Eduardo Montagut Contreras •  Memoria Histórica •  11/01/2017

Jean Jaurès

Jean Jaurès nació en Castres en el año 1859. Fue un brillante estudiante de filosofía. Ejerció como profesor en Albi y en Toulouse. En pleno complejo proceso de consolidación de la III República, nacida tras la derrota de Sedán, el fin del Segundo Imperio y con una fuerte mayoría de monárquicos dominando la vida política, Jaurès fue elegido diputado republicano en el año 1885. Nuestro protagonista se situaría en la órbita de los seguidores de Jules Ferry y en una línea moderada. De hecho, consideraba como muy intransigentes a los radicales de Clemenceau y su opinión sobre los socialistas no era mucho mejor, ya que pensaba que eran violentos y podían hacer peligrar a la débil República Francesa. Pero Jaurès tenía una clara vocación social demostrada en la Asamblea al defender los proyectos de leyes sociales, como el de libertad sindical o de jubilación para los obreros, entre otros. Jaurès siempre fue un firme partidario del republicanismo, además de la necesidad de defender las reformas sociales respetando las reglas del parlamentarismo y la democracia. Podríamos decir que en su personalidad política se estaba comenzando a conjugar el espíritu progresista de la baja burguesía francesa heredera de la Revolución de 1789 con la defensa de los obreros. Tenemos que tener en cuenta que una de las principales obras que escribió posteriormente fue una historia de la Revolución francesa (1901).

Aunque los republicanos ganaron en las elecciones de 1889, no tuvo Jaurès la misma suerte en su circunscripción electoral. Se dedicó a su tesis, que versaba sobre los orígenes del pensamiento socialista alemán, que reafirmó su vocación social.

En el año 1892 estalló una huelga muy importante en las minas de Carmaux, que supuso un cambio en la actitud de un Jaurès alejado de la política. La conflictividad en la zona se disparó cuando fue despedido el alcalde electo Calvignac, a la sazón minero y sindicalista socialista. Estalló en la zona la huelga general y las autoridades enviaron al Ejército. También era el momento del escándalo del Canal de Panamá que salpicó a muchas personalidades políticas. Jaurès empezó a comprobar que la República por la que tanto había luchado se había convertido en otra cosa, en un sistema político dominado por financieros y políticos sin escrúpulos. Ese fue el momento en el que abrazó con ardor la causa del socialismo. Jaurès se comprometió en la defensa de los obreros y de Calvignac, y los obreros le eligieron como diputado, defendiendo también las luchas obreras de Albi y del Languedoc.

En esa década de los noventa se produjo el famoso affaire Dreyfus, en el que, a pesar de cierta timidez previa, Jaurès y parte de los socialistas terminaron por posicionarse a favor de Dreyfus. En este contexto, Jaurès se convirtió en un personaje muy destacado dentro del complejo mundo del socialismo francés. Criticó a los marxistas más ortodoxos. Se enfrentó a Guesde, que consideraba que Dreyfus en realidad era un burgués, por lo que no debía interesar a los socialistas su causa. Pero la vena republicana de Jaurès seguía viva bajo su intenso socialismo, ya que consideró que por encima de las diferencias de clase, estaba la situación de un hombre injustamente tratado por la Justicia, el Ejército y el Estado. Por ello, había que defenderle.

En el año 1904, Jaurès fundó el periódico L’Humanité. Al año siguiente fue uno de los protagonistas de la fundación de la SFIO, que unió las diversas tendencias socialistas francesas. Aunque el nuevo partido siempre tuvo una clara influencia de los guesdistas en lo que se refiere a sus planteamientos ideológicos, la personalidad de Jaurès hizo que se convirtiera en uno de los principales líderes, empleando para la causa su brillante oratoria parlamentaria y sus artículos en L’Humanité, además de sus obras escritas. Jaurès consiguió aunar su socialismo, la idea de la lucha de clases, con la defensa de la República y la democracia. Para nuestro protagonista los socialistas debían colaborar con las fuerzas republicanas progresistas. Pensaba que centrarse exclusivamente en la lucha de clases era estéril, por lo que había que huir del dogmatismo ante las nuevas situaciones aunque sin renunciar a los principios revolucionarios. La frase que resumiría este pensamiento sería “perseguir el ideal y comprender lo real”.

Y queda su tercera dimensión, la vinculada con el pacifismo. En primer lugar, fue un crítico del colonialismo, y en clara conexión se empeñó en la época de la paz armada en el seno del socialismo occidental en fustigar con encendida pasión el recurso de la guerra, especialmente cuando se desencadenaron las Guerras Balcánicas. Jaurès defendía claramente el espíritu internacionalista socialista contra la guerra. Se opuso al alargamiento del servicio militar. Tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo y el ultimátum austriaco a Serbia, con mucha valentía empleó sus recursos para alzar la voz contra el patriotismo exacerbado que se agitaba en Francia. El 23 de julio de 1914 pronunció un discurso en el que culpó de la situación prebélica a Francia, Rusia y a los austriacos. Hizo un llamamiento a los obreros de todos los países para que se unieran contra la pesadilla que se avecinaba. 

Su ferviente pacifismo le generó poderosos enemigos entre los sectores más nacionalistas, chauvinistas y conservadores. Una semana después del discurso y tres días después de que estallase la guerra, Jaurès encontró la muerte en un Café parisino a manos de un fanático. Su asesinato terminó por simbolizar el fracaso del internacionalismo socialista contra la guerra, ya que tanto los socialistas franceses como los alemanes terminaron por integrarse en las uniones sagradas, grandes coaliciones políticas para enfrentarse al conflicto. Pero el horror de la Gran Guerra terminó por situar a Jaurès en la Historia. Al terminar la contienda y fruto, sin lugar a dudas, de un enorme sentimiento colectivo de culpa, muchos municipios franceses le dedicaron espacios públicos, como calles, plazas y hasta estaciones de metro.

 

 


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