Santiago Molina •  Opinión •  15/12/2018

Por una Navidad sin odio

 

Por una Navidad sin odio

Por Santiago Molina

Vivamos en paz estos días de diciembre revisitando epifanías olvidadas, una de ellas sería el símbolo del árbol de Navidad, que reúne a su alrededor a toda la familia. Los sandinistas nos recogemos al pie de esas luces encendidas, mientras los golpistas continúan atizando esa violencia mítica por fuera y más allá del derecho, violencia que es lo contrario de la discusión, y que a todos hace daño. Es el momento para alejar de nuestra conciencia -sacándolas de contexto- cada una de las imágenes cultuales del capitalismo, aquellas que nos pintan un mundo donde todo puede adquirirse, simplemente para hacernos olvidar la injusticias del neo-liberalismo: Santa Claus barrigón con su saco universal cargado de fantasmagóricos juguetes, pero sólo para unos cuantos niños.

Celebremos –aunque vivamos bajo las amenazas del imperio– el sentimiento de renovación espiritual que cada fin de año nos trae El Niño-Jesús. El árbol de navidad contiene largas historias en la noche de los tiempos, pero yo prefiero la narrada por mi filósofo de cabecera. Gran coleccionista de objetos raros y libros antiguos, Walter Benjamin reconstruyó a través de las imágenes de viejos cuentos infantiles, una breve historia sobre el árbol de Navidad que podría ilustrarnos: «La forma más antigua de disponer las velas de Navidad procede de las costumbres eclesiales: del altar. Era la pirámide de luces; una pequeña construcción de madera estable, en vertical, donde las velas se escalonaban en diversos niveles. Sin duda a esas pirámides, por graciosas que fueran, les faltaba el olor de la resina y de las agujas de pino».

En mi región no crecen esos pinos benjaminianos, pero la habilidad que hizo sobrevivir al homo faber era un don en mi mamá, hacía que fabricara todo con sus manos, y por consiguiente no necesitáramos ni de la resina ni de las agujas de pino: las ramas de un árbol sugiriendo «una pirámide» eran deshojadas y embadurnadas con almidón, luego pegaba trocitos de poroplást, y todo ese blancor incólume representaba la nieve. Desde entonces, cada vez que veo el cuadro de Brueghel, Los cazadores en la nieve, siempre recuerdo el blanco logrado por las manos de mamá.

El odio es lo contrario del color blanco, los golpistas pintan un país todo negro, tenebroso para los turistas. Así fue el discurso último de Silvio Báez en la Catedral de Managua. No fue una circunstancia banal ni algo fortuito la presencia en la misa del nuevo embajador yanqui, sino algo que ya estaba programado en la agenda injerencista. El sacerdote golpista y el funcionario imperial estrecharon sus manos, y comprendimos el axioma: es uno y el mismo, el retorno de la política agresora y la religión oscurantista unidas para continuar saboteando la paz y la reconciliación que el país necesita. Por mucho que el cardenal Brenes niegue que los obispos no están en busca alguna del poder político, en la realidad todo es diferente. Carl Schmitt (1888-1985), católico radical y militante del partido nazi, clarifica lo que el Cardenal Brenes quiere negar: «todos los conceptos significativos de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados», (Teología política, 1922). Schmitt justificaba en su pensamiento político un «estado total» en lugar de la democracia parlamentaria pluralista.

En este sentido, Báez usa el poder secular de la Iglesia Católica (excluyendo a creyentes que no asumen su acción política) para llevar a cabo sus meta-objetivos: derrocar el gobierno legítimo del Presidente Ortega. En todo caso, ese poder que para Foucault era invisible, para nosotros es más que visible, la participación descarada en el golpe fallido de algunos obispos, pero que el Cardenal Brenes no quiere ver ni reconocer como si la verdad fuese la temida carreta-nagua. No tenemos otra forma de llamar a este poder demasiado visible como: «el enemigo que nunca cesa de amenazar», según lo formuló el autor del Diario de Moscú.

Por todos estos hechos, nos parece necesario recordar unas palabras del filósofo alemán, sobre todo en este mes de Advenimiento, nos pone en guardia cuando dice: «pues el Mesías no viene sólo como redentor; viene como vencedor del Anticristo». Una forma de vencerlo –nos decía en su Tesis sobre la Historia–, es tratar de encender en lo pasado la chispa de la esperanza, y la Navidad es el pleroma de ese tiempo-ahora que todo redime, pues haciendo del pasado una fuerza del presente no olvidamos las injusticias de la Historia, y reconocemos al enemigo que hoy nos está amenazando, tanto como el enemigo que ayer nos amenazó.

