María Laura Padrón •  Cultura •  13/03/2018

Víctor Vegas explora la condición humana en el juego de desenmarañar la naturaleza de las cosas

La vida es un juego que transcurre entre la fijación por costumbres curiosas, la observación de acontecimientos inverosímiles y la constante humanización de objetos inanimados. El escritor venezolano Víctor Vegas, en su empeño por descifrar el carácter insólito del alrededor, escribió en medio del asombro y la expectación los relatos que componen La naturaleza de las cosas (2018), ediciones Carena. Esta obra, que encuentra su germen hace casi treinta años, será presentada en la librería Juan Rulfo este 13 de marzo.

Víctor Vegas explora la condición humana en el juego de desenmarañar la naturaleza de las cosas

Cada vez que recorre una ciudad, el escritor Víctor Vegas procura conocer sus museos como parte del itinerario. Hace algunos días, aprovechando una estancia breve en Valencia, visitó junto a Irma, su esposa, el Instituto Valenciano de Arte Moderno. Es la pintura una de sus pasiones, así que cuando supo que la exposición “Joan Miró, orden y desorden” estaba abierta, no dudó ni un segundo en entrar. Parado frente a las obras, admirándolas, uno de los textos de la muestra llamó su atención: “Puede que detrás de este trazo haya invertido simplemente un instante, pero antes de lograrlo tuve que reflexionar muchos años”.

En estas palabras, que brotan en el ejercicio de parafrasear al artista español, reconoce ciertas similitudes con su propio proceso de creación. “Esa frase se me quedó grabada porque generalmente es la forma como trabajamos los creadores: captamos, miramos y buscamos cómo sacar algo artístico, algo creativo, en un proceso que lleva años”, relata mientras observa desde un rincón de un café en Malasaña el “objeto” más preciado de esta mañana: la lluvia. En la mesa reposan un montoncito de servilletas y el camarero acerca a la mesa un par de zumos de naranja. Parece la ocasión propicia para explorar en “la significancia de lo —aparentemente— insignificante”: el origen de un trazo, génesis del viaje que emprende para hablar acerca de su libro más reciente, La naturaleza de las cosas.

Recuerda que todo comenzó con su participación en un taller literario organizado por la extensión de cultura de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA), en Barquisimeto, Venezuela, coordinado por el poeta Igor Zamora. Una de sus principales motivaciones era la posibilidad de publicar sus textos en los Cuadernos Literarios Detrás de la Celosía, revista editada por la institución. Hasta entonces escribir había sido un ejercicio solitario, así que era totalmente nueva la oportunidad de compartirlo con otros. Al finalizar el curso, además de resultar seleccionado para publicar en la revista, recibió la propuesta de formar parte de una colección de plaquettes dedicada a jóvenes escritores. A pesar de que argumentó no contar con material suficiente para ello, empezó a trabajar en la producción de una serie de microrrelatos.

Nacieron “Seres en un texto”, “Autorretrato”, “Nobleza de las aceras”, “Inconveniente de los espejos” y “Aburrimiento de una bisagra”, incluidos en la plaquette titulada Infortunio de los objetos y que hoy componen, entre otros, La naturaleza de las cosas. Aquella experiencia, asegura, fue el inicio, el germen de esta nueva obra que permaneció escondida a lo largo de tantos años. “A principios de los noventa surgieron estos cuentos y otros más convencionales que incluí en Mensajes de la pared (2006), mi primer libro. Yo sabía que a estos todavía les faltaba y preferí trabajarlos más. Eran relatos muy irónicos, muy locos, muy absurdos que giraban en torno a las cosas”.

Las lecturas de Historias de cronopios y de famas, Último round y Un tal Lucas, de Julio Cortázar, en las que se topó con relatos variados, irónicos, con tonos ensayísticos, lo empujaron a experimentar con una narrativa distinta a la acostumbraba y prácticamente se convirtió en el cauce del libro. “En ese momento me gustó mucho y me interesaba hacer un homenaje a ese tipo de libros extraños y misceláneos de autores que jugaban con la literatura”, añade. Pero la idea de fijarse en la naturaleza de las cosas también estuvo influenciada por ciertas particularidades de su profesión.

