Redacción •  Internacional •  28/06/2018

El genocidio de los rohingyas en Myanmar: un pueblo olvidado por Occidente

Myanmar es un país con un 90% de población budista, pero hay un 4% de población musulmana, entre los que se encontraría el pueblo rohingya también conocido como “el menos querido del mundo”. El estado de Rakhine, al oeste de este país, contaba con poco más de un millón de rohingyas, pero hoy su número se ha reducido a menos de la mitad en uno de los mayores éxodos que conoce la historia de la humanidad.

El genocidio de los rohingyas en Myanmar: un pueblo olvidado por Occidente

La represión sistemática organizada desde la dictadura militar que encabeza Aung San Suu Kyi, la líder civil de facto del país, incluye violaciones de derechos humanos tales como la destrucción de aldeas y atrocidades como violaciones en grupo, tiroteos indiscriminados, quemar vivos a ancianos y personas con diversidad funcional dentro de sus hogares, violencia machista contra las mujeres y asesinatos de niños y bebés a manos del Tatmadaw, el ejército birmano, y los cuerpos de seguridad en Rakhine. Así lo ha denunciado el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aunque el viceministro de Información birmano -U Aung Hla Tun- afirme cínicamente que cientos de miles de rohingya se habían marchado seducidos por la idea de «una vida mejor en los campos de Bangladesh».

La finalidad de esta limpieza étnica, que eleva las víctimas documentadas por encima del millar, es -precisamente- provocar la huida de los rohingyas a otros países. Se estima que más de 700 mil personas de esta etnia han salido de Myanmar hacia Bangladésh. La colocación de minas antipersona -prohibidas por la legislación internacional- en la frontera norte del país, impide el regreso de los refugiados y dificulta la salida de los últimos grupos que huyen de las matanzas.

La excusa utilizada para la violencia indiscriminada son acusaciones de “terrorismo” contra el Ejército de Salvación Rohinyá de Arakán (ARSA), una organización yihadista creada por rohingyás supuestamente radicalizados en Arabia Saudí que perpetraron atentados y asesinatos selectivos contra administradores locales, jefes de aldea e informantes del Gobierno.

El genocidio tiene su origen en 2012, cuando una joven budista apareció muerta y con signos de haber sufrido violencia sexual en un pueblo del oeste, y la policía acusase a tres hombres de etnia rohingya, lo que desencadenó una ola de violencia contra una etnia históricamente repudiada por leyes como la de “Ciudadanía” de 1982, que sólo reconocía como etnias de pleno derecho a aquellas comunidades establecidas en el país antes de la llegada de los ingleses. En 2016 se reavivaron los abusos contra esta etnia, lo que llevaría en octubre de ese año a la creación del ARSA entre los rohingyas, un pueblo que siempre se había mostrado pacífico.

En 2017, el ejército birmano inició la última y más devastadora limpieza étnica como desproporcionada respuesta a las acciones del ARSA. El relator especial de la ONU sobre los derechos humanos en Myanmar, Yanghee Lee, declaró en marzo de este año que «las prácticas represivas de los gobiernos militares anteriores volvían a ser la norma una vez más». Yee pidió la creación de un organismo de investigación independiente para «investigar, documentar, recopilar, consolidar, mapear y analizar pruebas de violaciones y abusos de los derechos humanos». Esta «base de datos maestra» podría utilizarse como base para someter a juicio a los «individuos que dieron órdenes y llevaron a cabo violaciones contra individuos y grupos étnicos y religiosos enteros» en cortes o tribunales penales internacionales. «Los líderes del gobierno que no hicieron nada para intervenir, detener o condenar estos actos también deben rendir cuentas», agregó Yee en clara alusión a la aún premio nobel Aung San Suu Kyi.

Hoy, cientos de personas continúan cruzando la frontera desde el estado birmano de Rakhine. Según ACNUR, solo en febrero de 2018, llegaron 3.236 refugiados a Bangladesh relatando historias desgarradoras de aldeas incendiadas, familiares asesinados y de una violencia que sigue activa.

En las colinas de Cox’s Bazar, los rohingyas deben afrontar nuevas dificultades en campos de refugiados cada día más saturados y precarios ante la llegada del monzón. Por todo ello, la ayuda humanitaria es hoy más necesaria que nunca.


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