Carolina Otero: “El sistema culpabiliza a las víctimas con tal de no señalar al victimario”
Escritora, músico y docente, la valenciana Carolina Otero publica su nuevo poemario, “El día que dejamos de ver porno” (Hiperión, 2025), un fascinante, doloroso y original recorrido por ese relato histórico que oprime a las mujeres.

Contar, escribir, relatar, o incluso componer música, todas tareas que desempeña Carolina Otero, son formas de enunciar una realidad, pero también de construirla o destruirla. Sabedora del poder social y político que contiene el uso del lenguaje, los versos de la valenciana salen al encuentro de una original, también fascinante, forma y fondo. Revelar ese continuo histórico que se ha encargado de sojuzgar al cuerpo y mente femenino encuentra en “El día que dejamos de ver porno”, ejercicio recompensado con el premio València de Poesía en castellano 2025, un territorio léxico a veces disruptivo, otras expuesto bajo el habla popular y en todo momento osado, dispuesto a convertir su libro en un espejo herido. Hablamos de todo ello con la autora.
Aunque vayamos a hablar de tu faceta escritora, también te dedicas a la música, ¿eres capaz de disociar esas dos identidades o siempre acaban retroalimentándose?
Carolina Otero (C.O.): Sospecho que siempre terminan por retroalimentarse, en títulos, materia poética, giros expresivos, etcétera. Este último libro, por ejemplo, ha ido paralelo al nuevo disco, aún inédito, que es también mi álbum más combativo.
Sueles marcar el origen de tu actual lenguaje poético en el libro “No te hagas el muerto”, de 2017, ¿se trató de un cambio estético o también personal?
C.O.: Van juntas la toma de conciencia con nuevas lecturas y nuevos modos de crear. Creo que una sensibilidad diferente requiere una lengua poética igualmente diferente.
Has comentado que este libro, pese a estar editado de manera fragmentada, surge como un único poema, ¿de qué manera se te aparece, y cómo trabajas con él, ese formato a la hora de crear?
C.O.: Surge casi de manera mágica (digo “casi” pues obviamente hay mucho trabajo puesto en el libro); en términos temporales, la primera versión sale pronto, en pocos días. Sin embargo, vuelvo al texto una y otra vez, corrigiéndolo, reparándolo, ampliándolo, análogo a tallar un bloque de madera para obtener un busto.
Del mismo modo que, por ejemplo, César Vallejo en “Trilce”, alteras la sintaxis, llamémosle tradicional, y juegas con las estructuras léxicas, ¿replantear la forma de presentar el lenguaje es una forma también de enunciar la realidad desde otro punto de vista?
C.O.: Efectivamente. Las diferentes violencias contra mí y contra todas mis compañeras solo se pueden nombrar fielmente con una sintaxis violenta, entrecortada, con un ritmo arrítmico (espero expresarlo bien con esta paradoja). ¿Cómo gritar todo el sufrimiento con un sujeto, un predicado y sus complementos siguiendo un orden lógico y armónico? ¿Cómo señalar el daño con un verso complaciente y comedido?
Hay en el libro muchas menciones a representantes de la cultura popular, desde El Cid a Baudelaire o incluso Donald Trump, como parte de un relato construido bajo la mirada del hombre respecto a la mujer, ¿son episodios todos ellos pertenecientes a un sistema “pornográfico”?
C.O.: Por lo que he podido leer después del proceso de escritura, de Oriente a Occidente (no podemos obviar la globalización), la sociedad es pornófila. El porno mainstream es pura violencia: el hombre es el dominador, actante y deseante sobre y contra la mujer, que es la sumisa, la cosificada y la complaciente. En la base hay una educación binaria que reparte los roles así ya desde la infancia. Es muy complejo resumirlo en pocas líneas. El caso es que mi libro fue escrito al margen de los estudios de las feministas radicales, pero ha resultado seguir esa línea; lo he descubierto después, leyendo a Rosa Cobo entre otras.
En ese sentido me parece muy relevante el uso que haces de la palabra “amo”, que podría ser una forma de conjugar el verbo “amar”, sin embargo es utilizado como dueño, como quien pretende dominar al otro o la otra…
C.O.: Tiene que ver con esa relación pornófila de amo-sierva, pero no solo en lo sexual, sino en lo afectivo, por eso recreo el tópico del “siervo de amor”, presente en la literatura europea desde la lírica trovadoresca del siglo XII, pero aquí resignificado y vinculado a la llamada “Ley del agrado”(Amelia Varcárcel).
