Darío Pignotti •  Internacional •  25/11/2016

Marcha en Brasil encabezada por Lula y Mujica

Este domingo, será el cierre de una serie de grandes concentraciones en contra de las políticas de Temer. La destitución de Dilma abrió un debate entre el PT, los partidos populares y de izquierda y los movimientos sociales sobre cómo resistir al gobierno y sus políticas de ajuste. Lula se inclina por la formación de un Frente Amplio a la uruguaya.
Marcha en Brasil encabezada por Lula y Mujica

Lula Presidente-Mujica Vice. Aunque esa fórmula sea imposible, Luiz Inácio Lula da Silva y José Mujica estarán juntos el próximo domingo en San Pablo en una concentración cuyos organizadores estiman será la más concurrida desde que Michel Temer juró como presidente no votado el 31 de agosto pasado, cuando no recibió la banda presidencial de Dilma Rousseff, quien le imputó ser un “usurpador” del gobierno.

“Seguro que Lula va a pronunciar un discurso, está con muchas ganas de hablar con la militancia, últimamente estuvo en varios actos” adelantó uno de sus asesores consultados por PáginaI12.

“Mujica aceptó la invitación por considerar que la lucha por la preservación de los derechos sociales es una lucha por la humanidad”, señaló el senador Lindbergh Farias, del Partido de los Trabajadores.

El partido de Lula y Dilma será una de las agrupaciones participantes en el evento convocado por el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) y los Campesinos Sin Tierra (MST).

Los movimientos sociales junto a la Central Unica de los Trabajadores movilizaron miles de personas el 11 de noviembre bajo la consgina “Fuera Temer” y contra el Proyecto de Enmienda Constitucional 55 (PEC 55), que tiene media sanción de Diputados, que congela el gasto público durante 20 años.

Esta semana Temer insistió en la defensa de la PEC 55 durante un evento con los miembros del nuevo Consejo de Desarrollo Económico Social, concluido con una fastuosa (otra más) recepción en el Palacio de Alvorada.

Después de medio año en la presidencia –asumió interinamente el 12 de mayo y definitivamente el 31 de agosto–, Temer no ha podido trascender los muros vidriados de los palacios de Alvorada, donde reside, y el Planalto, donde despacha.

Ayer, mientras el instituto oficial de estadísticas informaba que escaló a 23 millones el número de desocupados y subocupados, un grupo de indígenas invadió el Palacio del Planalto para repudiar la PEC 55, que sólo es defendida por las entidades patronales, el FMI, Temer y la cadena Globo, en su condición de partido orgánico del golpe.

A pocos kilómetros de donde representantes de los pueblos originarios repudiaban al actual presidente, en la Universidad de Brasilia continuaba la ocupación organizada por Unión Nacional de Estudiantes pese a la orden de un juez para que la policía federal desaloje el predio. Temer compensa la falta de base de apoyo social con el aval del estado policial-judicial.

En las últimas semanas, decenas de jueces de primera instancia, entre quienes hay algunos con militancia pública en favor del golpe, ordenaron expulsar por la fuerza policial a los estudiantes que ocupan universidades y escuelas secundarias, y han sido el dínamo del descontento popular contra el régimen.

Posiblemente ni el mandatario ni aquellos que idearon la coreografía de las protestas masivas (mayoritariamente blancas y de clase media) que precedieron a la destitución de Dilma imaginaban un gobierno de facto tan impopular en el plano interno e irrelevante en el externo: el brasileño cumplió 13 días aguardando la llamada telefónica de Donald Trump, que asesores del Planalto dijeron (y Globo publicó), que iba a ocurrir el 9 de noviembre. La no llamada de Trump (que tuvo tiempo para telefonear a tres presidentes latinoamericanos) a Temer ocurre luego de que el brasileño intentara dos veces, durante sus viajes a China y Estados Unidos, obtener una foto o un apretón de manos de Barack Obama.

La calle en disputa

“Para quien suponía que no iba a haber resistencia contra Temer, el viernes 11 se realizaron grandes concentraciones en todo el país, en lo que fue sólo el comienzo de un noviembre de lucha que concluirá el domingo 27”, afirmó Guilherme Boulous, líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST).

Boulous se reunió la semana pasada con Lula en Sumaré, interior del estado de San Pablo, donde unos 10.000 miembros del MTST están acampados en demanda de viviendas populares.

La destitución de Dilma abrió un debate entre el PT, partidos populares y de izquierda, y los movimientos sociales sobre cómo hacer fente al gobierno de facto. Lula se inclina por la formación de un Frente Amplio a la uruguaya, una tesis que se refuerza con la posible visita de José Mujica el próximo fin de semana. El ex presidente uruguayo también es amigo de Dilma, quien acaba de visitar Uruguay, en su primer viaje al exterior tras dejar el gobierno.

La formación de un frente no es la única tesis en danza, dado que hay sectores que impulsan la creación de un nuevo partido de izquierda.
Por lo pronto la marcha del próximo domingo será un evento en el que estará a prueba el trabajo unitario de fuerzas entre las que hay divergencias. Será también un barómetro para pulsar la capacidad de movilización del campo democrático popular, y el vigor del liderazgo de Lula, quien a pesar de la mazmorra mediático-judicial a la que fue sometido sigue encabezando las encuestas hacia los comicios de octubre de 2018.

El domingo pasado, unas diez mil personas participaron en el acto citado por el núcleo duro de las agrupaciones neocons que llegaron a movilizar 500 mil personas en la Avenida Paulista al grito de Fuera Dilma.

Es plausible apostar a que Lula, Mujica y los movimientos sociales arrastren mucha más gente. Si eso ocurre será una victoria política, parcial, pero indicativa de que el campo popular les arrebató la hegemonía de la calle a las masas blancas golpistas.

Página12


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