense comenzó a formar insurgentes y establecer emisiones de propaganda para Afganistán desde Pakistán. Contaba también con el apoyo de Arabia Saudí. A principios de 1979, oficiales estadounidenses iniciaron sus encuentros con los líderes insurgentes para determinar sus necesidades. La ayuda de la CIA fue aprobada en julio de 1979 bajo la administración Carter con la intención de provocar la intervención soviética, cosa que consiguieron.

Tras recibir la petición por parte del Consejo Revolucionario de Afganistán, las tropas soviéticas entraron en el país el 7 de diciembre de 1979, cuando EE.UU. llevaba meses financiando a la guerrilla islámica.

La CIA, el régimen saudí y el general pakistaní Nasrullah Babar forman un grupo integrista aún más fanático y brutal que toma el poder en Kabul. En 1996, solo 8 años después del inicio de la retirada de las tropas soviéticas, los talibanes conquistaron Kabul e imponían en Afganistán un régimen integrista islámico condenado a nivel mundial por sus violaciones de los derechos humanos.

A partir de ahí, la historia de Afganistán es más conocida. El régimen talibán, hijos y nietos de esos muyahidines, nunca dejó de controlar las zonas rurales durante una ocupación estadounidense y su

Gobierno Afgano limitado a ciertos núcleos urbanos o puntos estratégicos desde el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001.

La precipitada salida de EE.UU. y sus aliados en agosto de 2021 significó que la ‘sharia’, la ley islámica, rige en todo el país a excepción de la zona controlada por la Liga Norte. La victoria contra las tropas armadas por Washington se completó en pocas semanas con la huida del presidente, Ashraf Ghani, y la toma de Kabul. Los insurgentes patrullan hoy las calles de todas las ciudades y controlan el movimiento de personas.

El Emirato Islámico de Afganistán

A día de hoy, millones de afganos no tienen acceso a dinero en efectivo, en un momento de encarecimiento de los precios de los suministros básicos, como es el caso de los alimentos, el combustible y el gas.

La electricidad, importada en cuatro quintas partes de los países vecinos como Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán e Irán, se mantiene, pero la nueva Administración no ha podido pagar sus facturas y crece el endeudamiento.

El control de Afganistán por parte de los talibanes supone el regreso de un régimen casi medieval. El Ministerio Talibán de Invitación al Bien y Evitación del Mal acaba de declarar nuevas reglas a todos los canales de televisión del país que deben seguirse. Se exige a las presentadoras de los canales de televisión que cumplan con el hijab islámico. Se prohíben las películas y series que violen los principios islámicos y las leyes afganas. Se ordena que sean retirados de la transmisión los programas que insultan a las personas, o dramas y seriales, así como todos aquellos contrarios a los principios islámicos y las tradiciones afganas.

Desde el ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio aseguran que respetarán el derecho a la educación de las niñas y que están creando un «marco» para que «niños y niñas puedan continuar su educación en lugares separados».

Más preocupante es la situación de las provincias más alejadas de la capital, donde los talibanes son más estrictos y abusivos contra las mujeres y van más allá de las políticas que hicieron públicas los líderes talibanes con sede en Kabul.

La situación humanitaria y el respeto a los Derechos Humanos en el «Emirato Islámico» sólo pueden deteriorarse ante la impasividad internacional tras la salida de EE.UU. y otros ejércitos de la OTAN.


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