Manuel E. Yepe •  Opinión •  06/04/2018

Capitalismo y democracia son opuestos

El orden socioeconómico capitalista es sinónimo de libertad sólo para quien acepte que la primera de las libertades debe ser para el capital y que el dinero ha de estar libre para comprarlo todo. Cuando se restringe la capacidad del dinero para adquirir los bienes que sustentan la vida en sociedad o se impide que estos se comporten a la manera de una mercancía más, susceptible de ser comprada y vendida, se restringe al capitalismo.

Por eso es tan importante para el capitalismo que la conciencia ciudadana haya sido manipulada por el sistema y ganada para la idea de que “capitalismo” es igual a “democracia” y que cualquier atentado contra la libertad del dinero para adquirir cualquiera de los bienes terrenales y morales de la sociedad es una agresión contra la democracia.

¿Usted se imagina qué sería su país, y este planeta, si los médicos, los educadores, los tribunales, los gobiernos, los medios de producción y de servicios, los de información, las expresiones culturales y hasta las condiciones para hacer el amor estuvieran al alcance y servicio de todos por igual en una sociedad en la que el dinero no pueda determinar diferencias en la calidad y urgencia de las prestaciones?

Pero como ello distorsionaría el precario asimétrico equilibrio presente en casi todas las sociedades nacionales en el planeta, el capitalismo necesita que tales ideas continúen al margen de las aspiraciones ciudadanas.

Porque para el capitalismo sería terrible que una persona con muchos recursos económicos se vea condenada a la misma calidad de vida e iguales condiciones de tratamiento y posibilidades de curación, en casos de enfermedad, que los que carecen de dinero suficiente. Porque desde una óptica capitalista no se puede considerar lógico que los descendientes de las personas adineradas tengan que compartir las mismas aulas y calidad de educación con los hijos e hijas de las familias pobres.

Porque a un buen burgués no le parece racional que pobres y ricos sean juzgados, en caso de delinquir, con el mismo rasero, ni que compartan galeras en prisión cultos millonarios corruptos con rústicos y hambrientos delincuentes comunes.

Porque en los sistemas electorales del capitalismo no debe ocurrir que gobernantes electos prescindan, en sus campañas por los cargos, de las donaciones que les hagan las personas y entidades más ricas, influyentes y responsables de la sociedad, a fin de que, en su futuro desempeño como dirigentes, se consideren obligados a proteger la seguridad de los capitales corporativos y los del segmento más importante y poderoso de la nación.

Porque en el orden capitalista solo es libre la prensa si el capital privado puede comprar emisoras de radio y televisión, revistas, periódicos, agencias de noticias o cualquier otro medio para estar así en condiciones de cuidar con eficiencia que lo que se publique sirva a sus intereses propios, que son los determinantes en el conjunto de la sociedad burguesa.

Porque el sistema capitalista necesita que lo mejor del arte y la cultura nacional e internacional pueda exhibirse o importarse para el disfrute de la élite culta de la sociedad que dispone de los recursos capaces de sufragar, por medio de la publicidad, los gastos que ello implica.

Porque en una sociedad capitalista es saludable que todo esté estructurado de modo que el atractivo principal para las relaciones de género sea el dinero y la posición económica, para que las más bellas mujeres y los hombres más guapos se sientan atraídos, respectivamente, por los hombres y las mujeres con mayor patrimonio, sin extrañas consideraciones como la comprensión, la bondad, la sensibilidad u otros argumentos sentimentales, o de otro modo subjetivos.

Para el capitalismo, estimular la competitividad y la lucha por la ganancia como motores del progreso, en cualquier nivel de la economía, brinda los mayores dividendos y cualquier consideración distinta -moral, ética o patriótica, por ejemplo- limita el desarrollo de la nación.

Cuando falte cualquiera de las condiciones enunciadas, o se encuentren éstas amenazadas por la incomprensión de que ellas son consustanciales al capitalismo y que éste es lo mismo que la democracia, debe actuarse con premura y sin clemencia.

Así lo hace sistemáticamente el capitalismo moderno, por intermedio del gobierno de los Estados Unidos y de las oligarquías que le son sumisas, en cualquier parte del mundo.

La errática actuación hegemónica de Estados Unidos en años recientes ha contribuido mucho al desprestigio del modo de vida capitalista a escala global. El capitalismo ha demostrado que su modelo no se aviene a las aspiraciones de las clases desposeídas de los países ricos, ni a las de los pueblos del tercer mundo, ávidos de vivir en un sistema menos cruel y más equitativo.

*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana, miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.


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