Sebastião Salgado: la mirada que sembraba luz
- Con la partida a los 81 años del icónico fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, el mundo pierde a uno de sus más fieles testigos.

En París se apagó este viernes la mirada incansable de quien dejó tras de sí un legado de imágenes que no solo capturaron la realidad, sino que la iluminaron con una verdad que dolía y abrazaba al mismo tiempo.
Desde las minas de Serra Pelada, en el corazón de la selva amazónica, hasta los campos de refugiados de África, su lente no fue un arma ni un escudo: fue un puente.
Salgado caminó el mundo con la paciencia del antropólogo y la pasión del poeta. Su fotografía no era un gesto estético, era una convicción ética.
En blanco y negro, retrató el alma del trabajo, el peso del exilio, la dignidad en la pobreza y la belleza salvaje del planeta.
De formación economista, cambió los números por las sombras y luces del mundo real. Hijo de Minas Gerais (estado en el sudeste), llevó la sensibilidad brasileña por la justicia social a cada rincón del planeta.
Su serie Éxodos nos confrontó con los desplazados del siglo, mientras Trabajadores nos devolvió el respeto por las manos que sostienen la historia.
Pero fue en Génesis en el que completó el círculo, rindiendo homenaje a la naturaleza que aún resiste, pura y magnífica.
En un mundo saturado de imágenes efímeras, su obra elevó la fotografía documental a una forma de conciencia. Le dio espesor, alma y responsabilidad.
Su estilo -contrastes intensos, composición rigurosa y un respeto absoluto por sus sujetos- se convirtió en referencia obligada para generaciones de fotógrafos.
Demostró que el testimonio visual puede ser arte sin traicionar la verdad.
Actualmente, su huella es visible en jóvenes documentalistas que buscan algo más que la instantánea: quieren narrar, denunciar, conmover, construir memoria. Muchos reconocen en la obra de Salgado la chispa que encendió su vocación. En escuelas, exposiciones y proyectos, su legado sigue creciendo como árbol injertado en tierra fértil.
Inspiró una ética visual: mirar con empatía, no con superioridad; estar, no invadir; contar, no explotar. No fotografiaba para conmover, sino para transformar.
Con su esposa, Lélia Wanick Salgado, tejió no solo proyectos visuales, sino también reforestaciones, como la de su tierra natal, devolviendo vida donde solo quedaba polvo. Con ella fundó el Instituto Terra, una organización en Aimorés (Minas Gerais), que ya plantó más de tres millones de árboles.
El fotógrafo Salgado no solo documentó el mundo, lo amó con ferocidad. Su obra, ese testamento visual de la dignidad humana, permanece como una conciencia viva que nos interpela.
Nos queda su mirada. Y con ella, la obligación de no olvidar lo que nos enseñó a ver.