Agencia Telesur •  Fernando Dorado •  Internacional •  01/08/2018

La lucha por la verdad

El proceso judicial contra el expresidente colombiano y hombre fuerte del escenario político del país sudamericano abre una oportunidad de indagación y esclarecimiento que trasciende su caso personal y puede poner en cuestión toda una forma de hacer política establecida en su gobierno y que perdura. Las trabas establecidas se entienden solo atendiendo al interés de toda un espectro de la clase dirigente colombiana.

La lucha por la verdad

El ex-presidente y actual senador Álvaro Uribe Vélez afronta en la actualidad un proceso judicial por manipulación y soborno de testigos que está en manos de la Corte Suprema de Justicia CSJ. Es consecuencia del fallo en su contra a la denuncia que instauró en esa misma Corte contra el senador del Polo Democrático Iván Cepeda Castro. A Uribe le salió el tiro por la culata.

La citación a indagatoria al ex-presidente por parte de la CSJ es un hecho judicial y político de gran trascendencia en Colombia. Esa circunstancia se presenta porque ese jaleo jurídico está íntimamente ligado a los múltiples casos en que Uribe, su hermano Santiago y muchos de sus amigos y colaboradores, aparecen relacionados con la conformación y las acciones criminales de grupos paramilitares desde la década de los años 90s del siglo pasado (XX).

Después de las elecciones es el acontecimiento que marca la vida política del país porque el ex–presidente notificó su renuncia al Senado “para afrontar con dignidad su defensa” cuando la CSJ ratificó esa decisión. A partir de allí pululan en los medios de comunicación y entre la gente del común las conjeturas sobre el futuro de Uribe, del nuevo gobierno y del país.    

Dependiendo de cómo se califique ese hecho surgen diversas posiciones que se pueden agrupar así:

a) Para los sectores leales al ex-presidente es un tropiezo jurídico superable. Dice Everth Bustamante, ex-militante del M19 y ex-senador del CD: “Al presidente Uribe nadie lo puede encarcelar”. Ellos llaman a cerrar filas para defender a ojo cerrado al “presidente eterno”.

b) Para otros, es el inicio del fin del proyecto político de Uribe, lo que podría derrumbar al gobierno de Duque al ser su principal soporte. Ellos están tentados a empujar esa caída.

c) Para unos más, la institución de la justicia puede asumir la responsabilidad del juzgamiento de Uribe e independientemente del resultado (a favor o en contra), salir avante para garantizar el fortalecimiento del Estado social de Derecho. Ellos llaman a la calma y a la serenidad.

Intentaremos en este escrito prever la evolución de este proceso jurídico-político y ayudar a definir la posición correcta para derrotar a las fuerzas reaccionarias que –a pesar de su reciente triunfo electoral– están a la defensiva pero expectantes y dispuestas a frenar a como dé lugar el avance y la consolidación de lo logrado por las fuerzas democráticas en las pasadas elecciones presidenciales.

Personajes como Uribe y su relación con la casta dominante

Observando la reciente rueda de prensa ofrecida por Uribe en su finca de Rionegro, cerca de Medellín (30.08.2018), y comparándola con una rueda de prensa ofrecida por Pablo Escobar cuando siendo parlamentario empezó a ser acusado abiertamente de ser un narcotraficante (1983), un amigo recordó esas similitudes. Hacer esa comparación nos puede ofrecer buenas pistas.

Escobar fue un delincuente metido a político; Uribe es un político avenido en delincuente. El primero, utilizó a políticos y empresarios para fortalecer su empresa criminal; el segundo, usó a delincuentes para construir su fuerza política. Escobar fue liquidado por la casta dominante cuando se les convirtió en un problema; Uribe logró ascender y aunque “viene de abajo” y a veces no coincide enteramente con los intereses hegemónicos de la oligarquía financiera, no puede ser liquidado tan fácilmente porque conoce secretos que comprometen a mucha gente en crímenes de lesa humanidad, no solo cometidos por paramilitares sino por políticos, empresarios y el mismo Estado. Escobar fue convertido en leyenda negativa; Uribe hasta ahora es una falsa leyenda positiva.

