Jesús Arboleya Cervera •  Opinión •  19/06/2018

El G7 y las tensiones del orden mundial capitalista

Las señales de alarma, puestas ya en estado de alerta, se dispararon  en Estados Unidos después de que Donald Trump pateó la mesa de  negociaciones, durante la cumbre del G-7, en Canadá, donde se  reunieron las principales potencias capitalistas de la actualidad.

La personalidad del presidente norteamericano agregó morbo a la  disputa y la prensa hizo zafra con sus desplantes, pero detrás de la  anécdota, están las contradicciones de base que allí se expresaron,  relacionadas con el deterioro relativo de la hegemonía de Estados  Unidos en el mundo y los enormes problemas domésticos que ello concita  en ese país.

De la segunda guerra mundial emergió un orden mundial capitalista que  resultó extraordinariamente beneficioso para Estados Unidos. Gracias  al mismo, la economía norteamericana devino la mayor del mundo y el  dólar se colocó en el centro de las finanzas globales, fue posible  financiar un poderío militar sin parangón en la historia y las empresas norteamericanas se extendieron por todo el planeta, con consecuencias incluso para la cultura universal.

El fin de la guerra fría eliminó los escasos obstáculos que se oponían a este desarrollo y el capital se desplazó en toda su capacidad, gracias al crecimiento de las empresas transnacionales y los aportes de las nuevas tecnologías al movimiento de los flujos financieros.

Las fronteras nacionales se hicieron cada vez más porosas y las propias potencias capitalistas perdieron buena parte del control que antes tenían de sus propias economías, dando lugar a un caos que en realidad nadie sabe cómo regular, lo que explica el grado de ingobernabilidad que se aprecia en todo el mundo.

Los intentos de Estados Unidos por establecer un nuevo orden global en función de sus intereses nacionales han resultado insuficientes y el neoliberalismo terminó por afectar importantes renglones de su propia economía, que ya no resultan competitivos a escala internacional.

Donald Trump llegó al poder representando a un sector del electorado  de la clase media blanca que se sabe desplazado por las tendencias  económicas globales y para satisfacer sus demandas ha recurrido a una  política chovinista basada en la imposición de tarifas arancelarias,  el cuestionamiento de tratados de libre comercio multilaterales y la  adopción de acuerdos bilaterales que restrinjan el mercado  norteamericano a los competidores externos.

Un problema radica que en el centro de estas tendencias globales está el propio capital transnacional norteamericano, también limitado de ingresar al mercado norteamericano con sus producciones en otros países, lo que enfrenta al presidente con los intereses más poderosos  del país.

Trump ha tratado de aplacar esta situación concediendo ventajas impositivas y de otro tipo a estos grupos, lo que agrega otras distorsiones a la economía, tiende a aumentar los precios en el mercado nacional e incrementa las tensiones sociales domésticas.

El otro problema es que este capital está invertido en las principales economías del mundo, dígase Europa o ciertos países asiáticos, particularmente China, lo que coloca a Estados Unidos en una guerra comercial contra sí mismo y en franca oposición con sus aliados en un mundo que se supone debe liderar. Esto es lo quedó reflejado en la reunión del G-7.

America First no es un proyecto viable porque va contra los intereses del gran capital norteamericano y porque no está pensado para que todos los ciudadanos de ese país se beneficien por igual.

Trump no es un populista, si por ello se entiende la satisfacción de los intereses populares, sino un hombre animado por instintos muy primitivos, incapaz de comprender la complejidad del mundo que tiene frente a sus ojos. En definitiva, su elección fue otra muestra de la decadencia de Estados Unidos.

Fuente: Progreso Semanal


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