Manuel E. Yepe •  Opinión •  14/07/2018

Corea del Sur ha sido la más favorecida

El reciente relajamiento de tensiones entre Corea del Norte y Corea del Sur, dos países que están aún técnicamente en guerra, ha dado nueva vida al debate sobre la unificación de los dos países, divididos y enfrentados desde la década de los años 1950.

En mi criterio, la parte más favorecida por el desarrollo de los acontecimientos que condujeron al encuentro de los líderes de las dos Coreas ha sido ¡Corea del Sur!

La extensa e intensa presencia militar de Estados Unidos en el Sur de la península coreana ha sido siempre el principal obstáculo para los esfuerzos por la reunificación de la patria coreana.

Por eso, el único perdedor neto como colofón de estos eventos ha sido Washington que ha visto amenazado su imperio absoluto sobre la porción meridional de la península coreana.

La República Popular Democrática de Corea nunca ha cedido a las exigencias de Washington, en tanto que el Sur siempre ha carecido de autonomía suficiente para hacer valer sus intereses y derechos como nación formalmente independiente, debido al control que, sobre sus defensas y sus recursos bélicos, ejerce Estados Unidos.

Así lo entienden muchos observadores que valoran que Seúl deriva los mayores beneficios de los sucesos que están teniendo lugar porque coadyuvan al desmoronamiento de los pretextos para el mantenimiento del status semicolonial de Corea del Sur, basados invariablemente en el supuesto peligro de que Corea del Norte, país socialista, absorba toda la península y, con su independencia, beneficie de la izquierda en el balance mundial de fuerzas.

La demostración de absoluta autonomía y dominio total de la soberanía en su territorio por parte de las autoridades de Corea del Norte, antes y durante las negociaciones con Seúl y con Estados Unidos, desmiente las reiteradas y absurdas acusaciones de Estados Unidos

reflejadas en la prensa occidental de que el gobierno de Pyongyang es una marioneta de Moscú o de Beijing.

En cambio, lo que se preguntaban los observadores más objetivos era hasta qué punto el gobierno de Seúl podría actuar con el mínimo de autonomía imprescindible para tomar las decisiones capaces de viabilizar, o al menos acompañar, los profundos cambios que derivarían del acercamiento a Pyongyang en sus relaciones externas tan subordinadas a las de Estados Unidos.

Aunque la esperanza de paz duradera constituye una ganancia para todas las partes involucradas, el cambio más significativo que hasta ahora se advierte en el plano de la política regional parece ser el que afecta las características de la sumisión de Corea del Sur a la estrategia estadounidense de mantenimiento del status de dos países en guerra, apostando a una eventual reunificación forzada por las armas que deje a la Corea unida, pero dentro de la esfera de control de Washington.

Nadie debe dudar que, cuando el 27 de abril en la Casa de la Paz de Panmunjom, dentro de la zona desmilitarizada que separa a los dos países, el líder comunista norcoreano, Kim Jong Un, y el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, se comprometieron entre sonrisas y apretones de manos a trabajar por la desnuclearización completa de la península coreana, los cerebros del Departamento de Estado y el Pentágono estadounidense estaban tramando cómo reestructurar la estrategia imperialista para la región, para hacerla compatible con el estilo de su impredecible presidente Trump y de su equipo de halcones, casi todos tan ignorantes como su jefe en materia de política internacional y diplomacia.

Ambas Coreas anunciaron que trabajarán con Estados Unidos y con China para lograr en breve plazo un acuerdo para una paz “permanente” y “sólida” que ponga fin oficialmente a la Guerra de Corea, que se ha prolongado desde la década de 1950 hasta la actualidad con apenas un armisticio suscrito en 1953.

Prometieron trabajar por un acuerdo de reducción progresiva del armamento militar, cesar los actos hostiles, transformar su frontera fortificada en una zona de paz y buscar conversaciones multilaterales con otros países, en alusión evidente, aunque omitida, a Estados Unidos cuyas fuerzas militares permanecen ampliamente desplegadas en Corea del Sur.

Kim ha sido el primer líder norcoreano desde la Guerra de 1950-1953 en visitar Corea del Sur. Las escenas de Moon y Kim caminando juntos sonrientes marcaron un gran contraste con las tensiones generadas el año anterior por los juegos militares conjuntos de Corea del Sur y Estados Unidos y, en respuesta, las pruebas de misiles de Corea del Norte y su mayor ensayo nuclear, que provocaron las consabidas sanciones estadounidenses y el incremento de temores de un nuevo conflicto bélico en la Península.

La Humanidad esperaba mucho del estrechón de manos entre los dos líderes coreanos sobre la franjilla de hormigón que marca la frontera entre ambos países en la zona desmilitarizada pero la más reciente visita del vicepresidente Mike Pompeo a Pyongyang indica que Washington proyecta patear el tablero.

*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana, miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.

Fuente: MartianosHermesCubainformación


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