¿Hasta dónde podrá tensar la cuerda Uribe? Y, ¿hasta dónde aguantarán “los de arriba”? Noriega en Panamá y Fujimori en Perú son buenos referentes para analizar y prever lo que puede ocurrir. 

En ese sentido es importante entender que no hay que hacerse ilusiones con la llamada “separación de poderes” y menos con la independencia de la CSJ. Los grandes poderes ocultos –como ocurre en todo el mundo– son los determinan “lo importante”. Pero bueno, avancemos.

Uribe y la “paz imperfecta”        

Los que mandan en Colombia, o sea, la oligarquía transnacional, los Slim, Sarmiento Angulo, Gilinski, Ardilas Lülles, Santodomingos y demás poderosos empresarios y aliados estadounidenses y europeos, tienen trazada su hoja de ruta alrededor de consolidar la “paz imperfecta” de Santos y no se van a echar para atrás por ningún motivo.

En medio del forcejeo que hace Uribe por “modificar” los acuerdos firmados (incumplidos en gran parte por el Estado) aparece este lío judicial que se puede convertir en el inicio del fin para su proyecto político y en un motivo para que la clase dominante lo abandone a su suerte. De acuerdo a todas las señales que ha enviado en los últimos días, su situación es desesperada.

Que se apoye en testimonios de forajidos, presos unos y libres otros, en una ex-fiscal que está en la cárcel, en un abogado de los grandes mafiosos, y que recurra a nuevas mentiras e inventos para desprestigiar a la CSJ, recusar a los magistrados que lo investigan y atacar al presidente Santos, al vicepresidente Naranjo, al presidente de la CSJ, al senador Cepeda y a las Farc de estar concertados y complotados para perseguirlo, deja ver que se siente acorralado.

Lo que es evidente es que el daño político está hecho y se puede agrandar. Uribe, quien con sus asesores políticos y jurídicos conocen bien la normatividad colombiana, con recusaciones e impugnaciones, alargamiento de tiempos y de plazos, y toda clase de trampas jurídicas en la que son expertos sus abogados Lombana y Granados, va a ganar tiempo y tratarán de utilizar a Duque para presionar y negociar con los verdaderos poderes.

Este caso no va a poner a prueba a las instituciones colombianas como creen muchos demócratas y hasta gentes de izquierda. Lo que sí podrán observarse serán las fisuras del Poder y dependiendo de la capacidad de las fuerzas del cambio, nuestro pueblo podrá hacer un curso intensivo de análisis político para entender quienes realmente ponen y quitan en nuestro país.   

Es muy posible que este apretón de la CSJ esté en la dirección de poner en su sitio a Uribe y obligar a Duque a continuar por el camino de la paz neoliberal con tintes democráticos y limitadas garantías para los guerrilleros desmovilizados, aunque con algunos ajustes para tranquilizar a los terratenientes y empresarios que colaboraron con el paramilitarismo. Le están “midiendo el aceite” y Uribe también los mide jugando a la víctima para obtener apoyo popular y poder negociar en mejores condiciones.

El proyecto de la “nueva derecha”

La casta dominante tiene claro que si Álvaro Uribe Vélez se convierte en causa de una mayor desestabilización de su Estado, se pueden crear las condiciones para que las fuerzas democráticas consoliden un proyecto transformador que ponga en peligro su hegemonía.

Por ahora esos potentados capitalistas transnacionales apoyaron “al candidato que dijo Uribe” para atravesársele a Gustavo Petro, en quien no confían y todavía no controlan. Pero si Uribe y Duque no saben manejar el triunfo precario que consiguieron en las elecciones pasadas, ellos saben que tienen que negociar con la nueva clase política en ascenso.

Un ejemplo reciente fue lo sucedido con AMLO en México, pero ya ocurrió parcialmente con Chávez, Lula, Kirchner, Mujica y Tabaré, Correa, Evo y hasta con Ortega, como lo muestran los acontecimientos que se han destapado en Nicaragua. En todos esos países tuvieron que compartir el gobierno con sectores “emergentes” para ganar tiempo, desarmar ideológica y políticamente a los movimientos populares, y desgastar a los proyectos progresistas ante la imposibilidad de cumplir con las expectativas y promesas ofrecidas. Es la lucha en el terreno de “un subsistema del Estado”[1].

