Libardo García Gallego •  Opinión •  23/10/2018

Derechos naturales, inalienables o conquistables

En teoría, los derechos naturales o fundamentales son inherentes a toda persona o ser humano y no pueden ser enajenados o transferidos de una persona a otra, ni pueden cederse ni negociarse con ellos, pues son irrenunciables. En la práctica, todavía hace falta recorrer más en el desarrollo de la humanidad para que esta teoría se haga realidad.

Es posible que dentro de uno o más siglos no tenga que invocarse la responsabilidad estatal en la garantía de los derechos humanos, pero hasta hoy esa obligación casi siempre es parcial, por no decir nula. Basta mirar lo que viene sucediendo en Colombia con los derechos: a la vida, a la salud, a la alimentación, a la vivienda digna, a la educación, al medio ambiente sano, a la paz; a la libertad de religión, de pensamiento y libre difusión de ideas. Y pare de contar, pues después de 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y 27 de su positivación en la Constitución Política es muy poco lo que hemos avanzado en su garantía a todos los colombianos. Acaba de posesionarse un presidente cuyo programa de gobierno y sus primeras acciones indican que seguiremos retrocediendo. Y si miramos hacia nuestros vecinos continentales, ocurre lo mismo. Está por triunfar en el Brasil un candidato presidencial enemigo acérrimo de los DD. HH., y en Argentina el judío Macri defiende a los ricos y desconoce las necesidades de los de abajo.

Se invocan pensamientos muy bonitos, como: “Los derechos no se mendigan, se conquistan en la lucha”, pero ¿Por qué es necesario llenar calles, desgañitarse hasta el cansancio, para reclamar derechos que el Estado y sus gobernantes tienen la obligación de atender y resolver sin que nadie tenga que exigirlo?

Esto no significa que todos los derechos estén bien construidos. Pienso en la necesidad de limitar algunos que hasta hoy sólo han servido para que una ínfima minoría se haya apoderado de las riquezas del planeta; por ejemplo, al derecho a la propiedad privada debe fijársele límites, por ejemplo, no extenderla a todos los medios de producción; si se va a cumplir con que “los derechos míos no pueden interferir con los de mi vecino”, entonces alguien debe ayudar a conciliarnos; el derecho a la libertad no puede aplicarse a ciertos sujetos que se valen de él para proteger sus atropellos, crímenes o corrupción.

En síntesis, mientras no construyamos un sistema donde predomine la armonía y la igualdad social, mientras los seres humanos no nos reconozcamos como personas con igualdad de derechos naturales, inalienables, sin discriminaciones de ningún tipo, es imposible que la humanidad entera pueda gozar de felicidad mientras viva. Lo más difícil hoy es que los apoderados de las riquezas planetarias no piensan sino en su propia felicidad, negándole a las demás personas la posibilidad de ésta; esa minoría posee todas las armas físicas, intelectuales y virtuales para conservar sus privilegios en nombre de unas supuestas divinidades que se las otorgaron. Así las cosas, por ahora la fuerza racional de los pobres es incapaz de vencer con argumentos la fuerza irracional de los ricos.

Armenia, Octubre 16 de 2018

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