Ernesto Cazal. Misión Verdad •  Opinión •  08/11/2018

Una radiografía neoliberal de la “caravana migrante”

Una radiografía neoliberal de la “caravana migrante”

La “caravana migrante” parece que tiene más atención vía redes sociales y medios corporativos que la “diáspora venezolana”. Ese parecer pudiera tener objetivos políticos, e incluso electorales a lo interno de los Estados Unidos, pero lo que sin duda trae a colación es un debate que se encuentra bastante encubierto en la mayoría de tribunas.

Poco se dice sobre la condición de fondo de los contingentes humanos que se trasladan a pie, día a día, noche a noche, a sol y sombra, con pocos bienes, muchos niños y bebés en brazos, algunos ancianos, otros demasiado jóvenes, que enferman, deben alimentarse y asearse, dormir en ciertas condiciones que los migrantes, en “caravana”, no tienen. Y que tal vez nunca tuvieron en sus países de origen.

Es una condición de despojo total del migrante como sujeto de derecho civil, donde ya no lo ampara un reconocimiento de iure, estatal, inmerso en el cuarto mundo de manera portátil donde puede ser vendido como fuerza de trabajo subpagada o subsumido a una red de economía ilegal.

En Centroamérica, la trata de personas se encuentra en un estado crítico que da oxígeno a redes de narcotráfico ligados a las Maras Salvatruchas y los carteles mexicanos, que dominan ese mercado en la región. Los famosos “coyotes” suelen entrar en ese escenario, como los guías a las puertas de los campos de concentración de la zona.

La falta de estadística de esta situación enfatiza el hecho de que aquellos números crecen y los contingentes humanos que hacen parte de la “caravana migrante”, en su recorrido hacia México y Estados Unidos, no están exentos de condenarse a una desvida similar o peor que la experimentada en casa.

Pudiera ser cierto, y hasta por qué dudarlo, que la caravana que partió de Honduras y de la que forman parte también migrantes guatemaltecos y ahora salvadoreños, está siendo instrumentalizada por el dinero de George Soros y sus acólitos neoliberales para desestabilizar la campaña de Donald Trump camino a las elecciones de medio término. Las huellas del financiero húngaro están sobre las ONGs que dirigen la caravana hacia las fronteras estadounidenses.

Pero lo que interesa aquí no es toda la trama financiera del asunto, sino llamar la atención sobre la esencia de lo que sucede con la migración en este contexto de violencia extrema, pauperización de la condición humana y sumisión económica.

La relación estadounidense

Honduras, Guatemala y El Salvador. De esos tres países, principalmente, provienen los migrantes. El Triángulo Norte de Centroamérica, puntos estratégicos del gobierno de los Estados Unidos y el Pentágono. Desde la década de los 80 (era Reagan) son países absorbidos por el poder estadounidense, en consonancia con la neoliberalización de sus sociedades, lo que no resulta un hecho fortuito que la caravana huya de las condiciones en que fueron impuestos por el Norte global.

La asimilación de ese triángulo ha sido en todas sus facetas a la american way. Un signo latente de esto se encuentra en que muchos de quienes parten a la ley de la selva de la migración desean conseguir un trabajo en los Estados Unidos, considerándolo un país de oportunidades como fue vendido en el siglo XX.

Resulta, así, paradójico que los centroamericanos que caminan hacia las fronteras del Norte se convoquen para disparar deliberadamente contra sí mismos, pues el planificador de las miserias en sus hogares son aquellos a quienes van a pedir empleo.

Desde ese punto de vista, el migrante que forma parte de la caravana anhela algo que por definición le está vedado en tierra norteamericana: una calidad de vida similar a la que ha visto en los productos de consumo estadounidenses. Hoy más que nunca los migrantes económicos de la más baja escala social consumen fetiches, remitiéndonos a lo develado por Marx.

La psicología de la masa migrante en América Latina, pero sobre todo en Centroamérica, está íntimamente aunada al circuito del imaginario estadounidense de consumo y confort metropolitano como un fin. Esa condición de colonialidad está inserta en las sociedades que componen la región, sin excepción.

En Venezuela, por ejemplo, la mentalidad migrante (de tipo económica) está más asociada a Miami que a otra posibilidad menos conectada con las representaciones culturales del capitalismo metropolitano. Así el destino sea Perú, Colombia, Chile o México, todos esos países se encuentran sintonizados (no sólo de manera económica) con el circuito estadounidense y, en menor medida, europeo, pero bajo las condiciones de capitalismo dependiente neocoloniales.