Poco antes de editar este libro trabajaste en el proyecto audiovisual ”Indoeuropeu de colps”, donde abordabas la violencia estructural contra las mujeres, ¿aquel trabajo ha marcado de alguna manera a este poemario?
C.O.: A menudo llevo varios proyectos paralelos, que no necesariamente se publican a la vez. Ambos surgen tras un momento de gran sufrimiento personal, por la propia historia (la mía), pero también por la colectiva: el caso de Gisèle Pelicot, la manada en Pamplona y todas sus réplicas en el país, los abusos de la iglesia a las criaturas, la trata de menores en Murcia con los empresarios impunes, el número de feminicidios en España… Por otro lado, “Indoeuropeu de colps” se basa en un poemario aún inédito, anterior a “El día que dejamos de ver porno”. Como decía, suelo manejar diferentes trabajos en el tiempo, que no siempre salen de lo privado simultáneamente.
Aunque parte del libro se expresa en primera persona, hay un hilo conductor, y que alude al título, que lo hace en plural, ¿tan importante en este poemario es el “yo” como el “nosotras”?
C.O.: Sí, así es. El “yo lírico” parte de cierta materia autobiográfica, aunque también hay ficción e interpretación de materiales ajenos. Por ejemplo, leemos en un momento dado: “Querido Hache:/ ¿Te gusto más así,/ con la mandíbula partida?”. La violencia física de ese tipo no ha sido nunca parte de mi biografía. El caso es que el “yo” se abre hacia el “nosotras” pues busca la comprensión, la sororidad, hacerse cargo del dolor ajeno y darle voz al mismo. En otro texto, en concreto, trabajo a partir de un artículo muy violento de Arturo Pérez-Reverte, “Mujeres como las de antes”. Por otro lado, están los diferentes yoes que quieren mostrar mis diferentes etapas vitales (hablo, así, de “los cadáveres que he sido).
En el lector suele generar mayor impacto saber que ciertos hechos son reales y vividos en primera persona y no, por ejemplo, observados o leídos, siendo igualmente trágicos…
C.O.: Es cierto que hay esa materia autobiográfica, y de ahí que este libro sea algo híbrido (además de lírica en verso hay narración y hay memorias), pero me interesaba abrirme al “nosotras”. Prácticamente todas las expertas en violencia machista coinciden en que ésta atraviesa a todas las mujeres. Las estadísticas parece que lo apoyan: una de cada tres adultas ha sufrido violencia física o sexual y una de cada cuatro niñas es violentada sexualmente: ¡en su infancia! Así, he escrito tambien a partir de lo que imagino que les sucede a las mujeres de mi entorno, aunque nunca me lo hayan contado o lo hayan denunciado en un juzgado (en un poema, escribo sobre la violación de una artista que solo pudo trasladarlo a la ficción en su propia obra).
Es difícil relatar ciertas vivencias y, a menudo, las mujeres las detectamos pasado un tiempo, incluso despues de varios años, porque hasta ese momento de revelación lo manteníamos oculto para autoprotegenos.
Hay términos que utilizas en varios momentos que me llaman mucho la atención, como son “cadáveres”, “lejía” o “demolición”, ¿repensar sobre una misma y todo lo que le rodea es también un ejercicio de derribar pautas, conocimientos y actitudes con las que se carga históricamente?
C.O.: Sin darme cuenta (no todo lo domina la Carolina autora; la escritura muestra luz a posteriori, ilumina o saca del subconsciente) hay mucho resto en el libro, pues también se habla de micción, detritos, restos del otro. No es un libro renacentista, no es autocomplaciente; que no venga a leerlo quien piense que el mundo está bien hecho.
Cobra mucha importancia en un momento del libro el sentimiento de culpa, ya sea de cara a una pareja, a la religión, las leyes e incluso a una misma, ¿ese sistema de represión moral sigue siendo muy útil para amordazar conductas?
