Lois Pérez Leira •  Memoria Histórica •  13/04/2020

Manuel Gómez Aguirre, sindicalista gallego víctima del genocidio argentino

Militante sindical de la fabrica “La Cantábrica”, una de las empresas metalúrgicas  más grandes de Morón y de toda la Argentina.

Manuel Gómez Aguirre, sindicalista gallego víctima del genocidio argentino

Manuel Gómez Aguirre nació el 7 de agosto de 1924 en Monterroso (Lugo). Era  hijo de Francisco Gómez Martínez e Isidra Lorenza Aguirre. Fue agricultor y después trabajó como policía en las minas de carbón en Asturias. Su padre era marinero y vivía embarcado en los países de América.  Cuando nació el último hijo, en 1927 o 1928,  dejó todo y se vino a vivir a la Argentina.

 Cansada de estar sola y tener los 5 hijos a sus cuidados, Isidra y los hijos ya crecidos, le dieron un ultimátum  al padre: o regresaba o irían todos para  la Argentina. El padre entonces les mandó los pasajes y en 1948 con el hijo José (Pepe) marcharon para Buenos Aires.

 Dos hermanas que ya trabajaban emigraron un tiempo más tarde, mientras que Manolo se quedó solo en el pueblo.

Manuel  no quería emigrar  a la Argentina. Tenía una novia y un trabajo, pero no tuvo otra opción. Así que en 14 de diciembre de 1952, a bordo del “Entre Ríos”, salió del puerto de Vigo llegando a Buenos Aires el 30 de diciembre de 1952. Se fue a vivir en el Barrio de Palermo, en  la calle French, 3552  donde residía su familia.

En la capital  de este país trabajó en la cervecería “Buenos Aires” y en las horas libres  en una fábrica de chocolate. También trabajó en una empresa de calzados. Durante el segundo gobierno del General Juan Domingo Perón Manolo comienza a noviar con su paisana María Concepción García López  oriunda de As Nogais (Becerreá). Maria Concepción había llegado  en el “Monte Udala” el 9 de noviembre de 1952. Se conocieron en Olivos en el Centro Pontevedrés, a donde acostumbraba a ir los domingos con  una hermana, una tía y las amigas. Después del almuerzo, tomaban el tren en Retiro y se iban al baile.. Luego pasaría a frecuentar el Centro Lucense. El 17 de marzo de 56,  Manolo y María Concepción se casaron en la iglesia de San Agustín, en Palermo y se fueron a vivir al municipio de Morón, en la zona oeste del Gran Buenos Aires.  El 4 de julio de 1961, nació su único hijo Manuel Adolfo (Manolito). En los años 60 empezó a trabajar como metalúrgico en una de las fábricas más grandes de la Argentina “La Cantábrica”.

«La Cantábrica SA» fue una gran empresa metalúrgica que inició sus actividades el 12 de junio de 1902, continuando el trabajo que había comenzado la Fundición «El Carmen» con el primer tren laminador de acero instalado en el país, en el año 1890. El Partido de Morón, era en ese momento un lugar poco poblado, (el censo de 1895 registró 7880 habitantes y el de 1914 24.624 para el Morón de entonces). Todavía en 1895 un 40 % de la población del partido era considerada población rural (la Prensa, 1953)

La planta de Haedo, fue instalada en un terreno de 19 hectáreas. Además de las distintas naves industriales en donde se encontraban instalados los trenes de laminación, la fundición de forja y el sector de estampado y los talleres metalúrgicos, contaba con una escuela de aprendizaje, un comedor para empleados y obreros, y un consultorio médico.

En dicha fábrica llegaron a trabajar 8500 personas. Sus compañeros de la fábrica lo propusieron como delegado por su carácter recto y buen trabajador, pero él desistió del ofrecimiento, agradeciendo el gesto de cariño de sus compañeros. Manolo siguió con su trabajo de guinchero, sacando las barras de hierro del horno y defendiendo sus ideas y aquello que juzgaba correcto. Durante los primeros años del 70 se desató una tremenda lucha sindical entre los trabajadores que querían democratizar los sindicatos y la burocracia sindical, representada en aquellos años por el sindicalista Lorenzo Miguel de la UOM. A las 12 de la noche del 14 de mayo de 1977, un grupo de tareas rodeo su casa de Villa Tessei y lo secuestraron. Eran cinco o seis hombres  que se llamaban, entre ellos, “perros”. Saltaron  la reja y golpearon la puerta de la casa con tanta fuerza que ahí quedó, por muchos años la marca en la madera herida. Exigiendo que les abrieran la puerta, se anunciaron como Coordinación Federal.

