Misión Verdad •  Internacional •  19/03/2018

Asesinato de Marielle Franco: Claves de un crimen por encargo

Las balas nueve milímetro que asesinaron a la concejal Marielle Franco pertenecen al mismo lote de municiones encontrados en 2015 en la masacre de Osastas (San Pablo), donde fueron ejecutadas 19 personas en un bar como supuesta retaliación por la muerte de un policía militar y un guardia civil. Esas balas, además, fueron adquiridas en 2006 por la Policía Federal de Brasil dándole un carácter más dantesco al hecho. Su asesinato tampoco es un hecho aislado: 36 concejales han sido ejecutados en Brasil desde 2016.

Asesinato de Marielle Franco: Claves de un crimen por encargo

Las dos hipótesis que sobrevuelan son también sintomáticas: una se refiere a una retaliación por las denuncias de Franco contra la Brigada 41 de la Policía Militar a cargo de parte de la ocupación ordenada por Michel Temer en Río de Janeiro. Esta Brigada tiene en su haber el 41% de las muertes violentas en Río de Janeiro solo en enero de este año siendo la unidad con mayor muertes en enfrentamientos en este estado. El título es demoledor; Marielle Franco denunció a los policías que más matan en Río.

Así quedó el automóvil baleado de la concejal

La otra posibilidad mucho más sórdida es la de una venganza personal del ex concejal Christiano Girao, quien recién acaba de salir de prisión por haber sido líder de un escuadrón de la muerte descubierto por una investigación llevada a cabo por Franco junto al concejal Marcelo Freixo, imortalizado en la película Tropa de Élite por su lucha contra las ejecuciones extrajudiciales.

A esta hipótesis se le suma el hecho que el marido de la ex esposa de Girao fue asesinado el mismo día que Franco. En reiteradas oportunidades, además, lo acusó de haber sido instigador de otro atentado fallido en contra de la pareja unos meses antes. Pese a todo, Girao se pasea por el concejo de Río como si su tiempo en prisión hubiese sido el de unas vacaciones pagas detrás de las rejas.

El asesinato de Marielle Franco en este contexto parece ser una escena más del film de largo aliento que se graba en este momento en Brasil. Referido en esta parte de la película a la ocupación militar de los barrios pobres de Río de Janeiro a modo de prueba por parte de un esquema represivo, que trata como enemigo interno a los dos millones de brasileños que viven en las áreas de influencia de la “criminalidad”.

La militarización de la sociedad brasileña empieza a ser tratada como una necesidad por la élite gobernante ante el aumento del crimen y la conflictividad social, producto de las reformas de libre mercado que precarizan la vida de la gente y apartan al Estado de la función de brindarles protección.

Ejemplo de ello es la declaración del Comandante del Ejército brasileño, general Eduardo Villas Boas, acerca de que “los militares necesitan garantías para actuar sin el riesgo de que surja una nueva Comisión de la Verdad que los juzgue”. En ese entorno, la concejal había asumido la relatoría de la Comisión de Acompañamiento de la ocupación, una instancia dedicada a investigar las violaciones a los derechos humanos de la intervención militar. Un conflicto de intereses más que evidente.

La ocupación militar de Río y su parecido con la de Haití

Río de Janeiro antes de la ocupación militar salió en los noticieros de todo el mundo luego de que en los carnavales la segunda comparsa más votada fuese la que llevaba un muñeco del presidente Michel Temer disfrazado de “vampiro neoliberal”. Según una crónica de The Washington Post, además, uno de los desfiles más emblemáticos del carnaval ocurrió cuando se entonó la canción “dios mío, dios mío ¿la esclavitud está extinta?”, con la cual se hizo referencia a la condición de esclavitud en la que se encuentran sumergidos millones de brasileños después de las reformas de Temer.

De acuerdo al historiador Leandro Silveira, “este desfile es el mejor que se ha hecho porque captó cómo muchos brasileños se sienten en estos tiempos de crisis política y económica”.

En ese contexto, la ocupación militar llegó a Río con un pasacalle en la Rocinha, la principal favela de la ciudad, que amenazaba con explotar en protestas en caso de que la justicia encarcele a Lula. Según el Partido de los Trabajadores, el asesinato de la concejal Marielle Franco ocurre como una “escalada autoritaria” en todo el país por parte del gobierno de facto que apenas alcanza  un 5% de respaldo.

La ocupación, por otro lado, guarda estrecha similitud con la experiencia reciente de los militares brasileños como cascos azules en Haití. En esa misión, bajo mandato estadounidense y francés, el ejército de ese país fue conocido por dirigir una operación en el suburbio de Cité Soleil, donde soldados de los cascos azules actuaron con brutalidad contra bandas criminales y partidarios del presidente derrocado por Washington, Bernard Aristide.

Las razones de esa ocupación que inspira a la de Río son también ejemplares: dado que se fundamentaron en “pacificar” al país tras el golpe a Aristide bajo el temor de Estados Unidos de que hubiese un éxodo de haitianos a su país, según lo reseña el medio alemán DWL.

Ni el presidente depuesto, ni ninguno de su partido, posteriormente proscrito, pudieron regresar al poder ni plantear una agenda política contraria al mandato de Estados Unidos y Francia, responsables políticos de los cascos azules en Haití. El ejército brasileño fue parte activa de esta misión que, además, fue acusada de innumerables casos de abusos sexual, e incluso ser cómplice de un fraude electoral contra Jude Celestin, delfín político del ex ministro de Aristide, René Preval.

Las distintas dimensiones del asesinato de Franco

En el crimen de Marielle Franco diversas capas se cruzan en la indignación por la crueldad de su asesinato. En el sentido emocional, se regurgita la sensación de que eso le podría pasar a cualquiera. Lo que mueve esa fibra de memoria vivida en las peores épocas latinoamericanas donde las torturas y las desapariciones eran moneda corriente. La tragedia de Brasil, en toda su dimensión, ubica al cuerpo y el espíritu en no deseado choque con la realidad que revela la magnitud de la maquinaria del mal que se mueve en la región.

Su asesinato por un breve momento rompe una inercia discursiva y analítica sobre hacia donde se mueve Brasil. Desborda las palabras porque no las hay más allá de la indignación a conveniencia y el trino ingenioso en Twitter. En Brasil secamente y sin que nada lo detenga, se consolida una dictadura de mercado donde el aparato represivo del Estado, junto a la justicia, se teledirige a cerrarle cualquier vía política institucional a quienes se oponen a las reformas de libre mercado. Todo lo demás sobra, obstruye el paisaje real del país.

El ciclo que se abre en la región, además, peligrosamente tiene a Brasil como un espejo de lo profundo que se mueve. El país más grande de la región destinado a ser una potencia con el PT ahora es un modelo de cómo cerrar una nación al monopolio de Estados Unidos y Europa. De cómo destruir y desguazar un país para tal fin. Y su ejemplo es mal o bien el reflejo de lo que sucede por las buenas si el país dócilmente acepta este rumbo. Por las malas, resistiéndose, Venezuela y su bloqueo atestiguan los rastros de un mismo proceso regional.

Brasil hoy es un congreso de esclavistas, gobernado por un presidente corrupto, que se apoya en la fuerza de la justicia y la mano dura de los militares.  Su Estado son políticos con prontuario delincuencial, jueces con título de árbitros de la política interna, y uniformados diestros en el arte de controlar socialmente poblaciones enteras. En este contexto, el paisaje de Río de Janeiro que rodea el asesinato de Marielle Franco parece ser el backstage de la tragedia que vive el país.


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