De igual manera, cada persona de la caravana migrante se encuentra cooptada por esa “elección” civilizatoria que significa Estados Unidos, con sus crisis existenciales incluidas y a pesar de tener a un Donald Trump, un abanderado de la antimigración puertas adentro, en la Casa Blanca.

Condición de frontera y muerte

Ese estado de abandono en el que ya todo derecho es letra muerta, simple pronunciación sin efecto, está siendo manipulado en estos momentos y lo sufren a piel curtida los migrantes de la caravana.

Las denuncias de maltratos, violaciones de derechos humanos fundamentales, inseguridad  y desamparo por parte de los gobiernos en los países por donde transita la caravana (que son múltiples pero delimitamos en un singular unificado) surgen de manera cotidiana.

En México se habla de una omisión humanitaria por parte de las autoridades para ayudar de alguna forma a la caravana, que con escasez de agua y pocos alimentos carga. Esta denuncia fue corroborada y ampliada por la Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU.

Al día de hoy han ocurrido tres muertes en el marco de la caravana migrante, una de ellos producto de los enfrentamientos con fuerzas de seguridad. Probablemente la cifra aumente a medida que los contingentes migrantes se acerquen más hacia los desiertos de Sonora, Chihuahua y Nuevo León, en dirección a Texas, Nuevo México y Arizona.

Ya sabemos que Donald Trump ordenaría un despliegue militar en la frontera, que constaría de 15 mil unidades y costaría 200 millones de dólares.

Algunos activistas de derechos humanos argumentan que esta amenaza es pura algarabía como campaña electoral, ya que las leyes estadounidenses condenan las ofensivas por disparo de fuego en el ámbito militar contra los civiles. No toman en cuenta un principio esencial del estado de excepción entendido desde el excepcionalismo del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe: “Tomo la vida que me pertenece a cambio de ganancias”.

Las ganancias pueden ser geopolíticas, económicas y financieras, incluso en razones de poder, pero conlleva un sí la prerrogativa de decidir sobre la vida y la muerte de los demás seres, subordinados en principio. La ley, en el estado de excepción, es lo que dicta el soberano.

Por eso el filósofo italiano Giorgio Agamben conceptualiza el campo de concentración como paradigma político de Occidente: es allí adonde van los seres humanos a ser esclavizados con fines económicos de explotación, y son desechados a los efectos en que ya no sirvieran a los fines del soberano.

Si las fronteras son esos territorios bisagra de las economías ilegales, donde se transan las mercancías contrabandeadas (sean objetos o personas), el modelo de campo de concentración se inserta como una manera de relacionarse la ley con las “necesidades del capital” de manera cruenta en esas zonas limítrofes.

Es en las fronteras donde la trata de personas pulula de manera más agresiva, donde el narcotráfico tiene sus propias rutas acordadas con la connivencia corrompida de los guardianes migratorios, donde las organizaciones criminales toman decisiones neurálgicas para sus negocios. Sobre ello han dado testimonios hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, que han sobrevivido a la violencia extrema de los estados de excepción de esas sociedades.

Porque, sí, el austericidio en Honduras, Guatemala y El Salvador es el modelo neoliberal del campo de concentración, del cual los componentes de la carava migrante huyen. Son los expulsados por simbiosis de países sumidos en una miseria planificada de mayores beneficios para el Gran Capital del Norte, los abandonados y excluidos de un sistema que no tiene cómo incluirlos en su corretaje laboral sin sacrificar ganancias, plusvalía y acumulación. La muerte en el alma, diría el poeta Diego Sequera.

El sujeto neoliberal, situado en la periferia del Sur global, es abandonado y migra hacia confines donde se tornan indisolubles la nación (como justificación jurídica) y del territorio. Donde se quitan derechos como roban dinero los empresarios venezolanos, en este caso para quitar la vida, para que la “sociedad civil global” no juzgue el derramamiento de sangre, sino que más bien lo asimile y aplauda.

En Estados Unidos, hay civiles organizándose vía redes sociales para “defender la frontera” por medio de la violencia de las armas porque ven a los migrantes de la caravana como “amenazas existenciales” a su estilo de vida, tal como lo profesa el supremacismo blanco típico de Texas y Arizona.

Todo migrante pobre corre los peligros propios de la carretera transnacional, donde las leyes no tienen significado y la vida queda desnuda ante quien la quite en beneficio propio o en nombre del mercado. Pregúntenle al actual inquilino de la Casa Blanca o a sus predecesores.


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