Valérie Toranian •  Opinión •  23/10/2018

Aznavour, mi otro apellido

De origen armenio, como el mismo Charles Aznavour, la periodista Valérie Toranian glosa en el semanario parisino Le Point la figura del extraordinario cantante francés recientemente desaparecido. En el mismo número de la revista, el periodista Yves Cornu comenta el papel de la familia Aznavour en la lucha contra los nazis: «Durante la Segunda Guerra Mundial, los Aznavourian participan en la red de resistencia organizada por el poeta Missak Manouchian, que permite a los armenios enrolados a la fuerza en el ejército alemán llegar hasta el maquis gracias a papeles falsos. “Yo estaba encargado de hacer desaparecer los uniformes alemanes de los armenios”, recordará el cantante. El poeta aprende con Charles a jugar al ajedrez. Tras su arresto [y posterior fusilamiento], su viuda, Mélinée [Assadourian] encontrará refugio entre los Aznavourian, en la calle Navarin».  SP        

De pequeña, cuando alguien me preguntaba el significado de mi impronunciable apellido (Couyoumdjian), yo respondía que era armenia. En los años 70, eso no le decía nada a nadie. Ante el aire circunspecto de mi interlocutor, añadía entonces galleando: “Como Aznavour…” Y el rostro delante de mí se iluminaba.

Para los miles de armenios exiliados, Aznavour fue para empezar esto: nuestro carné de identidad, el sésamo del reconocimiento, la prueba de que existíamos y de que éramos gente de bien. Como él. De la misma cepa irreductible. Del mismo linaje. 

Aznavour, mi otro apellido.

El mayor artista de la canción francesa, la quintaesencia de su cultura, era Charles : el meteco de tez morena y los mismos párpados que mi padre y mi abuela. El flacucho del Cáucaso de tupidos cabellos y una nariz “demasiado pesada de llevar”: un anti-sex symbol que volvía locas a las mujeres porque les cantaba al amor como nadie se había atrevido a hacerlo antes: los miembros pesados, el corto aliento, entre sábanas arrugadas… 

Charles, el triunfo de los pequeños, de los extranjeros, de los que no son guapos, no son grandes, no son rubios.

Aznavour nació en una familia de inmigrados en la que se hablaba ruso y armenio. En la que se veneraba a Francia y sus grandes hombres. Cuya mesa siempre estuvo abierta durante la guerra para los amigos de Missak Manouchian, los resistentes FTP-MOI [Francotiradores y Partisanos – Mano de Obra Inmigrada], extranjeros muertos por Francia, inmortalizados por L´Affiche rouge [El cartel rojo] del poeta Louis Aragon.  

El autor de La bohéme se convirtió en símbolo de Francia por la fuerza de las palabras, su única patria verdadera. Aznavour, francés por ser armenio. Armenio por francés.

“Soy 100 %  francés y 100 % armenio”, resumía a los periodistas que le interrogaban sobre sus orígenes. Yo retomé la fórmula por mi cuenta. Mi respuesta a Eric Zemmour y a todos los identitarios, fundamentalistas, indigenistas y demás maurrasianos nostálgicos que sueñan más que nunca con asignarnos una identidad. Circunscribirnos, definirnos, esencializarnos. La Francia de Aznavour, eso no se explicaba, no se diseccionaba, corría por las venas, como una primavera, como una evidencia.

Me atrevo a creerlo todavía.    

En 1975, el cantante rinde homenaje a las víctimas del genocidio armenio perpetrado por Turquía. Escribe Ils sont tombés [Cayeron]. “Yo soy de ese pueblo que duerme sin sepultura, que ha elegido morir sin abdicar de su fe, que nunca bajó la cabeza ante las injurias, que sobrevive pese a todo y que no se queja”. Que no se queja. Mi abuela, que había conocido lo indecible y jamás hablaba de ello, no se quejaba. Mi padre no se quejaba. Los armenios que habían conocido la violencia xenófoba a su llegada a Francia no se quejaban. O muy poco, ¡y en armenio, para que nadie les entendiera! Transformaron las humillaciones y el fastidio en carburante para el porvenir y el éxito de sus hijos. De todos modos, comparado con lo que habían sufrido, todo era fácil. Bastaba con creer en ello. Con trabajar. En aquella época, el ascensor social funcionaba acaso mejor, pero su deseo de derramarse en esa Francia tierra de acogida era más poderoso que la rabia. 

En 1975, sus hijos habían crecido y habían nacido sus nietos.

Este verano he ido vigilando todos los días el ascenso de Ils ont tombé en la lista de éxitos de RTL y en la “Ring Parade” de Guy Lux. Cuando la canción ha quedado primera, recuerdo que he llorado de felicidad. En el firmamento de las variedades, panteón de mis doce años, se abrazaban gloriosamente mis raíces francesas y armenias.  

Desde el lunes [1 de octubre], arrastro mi pena. Un amigo armenio me envía un SMS: “Deja de llorar, ¡canta, canta, canta!”

periodista, ensayista, novelista, dirige actualmente la revista Revue des Deux Mondes, y dirigió Elle entre 2002 y 2014. Su último libro es la novela Une fille bien (Flammarion, París, 2018).

Fuente:

Le Point, nº 2405, 4 de octubre de 2018

Traducción: Lucas Antón

http://www.sinpermiso.info/textos/aznavour-mi-otro-apellido


Opinión /