Durante años desarrolló la carrera de informático, aunque la pasión por el teatro y la literatura siempre estuvo latente. En aquel entonces, explica, se impusieron la programación secuencial y más adelante apareció la programación por eventos, orientada a los objetos. Fue cuando se preguntó cómo era posible hablar en esos términos en universos intangibles como los softwares. “¿Así que cualquier cosa podía ser considerada objeto?”, se percató. De allí que sus historias no solo narren la vida de artículos palpables, sino que experimentan con objetos conceptuales, que van desde un bostezo hasta un eructo.

La naturaleza de las cosas propone un juego de inicio a fin. Un juego que nació de la obsesión de Víctor Vegas por dudar de la utilidad de los objetos y de la pretensión por mirarlos de una manera distinta. “Quise humanizarlos, buscarles su génesis. Me preguntaba ¿por qué están allí? ¿cómo les afecta el contacto con nosotros los seres humanos? Una relación establecida más allá de sus provechos, pero partiendo al mismo tiempo de esa utilidad que nosotros le otorgamos —y cuestiona—: a lo mejor ellos no querían ser eso”.

Colores escurridizos, tatuajes tímidos y recatados, zapatos que envejecen y mueren, son algunos de los objetos cotidianos que cobran un nuevo sentido. Los espejos, los fósforos y el teléfono protagonizan textos en los que el autor juega a “descubrir su verdadera utilidad, más allá de la que le damos nosotros, pero que quizás va en contra de su naturaleza”. Saltar entre sus páginas es toparse con un hombre que siente pasión por coleccionar agujeros, un ensayista que tiene fobia a los signos de puntuación y las anotaciones de Per Korvald, un falso escritor noruego, alrededor del sino de las velas y los cómics. El ambiente de ironía en el que el lector se encuentra envuelto, a veces se vuelve nostálgico; en otras páginas, incluso, llega a sentir compasión de su destino impuesto y asimismo se identifica con las obsesiones de quien narra.

Todo un proceso de hurgar en la naturaleza de las cosas que se convirtió, finalmente, en una inmersión en la condición del ser humano. Para lograrlo fue necesario afilar los sentidos del oído y de la observación. “A fin de cuentas la materia prima con la que trabajamos son los seres humanos. Aunque yo esté hablando de ‘cosas’ realmente en mi inconsciente está el interés por explorar la naturaleza humana. De hecho, en casi todos los cuentos lo que busco es hacerlo a través de la ficción, sé que hacia allá es donde tengo que ir”.

Por otro lado, admite que el microrrelato es un género muy difícil porque es el “más cercano” a la poesía en cuanto a la manera en cómo se crea. Puede que surja de un chispazo luego de mucha reflexión, pero requiere de un trabajo arduo para sacarla. En ese sentido, refiere una anécdota del poeta venezolano Eugenio Montejo, quien consideraba sus páginas dejadas en el olvido como pequeñas virutas de su trabajo. Por ello, siempre que escribe sus primeras líneas, pasa a limpio nuevamente y desecha lo que sobra hasta que va armando su escultura.

Interesado en concebir textos universales que traspasen épocas y espacios, casi treinta años más tarde confiesa que uno de sus grandes temores es precisamente leer un relato después de tanto tiempo y pensar que está mal escrito. “Es terrible encontrarse con algo y decir: ‘¿Cómo yo publiqué esto?’. Sobre todo con aquellos cuentos que fueron el origen, que los escribí a principios de los noventa. Sin embargo, hoy me contenta ver el libro y que todavía me parezca fresco”.

“¿Qué historia se esconderá detrás de este bolígrafo?”, bromeamos a punto de terminar de consumir nuestros respectivos zumos. La obsesión por humanizar los objetos revela ciertas manías del escritor por jugar con el orden natural de las cosas, de ver más allá de lo evidente. Una manía que se vuelve contagiosa porque también podríamos preguntarnos por la naturaleza de los vasos que van quedando vacíos, por las servilletas que ahora están arrugadas, por el hombre que pasea bajo la lluvia…

Un estado de extrañeza permanente que, afirma, no solo le sucede a él, sino a todos los creadores. Ver a personajes en la calle e imaginar qué se esconde detrás de ellos o leer un cartel colgado, escudriñar en lo que quiere proyectar y buscarle una vida, es una vieja tendencia. A propósito, cuenta que hace unos meses, desde el quinto piso en el que vive junto a Irma, su esposa, descubrió a un señor que cada tarde llega con una capota de toreo. Durante horas se dispone a “torear”, calmado y extravagante, con la famosa autopista M-30 de fondo. Un episodio que, sin duda, servirá para otra historia. Una vez más, Víctor Vegas empieza a obsesionarse.