El imperio es la voz del Anticristo: sus sanciones ensanchan aún más nuestros corazones patriotas. Gualtayán es la palabra que rechaza todo significado de odio. Pobres de espíritu sí, aquéllos nicas que aplauden con sus manos sucias –diría Sartre– el Nica Act. No saben que el país recobra su serenidad, pues todos colaboramos para que reine la paz, hasta ese niño que tira en medio de la calle su triquitraque, hace un gesto de paz porque enciende la alegría del barrio. El Nacimiento de Don Moisés Absalón Pastora, también representa en su epifánica topografía, nuestro territorio nacional. De entre las miles de figuras y escenas que lo configuran, no vemos ninguna que se parezca a Silvio Báez convocando a Leviatán desde un tranque arruinado del tiempo. Ahora el golpista obstinado llama a la paz, después del fracaso de su famosa «sopa de letras»; fracasó porque no tiene conocimiento del arte combinatorio de la Cábala cristiana. En su maligno empeño ningún sephiroth lo flanquea, y jamás encontrará –por muchas sopas de letras que prepare– la manifestación sagrada del nombre de Dios.

Hay más ángeles y nacimientos en la Avenida de Hugo a Chávez, que en su propia cabeza de «constructor» de chatos tranques asesinos. Habla de paz llamando a la muerte del Otro, pues su idea de los tranques fue un principio para suspender la ley y abrir un espacio para establecer un estado de excepción, en esta «zona indistinta» todo sandinista representaría para Báez lo que Giorgio Agamben llama el homo sacer (el poder soberano y la nuda vida), es decir, el hombre que no podía ser sacrificado pero cuya muerte «no constituye homicidio y puede ser asesinado impunemente». Más verdadero que cualquier cinismo es construir árboles de Navidad, como la tarea que el buen gobierno realiza cada año. Altos, humildes y bien ensamblados árboles de Navidad que el pueblo disfruta en sus paseos decembrinos, no para sentir a través de su altura «un gustito del cielo», como prometían en sus misales los curas de los siglos góticos y que siguen prometiendo hasta el día de hoy, sino para darnos un gusto aquí/ahora de nuestra tierra.

Sin embargo, existen malos nicaragüenses que no aman su tierra, apoyados por el bombardeo constante de las fake news (ya hemos aprendido a desactivarlas, salvaguardando la verdad bajo abrigo seguro), piden desde Miami el boicot de las remesas que nutren a muchas familias del país. De igual manera, podemos llamar traidores a la historia de la patria a todos esos cachimber-boys del imperio, como los miembros del MRS, que pasan la mayor parte del tiempo conspirando en Washington (no dudemos que ya plantaron ahí su árbol de Navidad de supermercado); nicaragüenses que ya no saben ser nicaragüenses. Escuchen al poeta Julio Cabrales, que ninguna lejanía pudo borrar su ser-ahí de la tierra de Rubén y Sandino (Carta a mi madre, Madrid, 20 de diciembre de 1963): «Y te veo en las tiendas acompañándote /como lo hacíamos siempre / rodeados de arbolitos cubiertos de luces / y el cielo negro pellizcado de estrellas / y ese olor de purísimas /olor de madroños y triquitraques quemados; /manzanas y uvas y juguetes en el Mercado San Miguel /y sus alrededores; /candelas romanas en manos de los niños /y villancicos de pastores y del Niño Jesús / en la Catedral Metropolitana / y mi luna de Nicaragua que es grande y dulce como tú».

La lectura de este bello poema enfatiza a través de sus palabras, no un sentimiento de ausencia sino el hallazgo de un lugar para hacerse presente. Entrelaza el pasado y el presente y quiebra la temporalidad lineal. Benjamin hablaba en Una imagen de Proust de «tejer el recuerdo», para que no prevalezca el olvido sobre la memoria. Cabrales teje en el recuerdo la unicidad del aquí-allá creando la vida en diciembre de todo su país. Igualmente, la Navidad opera como la densidad misma que tiene el poema, interrumpiendo el tiempo continuum, de tal forma que genera en nosotros la esperanza de un futuro mejor basado en la paz y la reconciliación. No otra esperanza es la que aclama el gran poeta Carlos Martínez Rivas en su poema Villancico: «para algo nace el niño». Viene a traernos la paz y no la guerra, viene a quitarnos cualquier cadena que nos esclavice, viene a rendir justicia a todas las víctimas de la violencia golpista: por eso la estrella brilla en lo alto de nuestros árboles de Navidad, guiando a los pastores hacia Belén, donde cada hogar nicaragüense ha preparado un humilde pesebre, para cantar el nacimiento del Niño-Jesús.

Fuente: http://www.radiolaprimerisima.com/blogs/2145/por-una-navidad-sin-odio/

 


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