Redacción •  Cultura •  27/07/2025

El escultor de la memoria vasca

  • Patxi Xabier Lezama nació y creció en la dictadura de Francisco Franco, una experiencia que le marcó de por vida, y que también marcaría su arte y su forma de expresarse.
El escultor de la memoria vasca

Patxi Xabier Lezama es un artista vasco reconocido por su obra escultórica que explora temas relacionados con la identidad vasca, la mitología y la historia, especialmente la Guerra Civil Española y sus consecuencias. Su trabajo se caracteriza por incorporar elementos míticos y etnográficos.

En el contexto de la Guerra Civil Española, la obra Zaldi es un ejemplo de cómo el arte puede ser utilizado para recordar y honrar a las víctimas de un conflicto que dejó profundas heridas en la sociedad española. Esta figura animal desnuda y gritona, que evoca la vulnerabilidad, es un testimonio de la importancia de recordar el pasado para construir un futuro más justo y pacífico.

Zaldi es una impactante y emotiva escultura que capta la angustia y el sufrimiento de la población vasca durante los bombardeos indiscriminados llevados a cabo por la Legión Cóndor alemana (una fuerza de intervención enviada por el Tercer Reich para ayudar a las tropas del general Francisco Franco) en 1937. Esta obra maestra de Lezama evoca la imagen de un caballo, simbolizando el terror y la violencia desatados contra la población civil por la Luftwaffe. La elección de un caballo como elemento central de la escultura no es casual. El caballo fue utilizado durante la Guerra Civil como medio de transporte y carga, ya menudo fue testigo y víctima de la brutalidad de la guerra. Lezama utiliza esta figura animal para transmitir la idea de la opresión y el sufrimiento vivido durante esos años oscuros de la historia.

Bombardeos contra población civil

Las fuerzas aéreas rebeldes llevaron a cabo más de 1.600 operaciones de bombardeo en el País Vasco entre el 22 de julio de 1936 y finales de agosto de 1937, lo que representa más de 2.000 bombardeos en un período de tres meses. Las operaciones más sanguinarias fueron llevadas a cabo por el bando franquista, que contó con el apoyo de las fuerzas aéreas de la Alemania nazi y la Italia fascista. Durante la Guerra Civil, en lo que entonces se conoció como País Vasco, se produjeron 2.042 atentados desde el 22 de julio de 1936, cuatro días después del golpe de Estado contra el régimen democrático legítimo de la Segunda República, hasta que el bando sublevado se hizo con el control de las provincias vascas. Fue una batalla desigual: Francisco Franco tenía de su lado a las poderosas flotas de la Alemania nazi y de la Italia fascista, mientras que el bando republicano respondía al primer ataque lanzando un saco de piedras desde un avión. Más de 40 bombarderos y 60 cazas sobrevolaron casi a diario el territorio vasco desde el 31 de marzo hasta el 19 de junio de 1937, llevando a cabo varios ataques cada día. La guerra de 1936 se ganó desde el aire. Así lo afirmó el coronel Wolfram von Richthofen, jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor.

El general Werner von Blomberg y Mussolini admitieron en junio de 1937 que la caída de Bilbao se debió principalmente a la acción de los bombarderos alemanes. Hitler dijo lo mismo de otra manera: «Una cosa es absolutamente cierta. Se dice que fue la intervención divina la que decidió la guerra civil a favor de Franco; pero fue la intervención del general alemán [Wolfram] von Richthofen y las bombas que llovían del cielo desde sus escuadrones lo que decidió el asunto».

Dada la ausencia total de fuerzas aéreas republicanas en el País Vasco, la guerra aérea constituyó un experimento constante sobre la naturaleza, el alcance, la eficacia y los efectos materiales de los bombardeos terroristas. En consecuencia, Richthofen bombardeó todo lo que pudo, donde quisiera que pudo, con la mayor intensidad y de la manera más eficaz posible. Según expresó en su diario, la campaña de bombardeos terroristas que lanzó en la primavera de 1937 tuvo un doble efecto moral y material sobre las milicias vascas. Desde primera hora de la mañana, bombardearon las posiciones del frente durante al menos ocho horas al día («un día soleado significa una lluvia de fuego»).