C.O.: La culpa a mí me viene de la educación religiosa (me ponían a rezar eso de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” sin haber hecho nada; recuerdo que alguna vez me inventé algún pecado para tener algo que confesar) y, luego, el sistema culpabiliza a las víctimas con tal de no señalar al victimario en una especie de “fratría”(Mónica Alario) colectiva. Pasa continuamente cuando se denuncian casos de agresion o acoso: se señala a las mujeres rotas, se las cuestiona (también recojo la violencia judicial) mientras que ellos siguen siendo extrañamente los tipos intocables, respetables, incuestionables, los perfectos vecinos. Al respecto, aconsejo a todo el mundo ver el documental dedicado a la adolescente Rehtaeh Parsons (“No hay lugar donde esconderse”), quien se suicidó tras ser violada en grupo y que compartieran imágenes de ella ebria. Lo que sucedió tras el suicidio es igualmente terrible: acoso a su familia, acoso a su memoria…
En “Coda” escribes: “El cuerpo es político. / Mi cuerpo es político”. Toda una declaración de intenciones y enmienda a quien todavía pretende obviar que todo lo humano, también el arte, es siempre política…
C.O.: El arte es político, incluso los libros que son conservadores y hablan de un “locus amoenus” o relaciones romantizadas están inclinándose por una voz y un pensamiento político concreto en el que no hay espacio para el dolor ajeno. Yo he elegido, como barroca que soy, hablar de lo feo, lo incómodo, lo bruto y lo doloroso del mundo. Quise atreverme con lo resbaladizo, lo líquido y lo vergonzoso con el fin de señalarlo.
En muchos pasajes el libro transita por un presente muy reconocible, ¿retratar el “ahora” es la mejor manera de ser universal?
C.O.: El libro crea varias paradojas temporales partiendo del primer verso, que es el que da título al libro. Es imposible que la niña que fui haga o sea “El día que dejamos de ver porno”, pues nunca accedió a esos contenidos audiovisuales. También desde el título me interesaba jugar con la confusión de los tiempos verbales puesto que “dejamos” puede ser presente de indicativo pero también pretérito perfecto simple. Somos y morimos a la vez.
Eres profesora de Lengua y Literatura en un instituto, ¿impartir clases y el contacto con otras generaciones te sirve también de aprendizaje?
C.O.: Desde luego me sirve para tener la tradición muy presente en mi propia escritura, puesto que el currículum de mi área viaja por la literatura medieval, renacentista, barroca, neoclásica, etcétera. Creo que de ahí mi obsesión por las jarchas, formas como el romance o el soneto, o figuras como Garcilaso de la Vega, que tiene poco que ver con mi estilo. Luego, en mi alumnado observo un retroceso en los modos de amar y cómo siguen reproduciendo una educación binaria que les llevará a ellos a ser masculinos: dominar y reprimir sus emociones hasta perder la empatía; a ellas, a servir y ser femeninas para agradar al otro y ser para el otro (ambas, construcciones culturales).
Para cualquier lector habitual de poesía, Hiperión es una de las editoriales referenciales, ¿qué sientes al pertenecer ahora a su catálogo?
C.O.: Ya en mis años universitarios Hiperión era un referente; con este sello leí a Sylvia Plath y a Miriam Reyes, o la fantástica antología “Ellas tienen la palabra”. Imagina lo que supone ser parte de su catálogo. Siento una enorme gratitud y un gran subidón.
Sabemos del ámbito minoritario, y casi underground, que ocupa la poesía en el ámbito cultural, ¿sientes que los premios, como el que te han concedido con este libro, y publicar en una gran editorial te han aportado mayor visibilidad o a fin de cuentas se siguen imponiendo las leyes de mercado que solo abren las puertas a autores ya con un nombre popular?
C.O.: Siempre me he sentido al margen, también respecto a grupos literarios. Me gusta la poesía en muchas dimensiones y tendencias, y eso hace también que no encaje en ningún lugar, por mi eclecticismo e independencia: me gusta el laconismo de María Negroni, pero me encanta lo torrencial de Berta García Faet. No me importa seguir en la periferia, creo que es donde suceden cosas verdaderamente auténticas, sin la presión de nadie. Sin embargo, es cierto que me pone contentísima que puedan acceder a mi obra lectoras/es que no la conocían por ir de la mano de un gran premio literario y de un sello como Hiperión. El libro, una vez escrito y publicado, ya no me pertenece, así que, tendrá que ser de alguien, ¿no crees?
Kepa Arbizu.

