Una de las características más definitorias y sorprendentes del nacionalismo español actual es la negación de su propia existencia. El adjetivo “nacionalista” se usa de manera casi exclusiva para referirse a los nacionalismos llamados periféricos (catalán, vasco, gallego, etc.). Esto es un grave error, ya que hay nacionalismos estatales (chino o francés, por ejemplo).

Los nuevos nacionalistas españoles prefieren definirse como patriotas, un concepto considerado bueno y cívico en oposición al tribalismo separatista. El patriotismo no deja de ser en este caso nacionalismo de Estado y es tan equivocado como el nacionalismo periférico. La única diferencia es terminológica (se cambia la idea de nación por la de patria), pero se caen en los mismos vicios de siempre, es decir, en el egoísmo colectivo, en la sacralización de los símbolos nacionales, en un vulgar chovinismo.

Es cierto que los grupos que abiertamente se definen como nacionalistas españoles son marginales y radicales. No obstante, eso no quiere decir que este nacionalismo no exista. Es una especie de neblina ideológica que ha penetrado en muchos partidos y personas sin que apenas se den cuenta.

Cualquier crítica seria de esta doctrina que no denuncie también el error de los nacionalismos de Estado será superficial y caerá en una clara contradicción. Es cierto que hay nacionalismos malos y otros peores (el alemán ha sido más tóxico que el gallego). Sin embargo, todos son, según mi parecer, igual de falsos.

Uno de los errores básicos del nacionalismo es identificar a una nación con una lengua. Eso explica muchos de los conflictos lingüísticos que genera esta ideología. El nacionalismo español siempre ha sentido una gran aversión por el resto de idiomas hablados en algunas regiones del Estado y los ha combatido a lo largo de la historia. No olvidemos que el catalán, el gallego y el eusquera solo han sido reconocidos como oficiales durante la Segunda República y en el régimen democrático nacido en 1978.

Los nacionalistas periféricos han inventado el absurdo concepto de lengua propia para justificar esa preeminencia lingüística. El nacionalismo español moderno, por su parte, prefiere la idea de lengua común para seguir defendiendo lo mismo que critican: la superioridad de un idioma sobre los demás. Me parecería un paso adelante que se permitiera el uso de otras lenguas españolas en el Parlamento o, al menos, en el Senado estatal. Por desgracia eso es siempre visto como un gasto innecesario. Para mí es solo una prueba más que demuestra que el nacionalismo español no es un viejo mito, sino una realidad del presente que debe ser combatida.

Fuente:

www.robertoaugusto.com

www.robertoaugustoblog.com