Esto generó extensos incendios forestales: Richthofen no dejó de quemar todos los bosques a su paso con incendiarios. Por las tardes, la moral de la población era bombardeada a través de ataques sistemáticos y diarios a los centros urbanos. La alta tasa de bombardeos aéreos se traduce en un gran tono de bombas lanzadas.

La Aviación Legionaria lanzó más de 40.000 bombas explosivas e incendiarias en Euskadi entre el 31 de marzo y la caída de Bilbao, lo que supone un mínimo de 440 toneladas de explosivos. La Legión Cóndor lanzó un mayor número de bombas, y hay que añadir las bombas lanzadas por la Fuerza Aérea del Norte. Esto suma un mínimo de 1.000 toneladas de bombas o un millón de kilos de explosivos en dos meses y medio de guerra. Un promedio de 12,5 toneladas por día. Es imposible calcular el número de víctimas mortales de estos bombardeos.

Zaldi y la obra de Lezama

La escultura Zaldi es considerada una de las obras más importantes de Lezama y ha sido expuesta en diversos museos. Su impacto visual y emocional es tal que se ha convertido en un símbolo de la resistencia vasca y un referente en la lucha contra la violencia y la opresión. A lo largo de su carrera, Lezama ha creado numerosas esculturas que abordan temas relacionados con la historia y la memoria colectiva.

Su obra no se limita únicamente a la Guerra Civil, sino que también ha explorado otros temas como la mitología vasca. La obra de Patxi Xabier Lezama trasciende el arte y se convierte en una poderosa herramienta de denuncia y reflexión.

A través de sus esculturas, el artista nos invita a recordar y aprender de los errores del pasado, ya luchar por un mundo más justo y libre de violencia.

Patxi Xabier Lezama nació y creció en la dictadura de Francisco Franco, una experiencia que le marcó de por vida, y que también marcaría su arte y su forma de expresarse. Desde niño practicó la escultura moldeando arcilla. Se formó en la década de 1980, explorando la madera y el simbolismo vasco, evolucionando hacia el hierro forjado y la piedra en la década de 1990, siempre dentro de un lenguaje surrealista y mítico. Una de sus señas de identidad es trabajar exclusivamente con madera reciclada, integrando un fuerte componente medioambiental y simbólico. Su obra es una fusión de la tradición vasca, el surrealismo y la tecnología contemporánea, dotándola de una dimensión multidisciplinar. Ha realizado exposiciones tanto en España como en América. Su obra ha sido expuesta en museos y galerías de arte nacionales e internacionales. Su obra se encuentra en museos, galerías, colecciones de arte privadas y públicas e instituciones culturales de países como España, Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, Grecia, Atenas, Egipto, Chile, México, Albania, Rusia, Israel, Polonia, Puerto Rico, Países Bajos, Estonia, Noruega, Suecia, Lituania y Estados Unidos. Su obra, Zaldi (1989), que simboliza el dolor de los bombardeos durante la Guerra Civil en el País Vasco y actúa como memorial a la resistencia, fue incluida en el Museo Virtual de la Guerra Civil celebrado en Toronto y en otras exposiciones relacionadas con la memoria histórica.

Zaldi constituye un «grito», una «vida dormida en su forma». En ella queda sellada el grito, siempre heterogéneo con respecto al orden del discurso; siempre fisurada, como un estigma, la obra. Como si la escultura entera fuera una invocación encapsulada. Esperando despertar en cada presente que en ella se reconozca. Una suerte de conductor de emociones: su calidad, no radica en una intención estética sino en los sentimientos que la confieren sustancia. No puede extrañar entonces la vida posterior de Zaldi como tótem, como emblema de la comunidad que surge tras la Segunda Guerra Mundial. En el mundo de Zaldi, que es sobre todo un mundo mitológico, la boca se abre en un grito desesperado. Esa figura sufre en un espacio que no es ni interior ni exterior, sino algún sitio literalmente habitable. Y, aún así, parece intentar erguirse sobre el mínimo suelo para mirar, aunque no alcance a comprender, un horror que se le escapa de la vulnerabilidad. El gesto desesperado de la figura. Se ve lo que ocurriría en España, la escultura contiene al mismo tiempo destrucción y renovación, desesperación y esperanza.


arte /