Es decir, para no poner en peligro la “estabilidad” de su régimen en medio de la precariedad de un Estado fallido, la oligarquía financiera que domina Colombia (transnacional) no va a dudar un instante en sacrificar a Uribe, que fue lo que hizo parcial pero torpemente Santos. Él, como ya lo hemos afirmado, por su naturaleza cortesana y por su torpeza política, con su demagogia y triunfalismo (compartido con las Farc y una buena parte de la izquierda) ayudó a que Uribe se fortaleciera en lo político, usando el odio a las Farc y el miedo al modelo bolivariano de Chávez-Maduro que hoy hace crisis en Venezuela. Es decir, Uribe es sacrificable para el gran poder y si en medio de su odio o su temor no negocia, lo van a sacrificar como pasó con Fujimori.

Pero lo más seguro es que negociarán por arriba. Las clases dominantes tienen listo su nuevo proyecto político como respuesta al “neo-populismo nacionalista” de Trump. Lo están diseñando sobre la marcha en todo el mundo y pretende no ser “ni de derecha ni de izquierda”. Ese nuevo proyecto lo podríamos definir como una especie de “post-neoliberalismo de derecha”.

Duque ya representa a esa nueva derecha. Su gabinete es eminentemente técnico-corporativo pero la “mermelada” funciona entre telones; apoya la consulta anti-corrupción aunque no va a mover un dedo; dice que no firmará nuevos TLCs porque va a proteger a los productores nacionales pero tiene en su agenda las nuevas inversiones globales del posconflicto; se presenta como abanderado de la educación, la ciencia y la tecnología pero como parte de la colaboración “armónica” entre lo público y lo privado; y aunque seguirá apoyando los proyectos extractivistas minero-energéticos ya se presenta como el gran campeón de la defensa del medio ambiente. La nueva derecha es así: dice una cosa y hace otra, como Santos, pero ahora con más perfeccionamiento digital-mediático. La “posverdad” en pasta.

Esa nueva derecha está diseñada para disputarle las clases medias a la izquierda. Es su objetivo.

¿Qué hacer? 

Lo sucedido en Perú con Fujimori envía un mensaje claro. Los demócratas no pueden fiarse de la oligarquía que posa de reformista y demócrata. Se debe respaldar a los magistrados más independientes de la CSJ pero con reservas y siempre alertando sobre los verdaderos hilos del poder y los intereses ocultos. Ningún cheque en blanco como el que muchos le firmaron al presidente saliente (Santos).

La tarea central es lograr que la sociedad conozca la Verdad; no la justiciera y vengativa sino la que libera con base en el reconocimiento y el perdón compartido entre los bandos enfrentados.

La “paz imperfecta” de Santos, aunque logró la desmovilización y desarme de las Farc, y nos ha ahorrado miles de muertos, tiene un tufillo legalista que se convierte en obstáculo para que todos los sectores degradados de la sociedad –no tanto por la guerra sino por el narcotráfico– reconozcan su descomposición y sus crímenes como un ejercicio liberador y sanador para construir las bases efectivas y duraderas de una verdadera reconciliación.

No hay que caer en el triunfalismo. Hay que fortalecer la independencia política y actuar pensando en grande y en el mediano plazo. Sin una fuerza democrática y popular fuertemente unificada y cohesionada, la caída de los criminales al servicio de la oligarquía fácilmente sirve para engañar y reencauchar a falsos salvadores supremos y a unas instituciones absolutamente descompuestas.

Ninguna ilusión justiciera, lo único que libera es la Verdad.

 

[1] El imperio y las oligarquías han logrado entender que a veces pueden compartir el gobierno con sectores subalternos de la sociedad. El gobierno aquí es concebido como un “subsistema del Estado”, tal como lo define Heinz Dieterich Steffan. Ver: https://bit.ly/2Kdngpt


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