La familia  ya estaba acostada  y quien se levantó fue “Conce” apodo de su compñera. Gritaban para que abrieran la puerta sino disparaban. Cuando al final entraron, pusieron a la madre y el hijo boca abajo de la mesa de la cocina. La madre de Manolo, Doña Isidra era una anciana de 80 años, al entrar el Grupo de Tareas intentaron sacarla de la cama desistiendo de la idea por los gritos de su nuera, que les rogaba que la dejaran tranquila. Con una arma apuntaban  hacia la cabeza  de “Conce”. Ella les mostró la casa. Revisaron todo,  rompiendo cajones, tirando las cosas al piso, buscando algo que no encontraron.  Después se lo llevaron a Manolo diciendo que volvería al otro día. María les preguntaba por qué lo llevaban y le contestaban que era para una averiguación. En frente a la casa estaban 3 ó 4 coches esperando para llevarlo. En los recuerdos del hijo, entonces con 15 años, el padre le dijo “chau” y se fue llorando. “Conce” se acuerda como si fuera hoy que se fue con el coche del medio. Para  María Concepción siempre le quedó la idea de que  se lo llevaron a la  Base Aérea del Palomar, que era muy cerca de su casa. Nadie lo vio, pero Doña “Conce” como le decían los familiares y amigos, siempre iba a la policía de Villa Tesei para preguntar por donde estaba su marido uno de los policías le dijo: “Señora, a nosotros nos llevan como a ustedes. Insista en Palomar.” Doña “Conce” comenzó a desarrollar una intensa búsqueda de su marido fue a la Comisaría de Policía del barrio, a  Coordinación Federal, Campo de Mayo (base Militar), Base Aérea de Morón,  hasta se dirigió al Ministerio del Interior. En su desesperación lejos de saber que se estaba cometiendo un auténtico genocidio, contrató un abogado y comenzó a distribuir fotos de su marido con el fin de encontrar su paradero. La desesperación la llevó hasta el Consulado Español donde denunció el secuestro, intentando que su pedido fuera transmitido a los monarcas, que por aquellos días visitaban la Argentina.  Don Juan Carlos y Sofía se reunieron con Videla de una manera fraternal, ignorando los pedidos que varios familiares de españoles desaparecidos habían denunciado en el Consulado.

Para la familia fueron momentos  muy duros. Al poco tiempo se quedaron sin los ahorros que tenían. Doña Conce se dedicaba día y noche a la búsqueda de su marido y las penurias económicas comenzaron a hacer mecha en el hogar. Hasta aquel momento el salario de Manolo era el único sustento económico de la familia. María Concepción comprendió que otras mujeres estaban pasando los mismos dramas y se integró a la Asociación de  Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Acciones Políticas, participando de reuniones y compartiendo dolores e incertidumbres. La nuera de Doña “Conce” nos relata: “Hablar sobre todo esto le reavivó un dolor que los años encubrieron, pero no se apagaron. Todo, absolutamente todo se hizo para encontrarlo. Todo el dinero se fue, y fueron tantos días y tantas noches sin dormir, de desesperación… y hasta que pudo empezar a vivir, fueron largos años. Es un dolor que sigue siempre vivo y la espera es interminable. El hijo, hoy hombre, ya no sueña que el padre vuelve. La madre y esposa ya olvidó los días que casi no tenían qué comer y de las horas que caminaba sin rumbo hasta agotarse, de las noches de luz prendida porque el miedo y los hombres rondaban el barrio y su casa. Pero la injusticia, de tener el marido y padre arrancado de su casa, sin ninguna culpa o crimen, eso, nada y nadie hará olvidar. ¿Puede haber en la historia de la humanidad, gente tan cruel, decidir sobre el destino de los demás y en muchos casos, seguir impunes?”


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