Paco Campos •  Opinión •  18/05/2017

El animalismo, una antropomornización desbordada

Todo parte de ese intento de diferenciación, de aislamiento, de lo que los cristianos llaman “naturaleza humana”, creyendo en ella como un existente al que se le pueden atribuir propiedades y características morales, no digamos religiosas e incluso políticas -> no olvidemos esos ideólogos de la derecha que defienden la vida como algo que Dios nos da y que sólo Él puede quitar, y donde el Hombre es mero sujeto pasivo –aborto, eutanasia…

Los animalistas no solamente ensalzan esa naturaleza, sino que además la antropomorfizan proyectándola a otras especies diferentes a la humana. Claro que el juego que el darwinismo procura desde mitad del XIX no es el de un naturalismo atroz, que permite no sólo la evolución de las especies sino además su trasposición. Claro que no. Sólo desde la animalidad podemos atribuir conductas, pero no veleidades, porque la animalidad es el reconocimiento de la especie humana como una entre otras, mientras que el animalismo es la antropomornización de la animalidad.

Todo viene de ese celo –que no es otra cosa que creacionismo vs. evolucionismo- por el que la Iglesia sublima la pureza de la naturaleza humana, que ni por asomo es  considerada material, todo lo contrario: esa naturaleza es definida por una estructura de la que nada puede observarse y de la que puede hablarse hasta reventar. Hay una conversación (Turín, 2005) entre Vattimo y Rorty en la que aparece Benedicto XVI criticando el relativismo como posición incómoda para la enseñanza de la Iglesia católica, diciendo que pronto, si esto sigue así, no podrá decirse que la homosexualidad consiste en un “desorden objetivo en la estructura de la existencia humana”.  Qué más da que sean toros o humanos.


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